“Brainwashed” (2002), de George Harrison

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OPERACIÓN RESCATE

 

“Si bien hay referencias a una partida inminente, es un trabajo luminoso, enérgico, vital”

 

Coincidiendo con la efeméride de George Harrison, Umberto Pérez aprovecha para desempolvar “Brainwashed”, el décimo y último disco del exbeatle, editado justo hace quince años.

 

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George Harrison
“Brainwashed”
DARK HORSE/ EMI, 2002

 

Texto: UMBERTO PÉREZ.

 

La última vez que George Harrison cantó en televisión fue rara. Semirretirado después de su participación en el proyecto “The Beatles anthology”, a mediados de 1997 acudió a un programa del canal VH1 como acompañante de lujo de Ravi Shankar y su esposa, Sukanya Rajan. Aunque la idea era promocionar “Chants of India”, el nuevo disco de Shankar producido por Harrison, el conductor del programa, John Fugelsang, no desperdició la oportunidad de invitar al exbeatle a que tocara alguna canción. Reticente y un poco fastidiado, Harrison aceptó la petición a la que se había sumado Shankar; guitarra en mano, probó algunos acordes y dudó mucho sobre qué canción cantaría, apeló a la falta de práctica, y mientras Fugelsang le pedía en broma alguna de Dylan, Rajan le dijo que cantara esa que dice “if you don’t know where you’re going”, entonces pidió un capotraste (cejilla) y, entre tropiezos, como si estuviera en su sala de estar, cantó ‘Any road’, una canción inédita sobre la búsqueda personal que, cinco años más tarde y de manera póstuma, aparecería publicada en su último disco de estudio: “Brainwashed”.

 

 

Hasta entonces, y después de ese evento en VH1, las apariciones públicas y la vida discográfica de Harrison estuvieron marcadas por la intermitencia. Con el paso del tiempo, su despegue deslumbrante en solitario, a comienzos de los años setenta, se fue apaciguando, y entre la juerga y el aislamiento, el mito del beatle tranquilo empezó a cuajar. En la década de los ochenta, el impulso de editar un álbum cada dos años se redujo significativamente; al maltratado e ignorado “Gone troppo” (Dark Horse Records, 1982) lo sucedió un silencio de cinco años en los que, salvo contadas excepciones en las que grabó canciones para películas, se dedicó a su familia y a cultivar sus aficiones: la jardinería, el automovilismo y el cine.

“Cloud nine” (Dark Horse Records, 1987) no solo significó un regreso brillante, sino un envión creativo importante. Temeroso de retomar la vida pública, ahora como una vieja leyenda que formaba parte del Salón de la Fama Rock and Roll, Harrison se escudó en otros músicos legendarios, o en camino de serlo, para continuar cosechando canciones, e incluso, salir de nuevo a la carretera. Entre el cambio de década, George reunió a Roy Orbison, Bob Dylan, Tom Petty y Jeff Lynne, productor de “Cloud nine”, para dar forma a ese episodio feliz llamado The Traveling Wilburys, con quienes grabó dos álbumes notables, sobre todo el primero; y al poco tiempo, convencido por su compadre Eric Clapton, emprendió una breve gira por Japón en 1992. Sería la última.

De alguna forma, la edición de “The Beatles Anthology”, con material inédito de la banda y la insólita reunión de Harrison con Paul McCartney y Ringo Starr para grabar y completar algunas maquetas dejadas por John Lennon —producidas por Jeff Lynne—, le devolvió a los Beatles el brillo opacado por el silencio, el descuido y el desinterés en su propio legado, el asesinato de Lennon y el desdén de la gente contemporánea por las bandas viejas. Pero a pesar de ese nuevo reconocimiento por parte de los jóvenes a mediados de los noventa, Harrison volvió a desaparecer.

El exbeatle atravesó el siglo de forma turbulenta. El 30 de diciembre de 1999, él y Olivia, su compañera, fueron víctimas de un intento de asesinato en su propia casa, a manos de un psicópata que entre ambos consiguieron rendir. Pero la muerte ya rondaba cerca; desde 1997 enfrentaba un cáncer de garganta que terminó matándolo. La mañana del 29 de noviembre de 2001, en Los Ángeles, se anunció la partida del más joven de los Beatles.

Su herencia musical al mundo era inmensa: nueve discos de rock sublime —uno de ellos triple—, dos discos experimentales, el primer concierto benéfico en la historia de la música pop, un supergrupo inimaginable pero real y maravilloso, y un sonido de guitarra único, ¡era un Beatle! Pero quedaba más. Mientras trataba su enfermedad tuvo tiempo de revisar y actualizar el álbum triple “All things must pass”, su obra maestra; pero sobre todo tuvo tiempo y deseos de grabar nuevas canciones destinadas a otro álbum de estudio que no alcanzó a terminar.

