Con Amaral en Nueva York

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«Esta gira no se trata, como han dicho algunos periodistas, de una vuelta a los orígenes, a los clubs, sino más bien de una diversión inserta en un periodo profundo, muy intenso, de composición»

El pasado martes 23 Amaral recalaba en Nueva York, y no quisimos perdernos su concierto en un local de Brooklyn ni la oportunidad de conversar con ellos tan lejos de casa. Así que nos pusimos de acuerdo y concertamos un encuentro.


Texto: JULIO VALDEÓN BLANCO.
Fotos: ALMUDENA RUIZ DE LARA.


Su nombre, discos, canciones, gozan de una universalidad que abruma a la competencia. Mientras la industria boquea, en los días del caos, cuando todo dios se pregunta que será del negocio y llueve azufre, Amaral se define como «un grupo de rock de Zaragoza». Enemistado involuntariamente con el sector «cool» de la audiencia, su éxito les permite exuberantes caprichos, como el que les trae a Nueva York, a tocar con bandas desconocidas en salas medio vacías, quizá porque la dupla Eva Amaral & Juan Aguirre cree en lo que hace a muerte y ni siquiera la cercanía al vertedero de la radiofórmula dinamita su amor por este bendito oficio al que primero alanceó la industria y al que alicata el ataúd un público con patente de corso, que considera el patrimonio musical objetivo dilecto en la reedición de los soviets, versión 2.0. En Brooklyn, ante ciento y pico espectadores, Amaral regaló un directo contundente. Si eres de los que se distrae con la parafernalia extra-musical, quiero decir, si crees que lo suyo no pasa de ser una propuesta amable pero menor, trata de verlos sobre las tablas, donde exhiben su zarpazo y demuestran que la rabia, el desparpajo, la chulería, el romanticismo adolescente pero inquietante, los atributos que mejor definen el rock and roll desde que un imberbe Elvis Presley incendió los estudios Sun allá por 1954, son patrimonio suyo.

Antes de tocar, como ha sucedido durante una gira que los ha llevado a Toronto, Chicago o Austin (Texas), a Eva y a Juan los había precedido la sensacional Maika Makovski, a la que no conocía, con la que pude charlar un poco durante la prueba de sonido y de la que posteriormente descubrí que acaba de editar un último disco (producido por John Parish) de altísimo voltaje, así como The Right Ons, explosivo grupo madrileño que bien podría haberse criado en el Detroit de los MC5 y compartido cañas con un Ron Asheton menos afilado, más hedonista. Debido a que Amaral apenas tocó una hora y diez minutos cuesta sacar todo el jugo, descifrar su estado de forma, con los naipes proporciona una versión comprimida de su directo, que imagino pone en limpio su potencial pero también deja fuera la panoplia completa de recursos que han de activar durante sus conciertos, vamos a decir, homologables.

Previamente había salido con Juan a tomar un café y entrever la última hora vital y visceral de los autores de «La barrera del sonido». Eva, agotada, había preferido reservarse para el concierto. De hecho ni siquiera probó sonido. Fue curioso ver a su socio afinándole la guitarra, una guitarra diminuta en sus manos, inversamente proporcional en tamaño a la energía de supernova compacta y ardiente que Eva descorchará más tarde. Lo primero que llama la atención del guitarrista es su cortesía, una cortesía diríamos que desusada, inusual en los territorios del pop, tan propensos a facturar egos hipertrofiados de apariencia monstruosa. El hombre que reina en el trono de la escena española junto a muy pocos más no se ha dejado vencer por la soberbia.
Se comporta con exquisita corrección. Mide cada palabra. Evita sonar petulante aunque tampoco se corta si cree que lo malinterpretas o trata de hacerse el simpático para ganarte. A diferencia, también, de los ídolos del cine, que te colocan un empleado a tu lado, un perro guardián de esos que masticarían tu hígado si cometes la indiscreción de preguntar a quemarropa, a diferencia de tantas ruedas de prensa al uso y rollos promocionales típicos, no había límite de tiempo, guión prefijado, etc., nada excepto dos cafés, una trozo de tarta de chocolate y la conversación de dos fanáticos de la música, uno de los cuales, mira tú, resulta ser la estrella del rock menos autoconsciente de su rol que imaginar puedas.

«La experiencia ha sido muy buena», comenta en alusión al festival SXSW, «hemos tocado cuatro días seguidos, en diversos escenarios, y hemos podido ver mucha música, muchos grupos, desde consagrados como John Hiatt o Ray Davies a gente que no conocíamos, fantástica, como Murder by Death. La convivencia con los otros grupos ha sido muy guapa, hemos compartido el escenario y hasta los amplificadores».

Será agradable sacudirse la presión que supongo sentiréis en España.
Nos gusta la sensación de anonimato, pero estamos muy contentos y muy agradecidos por el apoyo de la gente.

