Complicidad y emoción en las filas de Quique González

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«La noche está siendo sentimiento y emoción, tanto entre el público como en el escenario»

 

Quique González
21 de diciembre de 2013
Sala But, Madrid

 

 

Texto y foto: ARANCHA MORENO.

 

Dicen algunos músicos que las canciones lo deciden todo. Que son capaces de llegar, inundarles y moverles a su antojo. Quizá el mérito del oficio esté en dejarse arrastrar por ese pálpito; o por el contrario, ser capaz de domar y pulir ese impulso creativo. Al final, se trata de que te las robe el público, que las sienta suyas. Ese es el fin último. Y de eso entiende mucho Quique González, como demuestra cada vez que pisa un escenario.

Tal vez le hacía falta un disco como “Delantera mítica” para redondear un repertorio ya redondo; o ahondar en los senderos que pisa con la firmeza del que no abandona una canción hasta que no está satisfecho. Lo que es seguro es que necesitaba una banda como la que le acompaña en la gira “Delantera mítica”, capaz de empujar las canciones desde el escenario con tanta complicidad y emoción como el público. Y a juzgar por lo que vivimos el pasado sábado en la madrileña sala But, la ha encontrado.

No es que Quique no haya tenido buenos músicos a su lado; siempre ha estado muy bien acompañado. Ha girado cientos de noches en formato acústico y prácticamente solo, pero siempre que ha podido las bandas han estado ahí: Los Conserjes de Noche, Los Taxidrivers”, La Aristocracia del Barrio… Con nombre propio, como queriendo hacerles cómplices del proyecto. Ahora parece haber encontrado la complicidad absoluta, no solo con la ejecución de los temas, también con el ánimo que muestran sobre el escenario. Parece estar flotando, sentirse completamente arropado y disfrutando como nunca de un buen concierto de rock and roll. Ya no contiene los movimientos ni la sonrisa, porque se deja llevar por la música en cada gesto. Y los que siguen a Quique desde hace tiempo lo notan.

Después de nueve discos, el madrileño es capaz de aunar los trazos de cada uno de sus trabajos en un pack muy bien acordonado, hilando las etapas con la misma hebra sin que se vean las costuras. Por eso puede pasar de nuevas como ‘La fábrica’ y ‘Donde está el dinero’ a ‘Suave es la noche’ y ‘Restos de stock’ en un cómodo paseo. Donde hubo una buena canción puede encontrarse un buen arreglo, y un buen puente hacia el próximo tema. Eléctrico, en este caso, como fue gran parte de la noche madrileña, con un ‘Caminando en círculos’ sublime, que defendieron banda y público cual himno.

Hay violines en esta gira, porque está Edu “cinturón negro” Ortega, como le presenta Quique. Se conocen desde hace más de una década; tocaron juntos durante un tiempo y se han vuelto a encontrar justo ahora, como “un regalo, una recompensa”, en palabras de Quique. Les une la complicidad del recuerdo y el amor por las canciones que compartieron, y que Edu sabe embellecer con todas sus cuerdas. Aunque alguna de ellas –la del arco– la pierda en algún viaje enérgico al violín. El instrumento se siente en ‘Cuando estés en vena’, que acaba con una pausa y un delicado “por fin” como suspendido en el aire; al que le sigue el tema ‘Delantera mítica’, con el que Quique se golpea el pecho al cantar aquello de “te llevo en el corazón”. Al terminar, recuerda aquella noche en la que escuchaba enfermizamente “Modern times” de su admirado Dylan, y afronta ‘No encuentro a Samuel’ y una enérgica ‘Palomas en la quinta’, que también se ha convertido en un himno para el público.

A la izquierda del músico madrileño está Pepo López, “un fuera de serie del Prat”, de “barrio” y “corazón”, un tipo con grupo propio, Chivo Chivato, que siente las canciones de Quique como suyas desde antes de conocerle. Y allí está, formando parte de ellas, entre otras de ‘Pájaros mojados’, que en su versión de 2013 empieza desnuda y se torna, a cada paso, más y más estadounidense. Tras ella, otros tres himnos: ‘La luna debajo del brazo’, de “Daiquiri Blues”; ‘La ciudad del viento’, de aquel mismo “Pájaros mojados” y ‘39 grados’, de “Salitre 48”, que termina con euforia.

