Cine: «La espuma de los días», de Michel Gondry

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«Apresen el paraguas de Man Ray. Una galaxia de ocurrencias en “Stop Motion” está a punto de explosionar sobre el patio de butacas»

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«La espuma de los días»
(«L’écume des jours», Michel Gondry, 2013)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.

 

 

Michel Gondry, el pantagruélico cineasta galo, se reengancha al “tripi” (a ver estos carcamales de la Real Academia cuando se actualizan, que nos sobran las comillas. A ponerse, a ponerse, que luego todo son prisas).

Un encabezado muy descabezado (no se lo hemos robado a «La Gaceta») que resume las probables –a la par que lisérgicas– intenciones de divertir y subvertir (a vueltas con los artificios) sobando las regiones más lúdicas del surrealismo. Acostumbrados nos tiene Gondry a sorprendernos con imaginarias soluciones, encolando fantásticos escenarios de material reciclado donde ubicar personajes aberrantes, patafísicos y grotescos en su forma de entender la vida. O más bien de mostrarse ante sus vecinos. Ojo con el trampantojo porque en esa doblez se esconde la clave.

Apresen el paraguas de Man Ray. Una galaxia de ocurrencias en “Stop Motion” está a punto de explosionar sobre el patio de butacas. “La espuma de los días” adapta la novela “La espuma de los días”, de Boris Vian, que, siendo tan fiestero como los redactores de EFE EME, nos preguntamos cómo daba el hombre para tanto. El eclecticismo laboral de Vian (poeta, novelista, compositor de jazz, ingeniero, dramaturgo…) ha llevado a incluir sus insumisas inclinaciones existenciales en el cuerpo de conectados movimientos de vanguardia, tales como el dadaísmo, el surrealismo, la “patafísica” o el “oulipisme”. Si el genio de Vian es tan difícil de abarcar como el culo de Falete, presuponemos que no es nada fácil la traslación a imágenes de un mundo fabricado desde el lirismo más irregular, arropando desordenados e inconstantes individuos a los que se les ha bajado el diapasón a ritmo de un escopetado jazz.

¡MERDRE! Colin (Romain Duris) es un ufano burgués que no pega un palo al agua. Rodeado de abundancia se dedica, entre otros absurdos menesteres, a paladear inverosímiles entremeses cocinados por su mayordomo Nicolás (Omar Sy). Por otro lado, más comprometido con los problemas de su tiempo, tenemos a Chick (Gad Elmaleh), el mejor amigo de Colin. Chick se desvive por la obra y pensamiento de “Jean-Sol Partre”, ingeniosa comparación nominal con el bizco que todos tenemos en mente. Entre medias surgen los líos de faldas, “affaires” que no solo proyectan las debilidades de cada uno de los individuos masculinos, sino que precintan un simbolismo que retrata la generación en la que se inscribe la historia. Eso sí, sin dejar de maltratar a Sartre sin intermisión (busquen la motivación en la biografía de Boris Vian). En el discurso que el filósofo francés suelta ante las masas, Gondry, en una decisión de la que se jacta siendo entrevistado («L’Express»), reestructura el alegato con el fin de ridiculizarlo, inspirándose en las ideas del “oulipisme”, desordenando y reordenando palabras a lo Antonio Ozores.

Una lástima que la imaginería automática (demasiado gag insustancial) de Gondry quede lejos de La Fura dels Baus (a Švankmajer ni siquiera se aproxima), tampoco su mensaje adquiere el picante de Boadella. Pues eso, en medio de ninguna parte, aunque mejorando sus últimas castañas.

Anterior crítica de cine: “Jobs”, de Joshua Michael Stern.

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