¿Cómo surgió la idea de montar una gira tan atípica?
No se trata, como han dicho algunos periodistas, de una vuelta a los orígenes, a los clubs, sino más bien de una diversión inserta en un periodo profundo, muy intenso, de composición… Alternamos momentos de introspección, de desconectar, ver mucho cine –tanto Eva como yo somos muy aficionados–, leer, etc., con otros más abiertos, en los que podemos viajar, tocar en sitios distintos, etc., todo sirve, creo, a la hora de componer… Además, una de las cosas que aprendes de gira es a ser paciente, a esperar. Esperar a que empiece la prueba de sonido, en los aeropuertos y en los hoteles. Al final lo aprovechas para escribir, haces de los tiempos muertos algo valioso.

Como siempre me he preguntado por la anomalía que supone el triunfo, en un país sordo, de unos chavales que amaban los trastes de sus guitarras casi más que a su propia vida, intento que me lo explique. «No sé porque conductos se llegan ahí, de hecho, si lo hubiéramos sabido, si hubiéramos intentado montárnoslo para vender, seguro que no habría resultado. Además, creo que en España siempre ha habido grupos que han roto las barreras de las salas, no sé, pienso en El último de la Fila, en Los Secretos… Lo nuestro no es tan distinto.»

La charla nos lleva a su anterior disco de estudio, «Gato Negro, Dragón Rojo», que no fue recibido con el entusiasmo crítico que el grupo esperaba, más oscuro, acaso desigual, de educada y profunda melancolía, donde aparecen los textos más maduros del grupo con otros de corte adolescente, que podrían transformarse en su mayor problema de reincidir en ellos.

Hay quien os acusa de meter algunas letras pelín adolescentes.
Depende que quieras decir con adolescencia, porque vamos a ver, yo fui un adolescente que con catorce años escuchaba a Jimi Hendrix, y hay gente que tiene cuarenta y ni lo ha escuchado ni lo escuchará en su vida.

Sea como fuere, no pienso que se tratara de una obra continuista.
No, no lo fue, «Gato negro…» respondía a un periodo triste de nuestras vidas, en un momento de mucha exposición pública, justo después de que falleciera la madre de Eva, y no creo que mucha gente pueda imaginarse lo que significa estar expuesto en esas condiciones.

Coincidimos en que se trata de un disco, como bien puede comprobarse, lacónico, de un brillo azulado, frío, mucho más intenso pero también mucho menos rutilante que los anteriores.
El motor fue ‘Concorde’, esa es la canción que lo estructuraba, una canción obviamente oscura, tan importante en la gestación del disco que podía haberse titulado así, ‘Concorde’. Siempre hemos tratado que en nuestros discos haya una coherencia, aunque luego suenen variados. Supongo que por esa razón dejamos fuera temas que eran potencialmente arrasadores para los conciertos, los más luminosos. Para mí, escuchado con distancia, fue un paso importante. No tenía que ver nada con «Pájaros en la cabeza», creo que si lo escuchas con atención apreciarás que es un disco muy personal.

No deja ser curioso, el propio Juan lo comenta, que hablemos tanto de un disco publicado hace ya dos años.

¿Y el nuevo?
No querría desvelar demasiado, excepto comentar que tenemos bastantes canciones e ideas y bastante material grabado. Eso sí, cada vez que un riff, un estribillo, nos recuerda a algo anterior, a alguna cosa que ya hemos hecho, inmediatamente la borro. El nuevo disco supondrá un cambio radical, aunque de todas formas siempre hemos cambiado de un disco a otro.

Otro de los reproches habituales es precisamente la disparidad de estilos o, más bien, de sonidos en un mismo disco.
Dicen eso, pero ya hace años un amigo inglés le explicaba a Eva, «Baby, you´re riding to many horses», y así hemos seguido, lo cual no quita para que los discos estén calibrados, para que tengan una actitud y, sí, un sonido, que los homogeniza.

Los dos últimos, por cierto, los habéis editado en vuestro propio sello.
Aquel fue el primer paso hacia la autogestión, una forma de poner en claro nuestro sistema de funcionamiento. No distribuimos nosotros porque eso es ya muy aburrido y lo hace la compañía. Antes el sistema que teníamos era quedar con la gente del sello en casa y ponerles las canciones y decirles éste es el disco, ésta la portada. etc. Ahora, teóricamente, no nos haría falta, porque editamos nosotros, pero nos gusta mostrárselo, enseñar el disco a todos los que van a trabajar con nosotros, no sé, implicarlos. No creo que la compañía sea el enemigo, al contrario.

El primer paso, has dicho, ¿y el segundo?
Montar nuestro propio estudio. Hoy, con las condiciones de las que disfrutamos, podemos grabar con calidad profesional. Eso permite, por ejemplo, que Eva, que es muy de primeras tomas, pueda recuperar la voz de una canción que cantó por vez primera y que posiblemente sea la mejor versión. Antes era imposible, porque las maquetas no tenían suficiente calidad y tenías que repetirlo.

¿Qué música escuchas últimamente?
Mucha, de todo tipo, desde Spoon a Neko Case… Asunto distinto es lo que acaba en tu obra. La mayoría de nuestras influencias se pueden rastrear, eso es evidente, ahora bien, no son obvias, no destacan. Respeto mucho a los grupos españoles que quieren sonar, por ejemplo, como Sonic Youth, que siempre me han gustado, o a los Byrds, uno de mis favoritos, pero no tendría sentido, al menos para nosotros, que Amaral los imitara. Nunca hemos querido sonar más que a nosotros mismos. Para tocar y sonar como, no sé, Interpol, ya está Interpol, ¿no?

