Bruce Springteen y el trallazo anhelado

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COMBUSTIONES

 

“Nunca baja del notable. Pero ese algo más, el trallazo que te electrocuta, el trueno que te deja ensimismado durante semanas, llegaba con cuentagotas”

 

Tras asistir a un buen número de conciertos de Springsteen, degustar toda su obra e investigarla a fondo, Julio Valdeón se acerca a un nuevo directo de Bruce algo hastiado, pero con ganas de recuperar cierta fe perdida.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Bruce Springsteen en Broadway. Confieso lo impensable hace no tanto. Que no he movido un dedo para verle. Que la perspectiva de asistir a un concierto suyo, mitad recital mitad confesión a media luz, me excitaba lo justo. Quizá porque hace tiempo que agoté mi cupo. Estuve, por ejemplo, en aquel show del Teatro Apollo con Elvis Costello, que lo entrevistó para su programa de tv, “Spectacle”. También en el concierto en el que se despidió Danny Federici en Boston. Vi el concierto de arranque de la Seeger Sessions Band, en Asbury Park. La gira con la Other Band, en el 93. La de “The rising”. La de “Devils and dust”. La de “Magic”. La de… Sin ser, ni de lejos, uno de esos seguidores que lo han escuchado por los escenarios de medio mundo, he gozado de sus conciertos en solitario y con la E Street Band en Madrid, Gijón y Boston, en el viejo Brendand Byrne Arena de Nueva Jersey y en el Madison Square Garden del Manhattan, en el Convention Hall asomado al Atlántico, en Asbury, y en el Nassau Veterans Memorian Coliseum de Uniondale. También he coleccionado sus piratas. He devorado cientos de revistas y artículos dedicados a los aspectos más improbables de su obra. Libros creo haberlos leído todos, o casi. Entrevisté a colaboradores y amigos del rockero como Jon Landau, Thom Zimny, Dave Marsh, Frank Stefanko, Alejandro Escovedo y, ¿saben?, nunca quedaba saciado. Cierto que no entrega una obra maestra, un disco irreprochable, histórico, desde 1989 y “Tunnel of love”, y con reservas: ahí aparecen los primeros síntomas de un problema, el de la búsqueda enconada de una especie de modernidad sonora que ha emborronado buena parte de su producción siguiente, en la que no faltan, ni muchísimo menos, grandísimas canciones, pero en la que falta una creación redonda y sobran, a menudo, productores tan infames como un Brendan O’Brien al que podríamos considerar el Arthur Baker de su tiempo.

Admito que influye en mi cansancio el que sus conciertos hace siglos que derivaron en una celebración entusiasta y vehemente. Y previsible. Y poco arriesgada. Nunca baja del notable. Pero ese algo más, el trallazo que te electrocuta, el trueno que te deja ensimismado y boquiabierto durante semanas, llegaba con cuentagotas. Ahora mismo, un suponer, recuerdo una ‘Long walk home’ memorable, una noche de agosto, con un Steve Van Zandt arrebatado y soulero. Pero la magia, ay, parecía cada vez más un eco de lo que fue. El raro vestigio de un imperio agostado.

Con estos precedentes, más el inveterado aburrimiento que me provocan los musicales, o sea, muy poco motivado, asistí a la actuación de Springsteen del pasado domingo durante la ceremonia de los Tony. ¿Que qué encontré? Pues a un intérprete que todavía hoy, y más con el discurso escrito de casa, sabe como arañarte. Un tipo que ejerce al mismo tiempo como guionista extraordinario, memorialista sagaz y actor superdotado. Luego ya si eso se marcó una ‘My hometown’ muy recortada. Casi ornamental. Una coda tras el estupendo monólogo. Y me reafirmé en la pereza de reencontrarle en directo y apagué el ordenador convencido de que hoy por hoy el Springsteen más motivado es el literario. El de la primera mitad de su estupenda autobiografía. El de las letras sombrías, emocionantes y seductoras de discos como “The ghost of Tom Joad”. Quizá haya llegado el momento de colgar la guitarra y consagrarse al procesador de textos. Pero tratándose de Springsteen, pluscuamperfecto representante de esa rara estirpe de artistas en posesión del don que Keith Richards llamó “the shining”, conviene recordar que el “resplandor”, como el moho de Neil Young, acaso hiberna, pero no muere.

Anterior entrega de Combustiones: El jefe y los muchachos ciegos.

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