Cine: «Llévame a la luna», de Pascal Chaumeil

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«La mediocridad no entiende de nacionalidades, y la película de Pascal Chaumeil es un perfecto ejemplo de lo mediocre»

 

llevame-a-la-luna22-07-13

«Llévame a la luna»
(«Un plan parfait», Pascal Chaumeil, 2012)

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

El cine francés, en su consolidación de una industria de largo más sólida que la que disfrutamos en España, no ha renunciado ni siquiera a replicar los modelos mainstream más manoseados por Hollywood. La comedia romántica no es una excepción, y “Llévame a la luna” es la peor expresión de esa imitación sistemática de arquetipos y lugares comunes que podría llegar a desesperar a un espectador ya maduro en el género. La mediocridad no entiende de nacionalidades, y la película de Pascal Chaumeil es un perfecto ejemplo de lo mediocre: esa losa que cae cuando la música incidental subraya oportunamente un chiste con artes de la peor comedia televisiva; ese sempiterno empeño en presentar a los futuros amantes como dos polos opuestos hasta el punto de hacer increíble cualquier desarrollo emocional; esa decepcionante sensación de saber, a los cinco minutos de metraje, cómo se desarrollará y acabará la película.

Chaumeil, que ya había demostrado en “Los seductores” («L’arnacoeur», 2010) su escaso interés por desplazar el género de sus raíles más rutinarios, confía toda su esperanza de innovación a una premisa ya de por sí difícil de sostener: el empeño de una mujer de conseguir un matrimonio y un divorcio exprés con otro hombre antes de casarse con su prometido, a fin de esquivar la maldición familiar por la que todas las primeras nupcias terminan en fracaso. A partir de ahí, el juego de engaños, enamoramientos y desenamoramientos hacia el alegato final del matrimonio como obligada aventura vital, se sucede con una previsibilidad sonrojante y escudado en blanco buenrollismo que Dany Boon se ha encargado de enarbolar en los últimos tiempos.

Lo peor, sin embargo, no es la incapacidad de “Llévame a la luna” de erigirse con una personalidad propia, sino su fracaso a la hora de establecer algún tipo de química entre Diane Kruger y Boon, imposibles enamorados en un subproducto más propio de los circuitos de vídeo en trenes y autobuses que de un estreno en salas.

 

Anterior entrega de cine: “El último Elvis”, de Armando Bó.

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