Ah, el asunto de las etiquetas, de si suenas a esto o a aquello, a veces tópico, pero necesario para trazar cartografías, para saber por dónde nos movemos y de qué hablamos.

Recuerdo que a veces se decía que tú representas la faceta más folkie del grupo y Eva la tendencia rock.
No somos un grupo de género, no somos fácilmente clasificables, en plan, rock o folk-rock, o pop. Poco a poco vas introduciendo cantidad de músicas nuevas en tu horizonte. Eva ahora me está descubriendo mucha música más suave. Estamos en algún punto entre el punk-rock y el folk-rock, lejos del rock clásico de estadio, que siempre me ha parecido un poco fascista.

¿Qué o quienes te interesan como instrumentista, como músico?
Los guitarristas que van más allá de las escalas clásicas de blues… Respecto al asunto de la dureza, a si Amaral es blando o no, la dureza a veces esconde falta de ideas o matices, y nuestra música tiene mucho que ver con esas sonoridades, tiene mucho de ambiente.

El éxito…
Hacemos música popular para el corazón de la gente.

Lo popular, viendo lo que hay en las listas, cada día tiene peor prensa.
A mí la música me llega sin saber muy bien si vende o no vende. Respecto a la autenticidad, ya me gustaría ver a muchos adalides de la independencia rechazar las cantidades de dinero que nos han ofrecido para participar en campañas de publicidad, para ceder nuestra música a anuncios en televisión o radio. Sólo lo hicimos una vez, y fue porque teníamos mucho interés en que una canción nuestra sonara más allá del circuito habitual, que la conociera el mayor número posible de personas, y fue ‘Revolución’. Ahora, ya digo que se trata de la excepción. Somos músicos, no publicitarios.

No puedo acabar sin preguntarte por Bob Dylan, por la versión que hicisteis de ‘A hard rain’s is a-gonna fall’ o los escenarios que habeis compartido.
Cuando nos lo propusieron no sabíamos si seríamos capaces, pero un día Eva encontró la llave, el punto de entrada a un texto tan apocalíptico, y nos lanzamos. De todas formas no queríamos ser protagonistas, tan sólo el nexo de unión entre una canción del año 62 y la ciudad de Zaragoza.

¿Cuándo lo conocisteis en persona?
En Córdoba, en 2004. Su productora nos había ofrecido hacer de teloneros y aceptamos encantados, más que nada para poder verlo desde el backstage durante diez o doce conciertos. Luego yo tuve la tendinitis, los médicos me prohibieron tocar una temporada, y los compañeros, los amigos de la profesión se volcaron para tocar con nosotros. Pensamos en suspender, Eva no quería tocar sin mí, no le parecía bien, pero al final se lanzó y Dylan estuvo muy amable. Recuerdo que se acercó a Eva un día durante la prueba de sonido y le comentó que le gustaba lo que había escuchado y también su guitarra, una guitarra negra y roja que ella llevaba. También nos preguntó si teníamos discos publicados. Le regalamos los tres que teníamos entonces.

Lo de Hoyos del Espino fue distinto…
Claro, no íbamos de teloneros, y Dylan pidió tocar antes porque siempre toca muy pronto.

Poco después de nuestra charla Amaral mezcló viejos caballos de batalla, como una soberbia ‘Moriría por vos’ o la siempre musculosa ‘El universo sobre mí’, con ácidas recreaciones de temas menos transitados, caso de ‘Estrella de mar’, e incluso bordó una versión reducida de su set acústico en ‘Cómo hablar’. El plato fuerte correspondió a «Gato negro, dragón rojo», del que recreó cañonazos tipo ‘Kamikace’. Sin encadenar hipérboles como un poeta zumbado diremos que Amaral embruja con un repertorio millonario en canciones ganadoras, que la voz enduendada de Eva hilvana un zarpazo tras otro mientras la guitarra de Juan entrega tormentas de colores. Materia de reflexión, su vocación popular, genuinamente manifestada en su apuesta por el idioma español, inevitable en nuestro país si no quieres conformarte con habitar el limbo, si quieres vivir de esto, algo que entendieron hace décadas en Argentina o México pero que en España todavía choca a quienes confunden autenticidad y mimetismo, convencidos de que decoro equivale a estar canino y no vender un carajo. En Amaral la independencia de criterio sigue el camino de unos temas que brotan entre su apuesta por el juego y el latigazo melancólico, que acumulan buques encallados, sirenas, humo que muerde y cenizas. Lo suyo es música estilizada, elegante, vitalista, luminosa, amarga, apta para lamerse heridas o redescubrir las islas nocturnas de la amistad, donde conviven fiesta y añoranza, besos y balas, una música que huele a electricidad y salitre, a lágrima viva, mientras agita farolitos bajo el viento nocturno. No descubro nada al escribirlo, pero conviene recordarlo.

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