Cine: «Lebanon», de Samuel Maoz

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«Lebanon’ nos hace partícipes a todos los espectadores de los crímenes de guerra, cargando el cañón del proyector con una elogiable condensación de metáforas y sistemas visuales alojados en el discurso fílmico»

«Lebanon»
(Samuel Maoz, 2009)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.
 

 

En una entrevista concedida a «Cahiers du Cinema» (nº 635, 2008), Ari Folman, autor de la sobresaliente cinta de animación «Vals con Bashir» («Waltz with Bashir», 2008), declaraba que su mayor preocupación residía en “evitar una representación heroica de la vida militar. Ese blindado que avanza en medio de la nada con jóvenes que ignoran dónde se encuentran, por qué están allí, y que disparan noche y día a un enemigo invisible: así es como veo la guerra. En mi entorno, todo el mundo participó, como yo, en la invasión y en la ocupación del Líbano. Y todo el mundo se ha reconocido en los soldados de ese blindado, todo el mundo ha dicho: así es la guerra.”

Obligatorio asirse a «Vals con Bashir» cuando se trata de reconocer en «Lebanon» una nueva y paralela aproximación a la guerra del Líbano de 1982, en esta ocasión ficcionando la reconstrucción de la memoria histórica desde el metraje de acción real para cubrir conflictos prácticamente huérfanos de tratamientos informativos independientes, a pesar de reproducirse en la contemporaneidad más inmediata.

A comienzos de los ochenta, la enésima incursión –eufemísticamente denominados ataques preventivos– del Estado Israelí en tierras libanesas, se saldaba con un todavía hoy indeterminado número de bajas entre la población civil; resultado del genocidio (asesinato en masa de palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chanila) apadrinado por los democráticamente elegidos sucesores de David, cuya estrella de seis puntas se clava como afilado shuriken en el ojo de sus fronterizos vecinos.

Por razones obvias (simples instintos de supervivencia las avalan), tanto a nivel individual como colectivo, ciertos episodios del pasado tienden a barrerse levantando la alfombra. Sirviéndose del cine como ejercicio mnemotécnico para trasladar a la pantalla una reflexión autobiográfica sobre una herida nunca cicatrizada, el film de Folman arrojaba luz sobre los laberínticos caminos que se extravían en el terrorismo de Estado que ejerce Israel desde su fundación como ministerio del miedo en Oriente Medio. Con «Lebanon» sin embargo, Samuel Maoz nos hace partícipes a todos los espectadores de los crímenes de guerra, cargando el cañón del proyector con una elogiable condensación de metáforas y sistemas visuales alojados en el discurso fílmico. En este sentido, si «Waltz with Bashir» se enfrentaba con su particular retorno al pasado colocándose en el epicentro omnisciente de la reescritura argumental, «Lebanon» universaliza los significados adheridos a la violenta naturaleza del ser humano. Samuel Maoz culmina estos presupuestos al trazar una microhistoria de valor alegórico que reparte la culpa gracias al anonimato que proporciona el personaje ficticio.

¿Cómo lo consigue a nivel formal? Con la pantalla trocada en mirilla subjetiva con la que apuntamos a cada una de las víctimas. Un visor que nos remite a la última secuencia de «Solo se vive una vez» («You only live once», Fritz Lang, 1937), magistral alegato sobre el reparto de responsabilidades en la condena de un prófugo de la justicia a manos de todos nosotros: Henri Fonda ejecutado por un policía tras quedar encuadrado en el teleobjetivo de un rifle. Todos miramos a través del punto de mira.

El trabajo del punto de vista adquiere un valor nodal en la filmografía de Fritz Lang en esa ética de la responsabilidad compartida que se sirve de la cámara cinematográfica para relatar tanto la ascensión del nacismo como la injusticia social.

Maoz asume el mismo riesgo empujando al público al privilegiado interior del asfixiante carro de combate. Pensando la imagen como expresión inevitable de un punto de vista cargado de intencionalidad, “de juicio sobre lo que se muestra, ya que la mera opción de recortar un encuadre en el continuum de lo visible, debe ser leída como operación reveladora de una voluntad o sentido.” («Pensar la Imagen», Santos Zunzunegui).

Las distintas resoluciones que toma Maoz para despojar a la contienda de épica y heroicidad pasan por la convivencia de un grupo de soldados en el interior del tanque. Abandonados a su suerte en la batalla contra un enemigo que no existe como tal, desorientados y vulnerables, sin referentes, dirigiéndose hacia el absurdo, a ese mismo punto de partida que se pierde en mitad de un campo de girasoles.

Anterior entrega de cine: “Red state”, de Kevin Smith.

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