Cine: «Una botella en el mar de Gaza», de Thierry Binisti

Autor:

«Encapsula un optimismo tan frágil como quebradiza es la naturaleza de su contenedor»

«Una botella en el mar de Gaza»
(«Une bouteille à la mer»,  Thierry Binisti, 2011)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.
 

 

Aparentemente, las infinitas y adictivas expectativas de comunicación y recreo instaladas en los entornos digitales transmiten un grado de anonimato que estimula sin posibilidad de enmienda la transgresión de todo tipo de fronteras físicas y jurídicas. El pedido directo a nuestro camello de confianza o la difusión de porno casero al querid@ de turno, constituyen gestos involuntarios que alivian la agenda de nuestro día a día. Desafortunadamente, nadie se acuerda del indeleble registro que dejan nuestras inconscientes incursiones por los nuevos corredores del panopticón de fibra óptica.

De los comprometidos encuentros virtuales y del estribillo de los otrora celebérrimos hermanos Campillo se alimenta «Una botella en el mar de Gaza», película que encapsula un optimismo tan frágil como quebradiza es la naturaleza de su contenedor. La irracionalidad que mantiene en pie de guerra al vecindario más conflictivo del globo (israelitas y palestinos) solo se encuentra ilustrada de forma definitoria en los grotescos y atávicos rostros de los padres de todo este cristo, magistralmente dibujados por Robert Crumb («Génesis», Robert Crumb, 2009). Porque solo hermanos desavenidos se aguijonean con tanta solera.

La incomprensión lleva a Tal (Agathe Bonitzer), testigo de la enésima agresión bilateral en las calles de Jerusalén, a lanzar una utópica interpelación en búsqueda de respuestas. La cordialidad (y la ingenuidad) del mensaje epistolar encerrado en una botella probablemente se explique por el origen foráneo de su emisor. Thierry Binisti, director y coguionista, se encarga de señalar con demasiada frecuencia la identidad francesa de Tal, rasgo con el que pretende revocar la familiarización que el pueblo cananeo (israelitas y palestinos) mantiene con la muerte. El romanticismo arrojado al mar supera las fronteras cimentadas en tierra, prolongando el drama vital a través del correo electrónico. La nueva fábrica de sueños levantada con internet faculta una relación imposible con el afortunado Naïm (Mahmud Shalaby), joven palestino que recoge el clamor de su alma enemiga.

A partir de aquí se establece el intercambio de resbaladizas impresiones sobre la eterna discordia, diferencias que acabarán mitigándose al penetrar el relato en el plano más humano de la tragedia (cuestión que favorecerá la integridad ideológica de Thierry Binisti, perjudicada en exceso por la externalidad de su punto de vista). No obstante, será la alquimia adolescente la encargada de conjurar la evocadora transformación cuando se trata de compartir ansiedades y desvelos generacionales. A pesar de que el origen y emplazamiento de éstos evidencie insuperables barreras.

«Una botella en el mar de Gaza» lastra sin embargo un excesivo subrayado de reglas de causalidad lógica en la composición del texto. Binisti encorseta el discurso en una forma pragmática e insustancial, ignorando el refuerzo del lenguaje cinematográfico. No se le exigen alardes líricos en su etapa inicial como realizador, sino el manejo de recursos que proyecten el film a una entidad de mayor magnitud. Estamos hablando de imagen en movimiento, de integrar con armonía –más que con suficiencia televisiva– los distintos elementos visuales y sonoros que otorgan al cine su verdadera especificidad dentro de la nebulosa esfera de los nuevos medios de comunicación.

En definitiva exigimos algún paso más en el tratamiento de la imagen y su relación con el texto a lo largo de toda la película, de su convergencia en hecho fílmico acabado, de la priorización de una narración a través de las imágenes y el sonido explotando la capacidad de sugestión en el espectador. En otras palabras: continuar con el trabajo de las primeras secuencias, en las que se aprecia una mayor expresividad del uso del sonido cuando Tal se tapa los oídos para subrayar la subjetividad del punto de vista; la importancia de las escalas y los movimientos de cámara cuando el hermano de Tal lanza la botella al mar; el uso de los diálogos para dar continuidad narrativa por medio de la  yuxtaposición; la referencialidad al pasado con la visita a las ruinas romanas; el protagonismo del espacio en la pugna por el territorio y la construcción de identidad…

Porque estos “añadidos” también los valora el «target» de público que gusta digerir estas temáticas. Consciente o inconscientemente.

Anterior entrega de cine: “Shanghai”, de Mikael Hafström.

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