“Brooklyn”, de John Crowley

Autor:

CINE

 

 


“Lastrada por un guion y una puesta en escena excesivamente bienintencionados y carentes de garra, se presenta como un producto indicado para un público lo más amplio posible”

 

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“Brooklyn”
John Crowley, 2015

 

 

Texto: HÉCTOR GÓMEZ.

 

 

Con bastante frecuencia, el cine nos hace volver la vista hacia el pasado, ya sea en un intento de trazar paralelismos con la época en la que vivimos para señalar los errores que la humanidad comete cíclicamente o bien para revisitar de forma nostálgica un tiempo que ha quedado congelado en nuestro inconsciente no como realmente fue, sino como las imágenes se han encargado de retratarlo.

De todos los procesos históricos, la inmigración europea a Estados Unidos ha sido uno de los más transitados, desde perspectivas, enfoques y tratamientos muy diferentes. Pero casi todas estas versiones han tenido algo en común: una visión desmitificadora del sueño americano, cristalizada en una realidad complicada para el que llega a una tierra nueva de la que nadie es oriundo, pero que todos reclaman para sí. En el relato de la fundación de Nueva York a sangre y fuego de “Gangs of New York” (Martin Scorsese, 2002) y en el pesimismo fatalista de “The immigrant” (James Gray, 2013), por citar dos ejemplos a vuelapluma, se refleja ese choque entre esperanza y realidad, en un entorno hostil de difícil adaptación.

Curiosamente, el título en castellano de la película de Gray fue “El sueño de Ellis”, que bien podría aplicarse mucho mejor a la historia que cuenta “Brooklyn” (John Crowley, 2015), que comparte no solo de forma casi literal el nombre de su protagonista (Eilis Lacey), sino especialmente esa condición de sueño que impregna toda la película. Y es que todo lo que traslada este guion de Nick Hornby basado en la novela de Colm Tóibín es una visión de la inmigración irlandesa a América despojada de prácticamente todo elemento perturbador. La recién llegada es de inmediato apadrinada por un sacerdote, acogida en un hogar agradable, agraciada con un trabajo estable y además enamora al único italoamericano (Emory Cohen) que no habla a gritos ni tiene la camisa manchada de salsa de tomate. La saturación extrema de los colores, la belleza atemporal y angélica de Saoirse Ronan, las maneras exquisitas de todos los personajes, son elementos que contribuyen a una sensación general de edulcoración en la que se echa de menos alguna situación verdaderamente dramática que vaya más allá de la puntual aparición del tercer vértice de un triángulo amoroso (un desaprovechado Domhnall Gleeson) que en ningún momento ofrece visos de verdadero conflicto.

Definitivamente lastrada por un guion y una puesta en escena excesivamente bienintencionados y carentes de garra, Brooklyn se presenta como ese producto indicado para un público lo más amplio posible, donde el principal (y casi único) valor es pensar en la película no como una historia plausible, sino como una especie de fábula onírica que alegoriza sobre la distinción entre el Viejo y el Nuevo Mundo, sobre la decisión de anclarse en terreno conocido o lanzarse a la (insípida) aventura en la Tierra de las Oportunidades.

 

 

 

 

Anterior crítica de cine: “La habitación”, de Lenny Abrahamson.

 

 

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