“Berberian sound studio”, de Peter Strickland

Autor:

CINE

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“Su verdadero poder reside en dejar que el sonido defina el relato, que el lenguaje descanse en la banda sonora como conductora de los crecientes miedos de su apocado protagonista”

 

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“Berberian sound studio”
Peter Strickland, 2012

 

Texto: JORDI REVERT.

 

Espacio etéreo habitualmente identificado con los sueños, el cine posee una dimensión pesadillesca en la que son menos los que se han atrevido a adentrarse. En esas profundidades oníricas, las imágenes renuncian a aceptar una representación estable del mundo y los sonidos displicientes que erosionan lentamente la psique. En cada imagen hay un abismo que se abre ante nuestros ojos. En cada sonido, la ruptura inmaterial de lo real que se descose sin remedio. “Berberian sound studio” es ese viaje a las imágenes de pesadilla que manaban profusamente del giallo italiano. Pero su virtud no es construir su denso horror a través de la cita o la reencarnación, elementos que quedan siempre en segundo plano. Su verdadero poder reside precisamente en dejar que el sonido defina el relato, que el lenguaje descanse en la banda sonora como conductora de los crecientes miedos de su apocado protagonista –magnífico y contenido Toby Jones−.

Esos sonidos son la brújula emocional de un descenso a los infiernos en un estudio de grabación italiano cuyo microcosmos es construido pacientemente durante la mitad de la película. Bobinas, cuadros de mandos, primeros planos de reinas del grito en la cabina de grabación, sandías machacadas con martillos, lechugas apuñaladas, sombras de actores de doblaje que se convierten en la oscuridad en demonios balbuceantes. La paradoja reside en que, en esa construcción donde el sonido tiene un papel prominente, este encuentra su subrayado en la hipnótica caligrafía de Peter Strickland. Como en “The Duke of Burgundy” (2014) –con la que comparte la presencia extraña y cautivadora de Chiara D’Anna−, el inglés encuentra en cada rostro, en cada pequeño objeto mirado con precisión una puerta abierta a los insondables límites de nuestro ser con la innegociable vocación de enfrentarnos a lo desconocido. Allí era el deseo, aquí el miedo cocinado a fuego lento. Esa recargada atmósfera gobernada por gritos distorsionados y ruidos de cinta rebobinándose sería ya de por sí un motivo suficiente para contemplar “Berberian sound studio” como extraordinaria experiencia sensorial. Lo que la eleva a la categoría de gran película es, sin embargo, su abismal giro capaz de volar por los aires los límites de la representación. Un órdago a la ficción y a su poder de fagocitación que sitúa la obra de Strickland entre los bastidores anímicos de “Suspiria” (Dario Argento, 1977) y la “Arrebato” (1979) de Iván Zulueta

 

 

 

Anterior crítica de cine: “Lolo”, de Julie Delpy.

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