Cine: «El congreso», de Ari Folman

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«Queda demostrada la consagración de un director que trasciende cualquier circunscripción creativa»

el-congreso-28-08-14

«El congreso»
(«The Congress», Ari Folman, 2013)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.

 

 

Convocado por Stanislaw Lem, Ari Folman subió a lo más alto de “Miramount”. Allí le fue entregado el hipertexto. Folman descendió a los multicines, y encontró a una despistada audiencia adorando falsos becerros. Poseído por la furia de Charlon Heston, el director de “Vals con Bashir” parte la crisma del espectador golpeando con “El congreso”.

Un comienzo en cámara lenta captura lo que solo un rostro puede comunicar: las emociones de la persona representada. “Vemos” el alma de Robin Wright extractando la perspectiva crítica de Ari Folman, toda una alegoría del presente inmediato e inaplazable futuro del cine como industria en el que los actores serán prescindibles. Grierson creía que el mejor actor es el que hace de sí mismo: Robin Wright como Robin Wright. Robin es una formidable actriz que eligió mediocres films. Persuadida por Al (Harvey Keitel haciendo de mánager), la señorita Wright consiente en ser escaneada para perdurar en la pantalla sin otro elixir rejuvenecedor que el suplantado por el “doble digital”. Solo tendrá que firmar su declinación a la plena disposición de Jeff Green (Danny Huston), cabeza visible del eje Cowboy-Samurai, intencionadamente denominado “Miramount-Nagasaki”.

Ni los actores estarán por encima de los personajes ni el actor jamás podrá renunciar a la conciencia de su práctica creadora. Que la espontaneidad y la improvisación son dominio del actante de carne y hueso también lo sabe Folman. Porque la interpretación está consagrada a la intuición, a cualidades que nunca serán sustituidas por los automatismos de ningún programa de diseño digital.

Con “El congreso”, queda demostrada la consagración de un director que trasciende cualquier circunscripción creativa: la corrosión para llegar al nivel que sea necesario, erosionando estratos con la anarquía de la imaginación. Habrá que liberar al cine de sus ataduras. Viendo volar la cometa al hijo de Robin recuperamos el símil de Edgar Morin sobre el cine y el avión (“El cine o el hombre imaginario”). Así bautizaba el filósofo francés al cinematógrafo: “…esta vez el prodigio no consistía en lanzarse al más allá aéreo, donde sólo habitan los muertos, los ángeles y los dioses, sino en reflejar la realidad de la tierra.”

Anterior crítica de cine: “Infiltrados en la universidad”, de Phil Lord y Chris Miller.

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