Corriente alterna: Richard Hawley, el amante

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“‘Hollow meadows’ entra en casa pidiendo permiso, se bebe el té y encima te hace cumplidos sobre la decoración del salón”

 

 

Juanjo Ordás se detiene en el último disco del músico británico, pero antes recorre con él los trabajos que le han llevado hasta este punto del camino, “Hollow meadows”.

 

 

Una sección de JUANJO ORDÁS.

 

 

Descubrí a Richard Hawley como todo el mundo, con “Coles corner”. Hace ya diez años, ni más ni menos. Era un disco tan tremendo que las preguntas eran varias, entre ellas si había más discos anteriores y qué había estado haciendo con su talento hasta entonces. La respuesta era que sí, que había un par de discos anteriores pero no tan emocionantes. Respecto a qué había estado haciendo con su talento hasta lanzarse en solitario a los treinta y cuatro años, la respuesta era perdiéndolo, al menos en comparación con las barbaridades que estaba empezando a grabar, ya que a “Coles corner” le siguió otra obra de quilates, “Lady’s bridge”. Pero en sucesivos años, Hawley pareció atrapado en su faceta de crooner rockero. Había perdido la capacidad de sorprender, se sabía qué esperar de él, estaba claro que iba a firmar discos de calidad, pero sabíamos cómo iban a ser esos discos. Supongo que esa fue razón suficiente para recibir con los brazos abiertos el rupturista “Standing at the sky’s edge”, una patada a todos sus discos anteriores, un disco laberíntico y psicodélico.

 

Los discos rupturistas o las etapas rupturistas tienen dos funciones: o abren el camino hacia el futuro o son alfombra roja para un próximo regreso a lo de siempre. Hay ejemplos de ello a lo largo y ancho de la historia del rock and roll. “Standing at the sky’s edge” fue un ejemplo de lo segundo, de trampolín para acabar regresando al redil como demuestra el reciente “Hollow meadows”. Se acabaron los experimentos, Hawley vuelve a poner banda sonora a atardeceres y noches y los demás aplaudimos. El efecto es el deseado, Hawley regresa a lo que hacía después de haberse refrescado. No hay problema, sus medios tiempos románticos son tan deliciosos que hasta los fanáticos de los giros y piruetas agradecemos volverle a ver en casa. Es el timbre de su voz, es su pulso a la hora de escribir, es lo cool de su imagen fundida con su universo localista y universal, con esas canciones exuberantes pero con la cortesía de la contención. “Hollow meadows” entra en casa pidiendo permiso, se bebe el té y encima te hace cumplidos sobre la decoración del salón.

La secuenciación del disco tiene su miga, en su mayor parte es baladista, desperdigando sus únicos medios tiempos hacia el comienzo y hacia el final, una forma inteligente de hacerlo funcionar, sin dar una idea errónea desde el inicio, dejando que la naturaleza del disco se muestre desde la primera canción para luego crear su ritmo interno.

 

 

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