Al otro Quique, el que es cuando está solo, y el que fue durante muchas noches de bares pequeños, nos lo encontramos en mitad del concierto, con un set acústico a solas a guitarra, armónica y voz. Así desnuda uno de sus favoritos del repertorio, ‘Polvo en el aire’, un tema que con los años ha pedido cada vez más, y ha crecido a la par que el autor. Al puntear ‘De haberlo sabido’, alguien se empeña, una y otra vez, en pedir a gritos ‘Día de feria’. Quique para, le mira y le dice: “Ya te he oído”, y le da una explicación para no volver a tocarla esta noche: “por la gente que vino ayer, voy a cambiar el set acústico, si no te importa”. Siente que es lo justo. Y empieza de nuevo ‘De haberlo sabido’.

El Quique que ha domado a las fieras, y ha bajado alguna revolución el show, sigue más moderado, pero ya en compañía, con ‘Las chicas son magníficas’ y ‘Me lo agradecerás’. Detrás de él, para hacer que todo funcione desde abajo, están Edu “Sunrise” Olmedo a la batería y Alejandro Climent, alias Boli, al bajo; ambos miembros de los míticos Señor Mostaza, y este último “en custodia compartida” con Fito y los Fitipaldis. Completan las filas de esta banda, capaz de electrificar como ninguna el ‘Kamikazes enamorados’ que algún día fue mucho más acústico, y que saca de nuevo la vena rockera de Quique, que luce también con ‘El campeón’ y ‘Miss camiseta mojada’, ambas muy recibidas. Con una púa menos en la mano de Quique, y una púa más en la de alguien del público, abraza a Pepo para cantar –y bailar– ‘Hotel Los Ángeles’, eufórico y sin guitarra, antes de marcharse del escenario.

Aún quedan cartuchos para una noche en la que el show duró más de dos horas. Hay tiempo para la sincera ‘Tenía que decírtelo’, y para canturrear a lo Elvis uno de los estribillos de ‘Te lo dije’. A estas alturas de la noche, además de sonreír e invitar al público a que cante con ellos, quiere agradecerles que estén ahí. “A los que viajáis con las canciones y nos seguís desde hace muchos años” les dedica ‘Salitre’, que el público le roba rápidamente, y acaba escuchándoles entusiasmado aquello de “y ahora tendré que salir a buscarme, alguien que me arranque de cuajo la pena…”. La noche está siendo sentimiento y emoción, tanto entre el público como en el escenario, y aprovecha para mirar al piso de arriba y dedicarle la siguiente canción a su “socio” César Pop, con el que ha compuesto parte de su nuevo disco. Es ‘Dallas-Memphis’, y hace un guiño hacia su zona mientras alza el puño con los “ejércitos del rock rompiendo filas”.

La última despedida, el “gracias amigos, ha sido increíble”, aun no es el final. Vuelve con ‘Su día libre’, y resurge el éxtasis popular de ‘Vidas cruzadas’. Van a despedirse, pero la gente pide más, y él hace un gesto de “adelante”. Así llega ‘Y los conserjes de noche’, quizá el primer himno que escribió en su vida, y que en los momentos más especiales vuelve a rescatar. Primero lo hace con la guitarra, hasta que la cambia por la armónica, y la toca de rodillas en el suelo, mientras se alinean tras él sus tres músicos. Le flanquean en una imagen que tiene más de equipo que muchas estampas de campos de fútbol. Al final, lanza la armónica al público, y cuando suena ‘This old heart of mine’ en voz de las Supremes, Quique mira y canta al público el ‘I love you’ del estribillo, y le dedica un “nos vemos… en breve”. Se despiden como equipo, todos a una, y justo al darse la vuelta, Boli evita que Quique tropiece con una guitarra. Bajo el escenario no dejan que Quique se caiga; sobre él, tampoco.

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