Cine: «L’enfant d’en haut», de Ursula Meier

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«La narración combina en las dosis adecuadas el drama social con un humor desnudo que alivia el alma cuando se precisa»

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«L’enfant d’en haut»
(Ursula Meier, 2012)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.

 

 

Comienza la temporada. Remontamos la pendiente suspendidos de un cable de grueso alambre. Sin esfuerzo tomamos la cima de la montaña. Sábanas blancas cubren la imperfección de sus depiladas faldas. ¡Qué hermosura de paisaje se extiende desde la cima hasta el valle! ¡Qué pureza de fluidos! ¡Parece que se respiran otros aires! Nos deleitaríamos un poco más pero… A lo que estamos, a tirarnos por la pista a todo trapo. Cuando estemos abajo, subimos otra vez. Y para abajo. Y para arriba. Hasta el mediodía, que hemos quedado con los primos. Cervezas cara al sol en la terraza de la estación. Unas rayas y para arriba. Ah no, que es para abajo. Y esta noche de fiesta por Jaca. Y mañana nos volvemos a Madrid. ¡Qué desparrame por Benasque!

Estos modelos de esparcimiento no representan al paisanaje, pero nos quedamos con el escenario de sobreabundancia que mejor alegoriza el estatus en “L’enfant d’en haut”. A la estación de esquí sube a diario el pillo de Simon (Kacey Mottet Klein) con la intención de chorizar hasta el último accesorio. Gafas polarizadas, guantes impermeables o cascos integrales, no hay botín que se resista cuando suenan las tripas. Simon tiene doce años y la vida le extrae hasta la última gota de infancia para inyectarle madurez. Nuestro pequeño granujilla vive con su hermana Louise (Léa Seydoux) pero se encuentra solo en una madriguera de cemento. Allí abajo, donde nacen las montañas, Simon las pasa putas para comer mientras trata de absolver los desórdenes de Louise con los diferentes tipejos que se trae a casa.  

La nueva película de la prometedora Ursula Meier mejora su primera toma de contacto con el cine (“Home, ¿dulce hogar?”, 2008). Que sí, que es evidente que ahora se articula en la médula del inmenso genio de los hermanos Dardenne reflotando a los desvalidos con un sobrecogedor tratamiento de los caracteres morales de los personajes. Las similitudes con los directores belgas también las encontramos en un estilo visual naturalista que estiliza un tono sin estridencias lacrimosas ni tragedias extralimitadas, aunque la atmósfera emotiva sea menos asfixiante (que también se agradece).

Saliendo de la órbita de los Dardenne, Ursula Meier escribe y dirige una historia de argumento sencillo pero potente en su planteamiento. La narración combina en las dosis adecuadas el drama social con un humor desnudo que alivia el alma cuando se precisa. El ritmo se sostiene sin necesidad de acudir al recurso fácil (cámara en manos parkinsonianas, decibelios alborotados en la banda sonora, montaje de infarto, planos de menos de un segundo de duración…). Tampoco le hace falta a Meier evidenciar la estructura del guion subrayando los contrapuntos dramáticos. Todo fluye en su justa proporción, bajo el influjo de un trabajo del espacio formidable, diálogos verosímiles e interpretaciones soberbias.

Por añadidura, “L’enfant d’en haut” encierra una sorpresa que imprime vigor al torrente, para finalizar a lo grande, con un espléndido epílogo que despide la pérdida de identidad hasta el infinito.

Anterior crítica de cine: “La cabaña en el bosque”, de Drew Goddard.

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