Aznavour: Si la chanson enamora… qué no hará Charles

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“Otros momentos de la velada fueron el dueto ‘Je voyage’ con su hija Katia; cantando ‘Sa Jeunesse’ con el único acompañamiento del piano de cola; bailando consigo mismo en ‘Les plaisirs démodés’ o reivindicando injusticias antes y después de interpretar ‘Comme lis disent’”

 

Considerado embajador de la canción francesa de mediados del siglo XX, a sus casi 91 años el cantante armenio actuó en Madrid ante el público del antiguo Palacio de Deportes, burlando las fronteras del espacio y el tiempo. Miguel Tébar estuvo allí.

 

 

Texto: MIGUEL TÉBAR. Fotos: WEB CHARLES AZNAVOUR.

 

 

Charles Aznavour
7 de mayo de 2015
Barclaycard Center, Madrid

 

 

Aún es posible descubrirle a alguna amiga tuya, a esta altura de la película y para propia sorpresa de uno, que el armenio Shahnourh Varinag Aznavourian –conocido mundialmente como Charles Aznavour– es por longevidad y méritos propios el mayor embajador no solo de su país natal, sino también de la universal chanson francesa. Una prueba más de la hegemonía e influencia que impone la industria musical anglosajona, seguramente unida a algunas lagunas culturales que tenemos las generaciones nacidas en España a partir de la Transición. En cambio, si a esa misma amiga (o amigo) se le hiciese conocer las cifras que nuestro admirable cantautor atesora, directamente le abrumaríamos y debería ser imposible no acabar alabando cualquier muestra artística que aún le quede por hacer al multicondecorado “Charles Aznavoice”.

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Es difícil no sentir una nostalgia absoluta, ni entrar en fase de enamoramiento, ante la demostración en directo (al menos por vez primera) de aquellos tiempos pasados. Muchas veces la realidad es bien distinta a lo imaginado, pues se corre el riesgo de mitificar no solo a un artista, sino a una época, a una ciudad como París, a un sonido característico, a las piezas originales de una discografía tan inmensa como la suya, al debido respeto por los maestros, sabios y ancianos.

A los albores de entrar en los noventa y uno, monsieur Aznavour no muestra debilidad alguna durante su recital más allá de la lógica ralentización en sus movimientos, en los que se le intuye un cierto sentido del humor. Aunque sí que tuvo algún que otro desvarío vocal, en su caso parte de un relativo buenísimo estado de forma. La mayoría de las canciones elegidas mantuvieron un monótono ritmo marcado por las partituras para orquesta reducida –sin rastro de las imaginadas cuerdas y vientos que uno siempre anhela–, destacando entre ellas la acelerada ‘Mon ami mon Judas’; la vigorosa ‘Désormais’, la preciosa ‘Dime que me amas’ (‘Dis moi que tu m’aimes’) o la romántica ‘Mon amour’.

Otros momentos de la velada fueron el dueto ‘Je voyage’ con su hija Katia –quien abandonó una de las dos plazas destinadas al coro femenino para acercarse a su mentor–; cantando ‘Sa Jeunesse’ con el único acompañamiento del piano de cola; bailando consigo mismo en ‘Les plaisirs démodés’ o reivindicando injusticias antes y después de interpretar ‘Comme lis disent’.

Para goce del entregado público, cantó no pocas versiones en nuestro idioma –apoyado sin disimulo por los tres teleprompters los cuales apuntan las letras traducidas y/u olvidadas–, no faltó la revalorizada ‘She’ (Tous les visajes de l’amour) y ya para despedirse –tras presentar amablemente a sus músicos– encadenó las famosas ‘Les deux guitares’, ‘Venecia sin ti’, ‘La bohème’ y la concluyente ‘Emmenez moi’.

No hubo bis alguno. Sonaron veintiséis canciones inmortales interpretadas del tirón sin apenas sentarse en una silla de director –dispuesta en el centro del escenario para quizás recordar sus tiempos como actor.– En los cien minutos que duró el concierto no presentó ni una sola de las nuevas canciones de su recién publicado e interesante álbum, el quincuagésimo primero y con el irónico título, ‘Encores’ (los siempre esperados bises en español).

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Con un tono más suave a como cantaba, fue intercalando comentarios aptos para francófonos e incluso para ser atendidos en un recinto íntimo, muy distinto al pabellón deportivo elegido. Factor éste determinante para restarle encanto a un espectáculo, al que tampoco supieron dotar de una iluminación y escenografía algo más evocadoras.

Sinceramente, se hubiese deseado la proximidad necesaria para poder ver mejor gesticular al menudo Aznavour, para no tener que intuir como modifica su rostro amable, para poder cruzar la mirada con sus serenos y cautivadores ojillos. Sin duda eso hubiese tenido que ser en otro espacio y tras poder disponer obviamente de los 150€ que costaban las butacas de patio. ¿Costoso? Sí, pero no demasiado como para intentar alcanzar a una estrella viva. La experiencia y el saber hacer es un grado. ¡For me, formidable!

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