Cine: «Los idus de marzo», de George Clooney

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«Clooney viene a firmar una interesante película que se estrena en el momento oportuno. El trabajo tras la cámara del magnífico actor aporta un talento a nivel formal incuestionable»

«Los idus de marzo»
(«The ides of march». George Clooney, 2011)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.

 
Cuando convencidos estábamos de que «Los payasos de la tele» nos habían dejado para siempre (tras ver mancillada su genealogía por el pequeño Emilio no queda otra que revolverse en la tumba, antes o después) de pronto llegan las alegres primarias… Y por allá o por aquí salta de la chistera una convención, congreso o como se llame, porque esto es una barbaridad muy bárbara lo que nos han hecho tragar con la simulación a la española.

Nuestros referentes norteamericanos prefieren pintar sus payasadas al óleo arábigo, que tiene más aroma a muerto; y con él embadurnarse la conciencia de negruzcas corruptelas cada vez que llegan los periodos electivos para ovular la misma función de siempre. De esa oscuridad que impregna el «backstage» de la política asoma Ryan Gosling aka Stephen Meyers en el primer plano de «Los idus de marzo»; premonitoria e inequívoca señal del mensaje que articula George Clooney director en el resto del metraje; significativa primera toma de contacto con la que se estrena una secuencia que a la vez anticipa y describe el perfil de un personaje trepa hasta lo arquetípico. Se escriben así definitorios matices que esclarecen la mezquindad de las intenciones que mueven a los tramoyistas del escenario político, siempre atentos para soltar el saco de arena desde la parrilla si fuera necesario; y esconder la mano claro, porque su extraoficial discurso solo entiende de automatismos cuando se trata de cambiar de chaqueta.

La miríada de sujetos que merodean las heces del entramado político exige un examen científico no apto para escrupulosos. La vileza del ser humano emana desde el botijero (aquí la chica de los cafés) pasando por todos los grados hasta desembocar en el más pelele o sinvergüenza; el que suele encabezar las listas. Y es que entre los peores trabajos del mundo no está el desollador de atunes en los mares del norte ni el de abrillantador de pocilgas. Hasta el limpia culos de Luis XIV se manchaba menos las manos que el atajo de tecnócratas arribistas que hacen corrillo al candidato.

De «Los idus de marzo» nos interesa saborear especialmente ese comportamiento repulsivo que ya empieza a destilar el empollón de clase (en primaria ya se huele) antes de llegar a formar parte de las juventudes del ramo bipartidista (aviso a padres: cuando llegue el peque a casa vanagloriándose de la elección, tenemos a un cabrón en potencia). Esta historia de vida esculpe los rostros sonrientes cuando llega la madurez y escalan el siguiente peldaño colocándose tras la tribuna (a ser posible multirraciales y en paridad de género), rellenando hasta el limite el encuadre en churrigueresca representación frente el objetivo de cada cámara. Feos rostros disfrazados con sonrisas dentífricas que Clooney acierta al captar con hermosos planos (muchos de ellos pertinentemente importados del protocolario hacer del medio televisivo) que reproducen ese rancio saber salir en la foto.

George Clooney viene a firmar una interesante película que se estrena en el momento oportuno; adaptando junto con el multidisciplinar Grant Heslov, con quien también compartió escritura del guión en «Buenas Noches y buena suerte» («Good night. And Good luck», 2005, George Clooney), la exitosa obra teatral de Beau Willimon Farragut North. El trabajo tras la cámara del magnífico actor estadounidense aporta un talento a nivel formal incuestionable, a la misma altura –si no lo supera– que el texto, guión que reparte conflictos y puntos de cambio en su justa media, manteniendo un ritmo sostenido y seductor; evita la sorpresa fácil anticipando con exactas dosis el advenimiento del choque mayúsculo, estrategia que sin duda se apoya en una extraordinaria banda sonora. El acento se sitúa en el recorrido y no en el destino, imaginado de antemano por la audiencia en films que juegan con temáticas equidistantes.

La relación entre secuencias que tienen lugar en diferentes puntos de la película nos permite establecer conexiones y lecturas que empezábamos a echar en falta. El entrar y salir por análoga puerta, cinematográficamente hablando, supera la mera acotación de manual para integrarse dentro del sistema discursivo, del que extraemos el pragmatismo cíclico que se repite en política, universo en el que parece no quedar espacio para el cambio.

Con similar resolución se elaboran las puestas en escena en espacios que aportan un extra al contenido, cierto es que algunos de ellos frecuentan lugares comunes (los retiros existenciales del protagonista se nos hacen un tanto excesivos), no obstante no dejan de aportar gran calado dramático y simbólico a las reuniones que mantienen los personajes en determinadas secuencias que admiten el guiño a la postal. Claro ejemplo del magnifico trabajo del espacio reside en su función impropia, disfunción que alcanza su cota máxima en una de las secuencias claves de la película, aquella que se desarrolla entre el gobernador Mike Morris (interpretado por el propio Clooney) y su asesor Stephen Meyers. El control de la puesta en escena se completa con una iluminación expresiva al servicio de los conceptos arbolados a nivel espacial, alargando las sombras sobre la ética de los personajes e ilustrando con la pálida luz de un tiempo atmosférico acorde con los síntomas de una enfermiza democracia.

En fin, que se note que desde el patio de butacas de cada casa que nos la trae al fresco el revolcón socialista que se pegaron a destiempo la pareja de turno en el circo patrio (oiga, mucho mejor ese dedo palmario que sale del bigote padre y designa prescindiendo de sufragio al nuevo gerente) y vayamos en cine en mayoría absoluta. El coherente oficio de Clooney demanda prioridades.

Anterior entrega de cine: “Redención”, de Paddy Considine.

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