“Biografía autorizada”, de Salvador Gutiérrez Solís

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LIBROS

“Cuarenta años en los que el lector, a poco que los haya vivido, podrá reconocer escenas en este gran fresco sobre la música popular de este país”

 

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Salvador Gutiérrez Solís
“Biografía autorizada”
LA ISLA DE SILTOLÁ

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

La bibliografía que contempla de una u otra manera los años 80 ha aumentado de manera exponencial en estos años: música, libros sobre las escuelas de la época, cine… hay un cierto interés en rascar y sacar astillas de lo que significo esa década. Venía a ser previsible. Los que vivieron entonces muy jóvenes la excitación –en esto no hay debate, fueron unos años de asombro continuado– están llegando a los 50, una buena edad para recapitular, aún con lucidez y con recuerdos, la conjunción de unos años de adolescencia en que absorbes todo y una época en la que había mucho que absorber. Así que Salvador Gutiérrez añade al corpus libresco una biografía novelada de un grupo de Córdoba que se apuntó a esos años feraces. El grupo es ficticio –Almas sin Konciencia–; todo lo demás es veraz.

Sin llegar realmente a abrazar recursos literarios, falta quizá cierta tensión en el lenguaje, lo que sí resulta es una crónica novelada de la vida de Carlos J., el cantante del conjunto. Y tomándola así, está resuelta a la perfección. El proyecto de un disco que se titula igual que la novela y en el que quiere volcar todo lo que pueda arañar entre sentimientos y recuerdos; va encauzando así un contrapunto entre dos épocas, la de sus inicios en el mundo de la música y la de su actualidad de intérprete en los más alto de la voluble fama, con giras en las que mueve multitudes de dinero y de público.

Cada camino adopta diversos tonos. El del pasado es de deslumbramiento, con ese niño que sus vecinos recuerdan en el balcón cantando, la llegada de una nueva música a provincias y la indeleble marca de tantos y tantos músicos de la época a los que recuerda, rescata –complace un pequeño párrafo sobre “El pecho de Andy”– y de los que consigue amistad. Todos menos uno, los Héroes del Silencio, con los que novelescamente compiten en una liga similar a la de Beatles y los Rolling, con quien nunca se llega a tratar. Sirve también de repaso de época –y así surgen sinfónicos, nuevos románticos y rock urbano– y de repaso de emociones: el recuerdo –todo el mundo lo tiene– de la primera vez que escuchó a Joy División. Páginas de historia musical, al fin y al cabo en las que el protagonista compra discos de los Pegamoides, acude a conciertos de 091 o hace de telonero de Hombres G.

El presente es mucho más introspectivo. Un disco que no sale, un psiquiatra que no atina, unas sospechas sobre su pareja, Enka, un acoso virtual que lo atenaza. La música aquí no es lo importante y todo el grueso de la producción se basa en la imparable degradación de un talento. Incluso la asistenta, Alicia, es la que tiene que ponerlo al cabo de lo que pasa realmente en la calle cuando años antes la calle era él. En realidad son dos historias paralelas en las que se asiste a la caída de dos dioses, un grupo admirado en los 80 y un cantante de éxito universal en el mundo hispano.

Es de agradable lectura y va salpicado de anécdotas, eso sí. La estancia de Joe Strummer en Granada, la presencia de Lori Meyers, cierta literatura –Don DeLillo es el rey–, las películas de la mafia que parecen ser su único asidero cultural, el fútbol, el nuevo rock americano hacia donde quiere derivar, la sala el Sol y Radio 3. Mucha cosa, basada en gran parte en experiencias personales del escritor, cuarenta años en los que también el lector, a poco que los haya vivido podrá reconocer escenas en este gran fresco sobre la música popular de este país. Incluso llegará a lo más difícil: a reconocerse.


Anterior crítica de libros: “Canciones de amor”, de Ted Gioia.

 

 

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