“Canciones de amor”, de Ted Gioia

Autor:

LIBROS

“Un manual afortunadamente arriesgado en sus parámetros”

 

canciones-de-amor-29-03-16

 

 

Ted Gioia
“Canciones de amor. La historia jamás contada”
TURNER

 

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

 

 

Ted Gioia es uno de los ensayistas musicales más importantes del mundo, además de profesor de jazz en la universidad de Stanford. El grueso de su producción en libro va dedicado a su disciplina académica y al blues; pero mientras iba preparando las notas y las fichas para sus manuales, advertía que algo no cuadraba. No estaba bien explicado, las canciones de amor que surgían en la música del siglo XX parecían retocadas, con una fuerza latente que se había desbravado, como una botella de champán que queda abierta al raso. Así que se propuso estudiar qué era lo que pasaba y se encontró volviendo la vista atrás –este retroceder llega hasta los egipcios– y descubriendo que nos habían ocultado un legado musical considerado peligroso: el de la lírica. Para exponer esta historia del amor que nunca se ha contado parte de una premisa y una hipótesis, la premisa es que el poder ha intentado destruir las manifestaciones del amor en música –fomentan la acción individual frente a la socialización necesaria para el proyecto de la comunidad– y que las mujeres y los marginados están detrás de cualquier inflexión en el terreno de estás canciones, que luego son reconvertidas por la clase alta.

A estos convencimientos adapta su estudio, que más que un recorrido sincrónico, es una visión de los cambios y las coincidencias entre determinadas épocas –en el arte no hay evolución, llega a decir–, en un estilo académico pero ameno. La prueba: de los pocos testimonios que se conservan, un motivo es el del amante ante la puerta cerrada que recorre transversalmente toda la historia hasta Dylan. Se inicia, como señalamos, en el antiguo Egipto, no sin antes indagar cuál puede ser el origen del canto en un primer capítulo de talante antropológico. Y a partir de ahí continúa en Safo –curioso que se haya perdido/ocultado toda información sobre ella–. De hecho, se ha dado a entender que el amor es una creación del siglo XII en Francia –también lo estudia al detalle– pero todo parece indicar que en la antigüedad también existía, aunque completamente mutilado por la autoridad.

Quizás las consideraciones a partir de esta tesis de que la lujuria era inexcusable en todas las canciones de amor vayan demasiado lejos en ocasiones, es un manual afortunadamente arriesgado en sus parámetros, pero no se puede obviar que los goliardos cantaban a todo tipo de vicios, que las canciones de ‘maldezir’ son obscenas hasta un límite desagradable y que la famosa tonada folk ‘Greensleeves’ es la llamada a una prostituta.

A partir de Dante, el amor se convierte en una ideología, por tanto en un ideal y en un rito, que el poder terrenal intenta desactivar, y se empieza a escindir el público: el culto de los madrigales, que después pasan a la ópera, y el de las baladas, con las cuales la canción de amor vuelve al pueblo, baladas antiguas cuya violencia es tal que los grupos que las intentaron adaptar en los sesenta fueron censurados de inmediato.

El siglo XX. Más aura de depravación: el cabaret, y la aparición de un nuevo receptor que de público pasa a ser consumidor, a pagar por la ingente cantidad de música, hasta que ya en nuestros días se convierte en oyente individual –a diferencia de la antigüedad– y con posibilidad de volver a escogerla gratuitamente. Todo ello salpicado, claro está, con la sentimentalidad de los últimos años, que se inicia en el blues –de nuevo música de esclavos, con mayor libertad de conducta–, un blues que antes de las primeras grabaciones de los años 20 parece ser que era depravado, procaz, incluso regodeándose en asesinatos. Es el mundo al que Billie Holiday o Edith Piaf se acercaron más y que de nuevo el control del estado parental sustituyó por crooners o tonadas sentimentaloides.

En todo caso, adopta el maravilloso criterio de llevar los datos de su contexto a la actualidad, así las vidas ficticias de los trovadores son equivalentes a las fabulaciones sobre las estrellas del pop en las revistas del corazón y construye un libro afín al historiador musical, al filólogo y al simple curioso. Y aunque siga faltando una visión no anglosajona, lo cierto es que dedica pequeños espacios a las jarchas, la música africana y asiática o al tango, que se incluyen en el volumen de forma coherente. Quizás todo lo que interprete Gioia no sea verdad, pero sí que es bien acertado.

 

 

Anterior crítica de libros: “Heavy 1986”, de Miguel B. Núñez.

Artículos relacionados