Cine: «Attack the block», de Joe Cornish

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«Se agradece recibir una cinta que no esté subordinada a lo políticamente correcto a pesar de apelar a un target bastante amplio. Al menos las navidades de 2011 depositarán un buen cuento en los multicines, y sí, es para todos los públicos»

 

«Attack the block»
(Joe Cornish, 2011)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.

 

 

Si hace pocas semanas atacábamos en bloque la ópera prima de William Monahan («London Boulevard», 2010) por sus trasnochadas y aburridas concesiones al estereotipo en la concepción de una película de género, con «Attack the block» se nos presenta la oportunidad de tornar en cañas aquellas lanzas. El galardón obtenido en la última edición del festival de Sitges (festival de género por antonomasia en el panorama nacional) ratificó la soberanía de la audiencia en su relación con las artes representativas; resolución derivada de la división de poderes aprobatorios que en el cine marca, como en ninguna otra disciplina artística, el inmediato devenir de un objeto o expresión cultural.

Renovar los cánones en los días que corren es sinónimo de reciclaje, de readaptación evolutiva si se nos permite esta ampulosidad. Atendiendo a estas hipótesis hace rato contrastadas podremos adivinar el porqué del éxito de crítica (autoridad faltante) y público en el debut cinematográfico de Joe Cornish.

¿Hay algo nuevo que contar? Para dar validez cualitativa a un producto que se fija al modelo de género la pregunta que nos hacemos apunta a otra dirección; a cómo se cuenta lo mismo de diferente manera. Ya que la originalidad fluye espesa por los cauces de la industria fílmica, añadamos componentes anticoagulantes en dosis que actualicen la ecuación. Así, ojeando fugazmente el retrovisor, divisamos en «Attack the block» la incorporación de elementos culturales –a priori circunscritos a la cultura juvenil– que acaban trascendiendo la mera fruición referencial a films ochenteros abonados al género fantástico, de aventuras, de terror, o cualquier hibridación de los anteriores. La banda sonora, perfectamente integrada en las imágenes, asiste a los cambios de ritmo y la construcción de la atmósfera de muchas de las secuencias con encabalgamientos y analogías sonoras de orden diegético; los diálogos frecuentan la alusión a la cultura del videojuego y el cómic, universos que reglan la actitud y la conducta de los personajes; del mismo modo podemos contemplar el sinfín de citas a una imaginería adolescente que ha crecido conviviendo con los posos dejados por Tarantino, Bruce Willis y la saga de «La jungla de cristal» o el dueto Stallone-Russell de «Tango y Cash».

Desde un punto de vista receptivo, el espectador disfruta con el reconocimiento de lugares comunes encuadrados en el género fantástico (reiteramos la generalización al resto de modelos). Con esta estrategia corremos el riesgo de dar la bienvenida a historias que llegan por el comprometido camino de la nostalgia o dejar en estado cataléptico a más de uno (Spielberg). Este no es el caso de «Attack the block». En la apropiación del utillaje de género, el fin de las herramientas discursivas es bien diferente. En primer lugar se agradece recibir una cinta que no esté subordinada a lo políticamente correcto a pesar de apelar a un target de público bastante amplio. El suburbio urbano, con todas sus implicaciones sociológicas, se convierte en el escenario en el que un grupo de jóvenes londinenses intentan rechazar con sus propios medios (insólito, y por lo tanto original) la invasión (¿alienígena?) del territorio. Las alegorías son tan evidentes que el petardo nos estalla en la mano antes de que nos demos cuenta.

El protagonista es el espacio. Contexto espacial en el que la comunidad de las barriadas queda personificada en la cohesión de traviesos chicos que luchan blandiendo la amistad y la camarería como mecanismos defensivos para expulsar al intruso. En la pertenencia al grupo hay que demostrar que eres uno de ellos, que eres un igual, que vives en la puerta de al lado. Frente a la exacerbación de la individualidad, los lazos identitarios que ayudan a superar la degradación que sufren las microsociedades que habitan las periferias.

El británico Joe Cornish nos señala que junto a la máxima del entretenimiento (premisa que se cumple a rajatabla) se pueden soplar asuntos que incomodan, airear problemáticas cercanas, de vecindario. El resultado de estas motivaciones temáticas nos lo trae con un guión sin fisuras; un texto que pone de manifiesto la ilusión de quien entra al cine con los deberes hechos y las ideas claras, sin banales pretensiones y dejando de lado el pirotécnico sentido del espectáculo con el que normalmente se formalizan estas propuestas. Al menos las navidades del 2011 depositarán un buen cuento en los multicines, y sí, es para todos los públicos.

Anterior entrega de cine: “La conspiración”, de Robert Redford.

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