Calamaro o el cantor necesario

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UN GUSANO EN LA GRAN MANZANA

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“El pasado tira abajo tu puerta para explicarte que tus viejos héroes ni son tan viejos ni renunciaron a su condición épica”

 

El último trabajo de Andrés Calamaro golpea intensamente a Julio Valdeón, que explica las sensaciones que le producen las “Romaphonic sessions”, y también despide a George Martin.

 

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.
Foto: THOMAS CANET.

 

 

—8 de marzo
Atardece y el Jadis gotea las “Romaphonic sessions” de Andrés Calamaro. Confieso haber militado durante años en un romance con su música que inevitablemente desembocó en un cierto hastío. Uno acaba por hastiarse de los viejos amores. Imagino que nadie tiene la culpa. Entra dentro de la lógica de un tiempo que siempre abrasa nuestros mejores recuerdos. Calamaro siguió a su bola, con discos que podían gustarme más (“El palacio de las flores”, “La lengua popular”) o menos (“On the rock”, “Bohemio”), pero la gratitud seguía intacta. Pues bien, hoy estoy viviendo uno de esos raros días en los que el pasado tira abajo tu puerta para explicarte que tus viejos héroes ni son tan viejos ni renunciaron a su condición épica. Escuchar cómo Calamaro recrea con toneladas de gusto y talento la ‘Nueva zambra para mi tierra’, reinventa códigos con ‘Garúa’ o recupera con escalofriante sensibilidad ‘Mi enfermedad’, ‘Siete segundos’ o ‘Los aviones’, subraya que más allá o acá de los prejuicios estamos ante un gigante. La figura indiscutible, y uno de los autores más feroces, cultos y valientes que haya parido el rock and roll en español, sea lo que sea eso, en décadas. “Romaphonic sessions” pertenece a esa indispensable estirpe de discos que permiten tomar aire y, al tiempo, bucear en las raíces, propias y ajenas, personalísimas y cosmopolitas, universales y privadas, y cuya gestación a buen seguro anuncia un tiempo nuevo. O sea, al club donde también relucen “Good as I been to you” y “World gone wrong”, las “American recordings”, “Mermaid Avenue”, “Kicking against the pricks”, “Rock and roll”…

Claro que siempre habrá un listo dispuesto a explicarte que hacer versiones no tiene mérito, pero eso solo demuestra hasta qué ingrato punto la indigencia intelectual y el adanismo estético tienen la boca ancha y el cerebro estrecho. Condición indispensable de cualquier “cover” es la de aportar algo, sea desde la iconoclastia o el respeto al modelo previo. Eso y, asunto capital, que el artista las lleve a su terreno con naturalidad casi inevitable. Para lo primero necesitas creatividad, imaginación, huevos; para lo segundo, estilo. Como a Calamaro le sobran estas y otras cualidades, el resultado abruma y arrulla, seduce y enamora. Bendito regreso a las ‘Grabaciones encontradas’ que tanto extrañábamos. Refrescante abandono de la zona digamos confortable, que no por interesante no deja de conspirar contra la libertad poética. Apabullante “tour de force” de un hombre al que por edad y magisterio le toca abrir la etapa más ilusionante de su carrera. Es el momento de sus particulares “I’m your man” y “Time out of mind”, de sus particulares “New York” y “Magic and loss” y “Ragged glory” y “Sleeps with angels”.

Calamaro nunca se fue. Pero qué bueno que publique una joyita, una íntima obra maestra, para recordármelo. ¿Disco del mes, del año? Bah, como toda entelequia las listas son menos listas de lo que aparentan. Imposible enjaular un disco aterciopelado y carnívoro, de esos que no requieren de coartada y a los que les basta darle al «play» para que todo tenga sentido. El desencanto, el desamor, la pasión y la nostalgia y el riesgo nutren los surcos de unas «Romaphonic sessions» fabricadas con la exacta mezcla de aflicción y júbilo. La vida misma.

 

 

—9 de marzo
La muerte de George Martin nos recuerda el fin de época. La de los técnicos y productores, asistentes e ideólogos, ayudantes y consejeros, que con astucia, conocimiento y tacto ayudaban a encauzar y/o multiplicar el talento efervescente. Sus valores, la discreción que siempre mostró, su dedicación entregada a la causa de sus pupilos, la tolerancia con la que sorteó el conflicto generacional, cotizan mal en actual teatrillo romántico, ávido de tópicos locos geniales y devoto de una historia del arte que ha multiplicado el fervor por el creador solitario, yo me lo guiso yo me lo como, como pasaporte para camuflar el robo y explicarnos que nos importa una higa la destrucción del tejido artístico.
Pienso todo esto mientras charlo con Steven Rosenthal, dueño de The Magic Studio, el estudio del Soho, fundado a finales de los ochenta, donde grabaron Lou Reed, los Ramones, Suzanne Vega, Sonic Youth y David Bowie (sus dos últimos discos). Rosenthal cierra el 16 de marzo porque no puede afrontar la subida del alquiler en una calle donde las plazas de garaje se venden a un millón de dólares la unidad. El funeral por los viejos estudios es también un poco el de una era que expira. Cuando al columnista Carlos Luis Álvarez, Cándido, le preguntaban por su salud y el cáncer de colon que acabaría por comérselo, respondía “Aquí, extinguiéndome”. Algo así podría responder Rosenthal, acodado en la imponente consola analógica Neve que compró a la BBC, y que también ha perdido: la hipotecó para poder trasladar su otro negocio, The Living Room, la sala de conciertos donde debutó Norah Jones, a Williamsburg. El garito ha durado ocho meses, de nuevo víctima de la especulación.

 

 

Anterior entrega de Un gusano en la Gran Manzana: El sótano de los cien mil vinilos.

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