Cine: «Dos vidas», de Georg Maas & Judith Kaufmann

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«Dos vidas’ regresa a la caída del Telón de Acero para concluir un relato que enraíza en la Segunda Guerra Mundial»

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«Dos vidas»
(«Zwei Leben», Georg Maas & Judith Kaufmann, 2012)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.

 

 

A fin de cuentas, nos da igual quien sea el presidente de la comunidad de vecinos del 13 Rue del Percebe, porque la memoria histórica de los españoles se escribe y dibuja en clave de un humor que encubre propósitos. De risa precisamente no se están muriendo los Niños de Moscú desdeñados por nuestros ingratos anales. Internados en el olvido, apenas resisten en la capital del Gran Ducado de Vladimiro. Ni para pagar el alquiler del Centro Español…

Se estrena “Dos vidas”, y conociendo estas circunstancias previas, desconocemos hasta dónde y cuando tendrá asegurada la cuota de pantalla por aquí cerca ese cine que se empecina por remover discordias que a más de una generación le queda demasiado lejos. De directores alemanes y coproducción germano-noruega, “Dos vidas” regresa a la caída del Telón de Acero para concluir un relato que enraíza en la Segunda Guerra Mundial. La presencia nazi en la “Fortaleza noruega” redescubre las consecuencias del programa Lebensborn y el secuestro de niños (muchos de ellos “consentidos” ante la acusación de colaboracionismo) con la idea de zurcir la raza aria de la especie invasora. Trasladados de los internados noruegos al continente para ser reubicados en familias y orfanatos alemanes, los Niños de la Guerra se quedaron arrastrando el linaje de la vergüenza por la RDA durante la Guerra Fría. Solo Katrine Evensen (Juliane Köhler) logró volver a los brazos de su madre (Liv Ullmann) para construir una familia, pero Katrine tuvo que pagar un precio…

Un film de espías intenta mantener en suspense la revelación de la información con la excusa de ofrecer una verdad simulada. Sin embargo “Dos vidas” anticipa demasiado pronto las entretelas. Los efectos de la doble identidad de Katrine preponderan el drama en el contexto familiar frente al debate ideológico del contexto político-militar. Y “Dos vidas” hace bien, porque los soldados también son víctimas de la guerra. El contratiempo procede de ese mismo éxito. Personajes que parecen adquirir un relieve determinante en la evolución de la intriga se disipan sin explicación aceptable. El espectador también acabará exigiendo una mayor intervención de la madre, especialmente si está encarnada por Liv Ullmann. Podemos concluir que se profundiza muy poco en los secundarios, probablemente porque la película se cierra precipitadamente dejando desatendidas voces a las que todavía no se les ha permitido decir la última palabra (no ponemos ejemplos porque esta impresión se extiende a la mayoría de los personajes secundarios).

A pesar de estos lastres, el buen trato al lenguaje cinematográfico (uso de los “flashbacks” en la gestión del pasado para generar intriga), la contención en la exposición del enunciado (tono comedido) y la interpretación de Juliane Köhler posicionan a “Dos vidas” entre las películas más interesantes de la cartelera estival.

Anterior crítica de cine: “Mil maneras de morder el polvo”, de Seth MacFarlane.

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