 

Tarea póstuma
En un triste, valiente y amoroso acto de duelo, Jeff Lynne y Dhani Harrrison, su único hijo, decidieron concluir el trabajo bajo detalladas observaciones dejadas por George. Un año después de su fallecimiento, en noviembre de 2002, se editó “Brainwashed”, su canto de cisne grabado en los estudios de Friar Park, su mansión. Pero no se trata de un disco de connotaciones crepusculares o fatalistas, todo lo contrario; si bien hay referencias a una partida inminente, es un trabajo luminoso, enérgico, vital, que transita por un campo sembrado de instrumentos de cuerdas que determinan su carácter optimista: guitarras, muchas guitarras —acústicas, eléctricas, slide—, ukeleles, banjoleles, violines, violas y chelos.

‘Any road’ marca el inicio y señala la dirección del disco: “Oh, Señor, tenemos que luchar / con los pensamientos en la cabeza / con la oscuridad y la luz. / No sirve parar y mirar / Y si no sabes a dónde vas / cualquier camino te llevará allí”. Fiel a su personalidad, la cuestión espiritual y la búsqueda trascendental fueron el quid de toda su obra; canciones como ‘Pisces fish’, ‘Looking for my life’ y ‘Rising sun’ transitan ese camino que desde “All things must pass” adoquinó de manera orgánica sin destemplar los dientes más que unos cuantos radicales; pero es con ‘Stuck inside a cloud’, después de un precioso intermedio instrumental  titulado ‘Marwa blues’, donde decreta la conclusión de sus cosas: “Hice alguna manifestación /  perdí la necesidad de comer. / Lo único que me importa es tocar tus pies de loto. / Hablando conmigo mismo / clamando en voz alta / solo yo puedo escucharme / estoy atrapado dentro de una nube”.

 

 

Aunque en canciones como ‘P2 Vatican blues (Last saturday night)’ hay espacio para ese humor negro —e incluso amargo— que lo caracterizaba, y en la que se carga la expiación católica, el sentido del álbum es profundamente espiritual. Incluso canciones menores, si se quiere como ‘Rockig chair in Hawaii’ que pertenece a la cosecha de “All things must pass” o ‘Run so far’ que su amigo Eric Clapton grabó en “Journeyman” (1989) responden al mismo propósito.

Junto a Lynne y a Dhani Harrison, George completó la base de músicos del disco con otro viejo compañero de batallas: el baterista Jim Keltner. Mención aparte merece el tema ‘Between the devil and the deep blue sea’, un clásico del cancionero popular estadounidense, grabado en vivo por Harrison para la televisión en compañía de otros amigos como Ray Cooper, Joe Brown y Jools Holland, en 1992. Casualmente, Holland y su álbum “Small world, big band” (2001), serían los destinatarios de la última canción grabada por Harrison: ‘Horse to the water’, coescrita con Dhani, apenas dos meses antes de su muerte.

 

Una portada para el nuevo siglo
A cargo del colectivo audiovisual thenewno2, del que hace parte Dhani, el arte gráfico de “Brainwashed” también revela mucho de lo que sentía Harrison por el nuevo siglo: una familia de maniquíes articulados sostienen un televisor y sobre ellos se proyectan titulares de prensa, valores del mercado, estrellas luminosas… la alienación en la era de la informática. La canción homónima, que marcó la pauta para el diseño de la portada, cierra el álbum con ímpetu rockero y cierto desdén aleccionador: “Lavado de cerebro por los teléfonos móviles / lavado de cerebro por el satélite / lavado de cerebro hasta los huesos…”, una cantinela que incluye a maestros, reinas, militares, centros del poder, marcas deportivas, entre otros. En el medio, una voz femenina lee uno de los aforismos de los Yogasutras del Pantajali: “Cómo conocer a Dios”: “El alma no ama, es el amor mismo. / No existir es la existencia misma / no saber es el conocimiento mismo”. En compañía de su hijo, Lynne, Keltner, el pianista Jon Lord y la vocalista Sam Brown, Harrison se despide del mundo con ‘Brainwashed’ que se va fundiendo en blanco hasta dar con el mantra Namah Parvati, cantado por él y Dhani.

 

 

Con respeto y maestría, Lynne y Harrison hijo terminaron de dar forma a uno de los mejores discos de George: doce canciones, contenidas en poco más de tres cuartos de hora, reafirman el carácter mayúsculo de un autor como pocos, que hizo de su obra un canon. Se trata de un cancionero atemporal, y al margen de las fronteras que imponen los discos, todas sus piezas corresponden a una sonoridad exclusiva, sin importar el año de creación. En cualquier canción de Harrison, todo Harrison está presente.

Hacia el final del documental de Martin Scorsese, “George Harrison: Living in the material world”, el protagonista dice que si no fuera porque es un padre de familia que debe velar por el cuidado de su hijo, no tendría ningún motivo para continuar acá. No habían pasado más de tres meses desde que el siglo XXI se había asomado con dos aviones estampándose contra las Torres Gemelas cuando Harrison decidió fugarse del horror de lo que vendría después. En la mitad del librillo de “Brainwashed” presentaba su resolución, una frase que Krishna dice a Arjuna en el libro Bhagavad Gita: “Nunca hubo un tiempo en que tú o yo no existiésemos, ni tampoco habrá ningún futuro en el que dejemos de ser”.

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