“Art Record Covers”, de Francesco Spampinato

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LIBROS


“El diseño de esos discos, quitándole las connotaciones asociadas a la rodaja que llevan dentro, es arte, y lo sería aunque hubiera sido ideado para óleo sobre lienzo”

 

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Francesco Spampinato
“Art Record Covers”
TASCHEN

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Tengo amigos que enmarcan las carpetas de sus vinilos y los cuelgan en la pared. No, no compran una lámina con una imagen icónica de la Velvet Undreground o Pink Floyd. No, se compran el disco y enmarcan la carpeta una vez retirado el interior. Con lo cual han de adquirir dos. Y no son especialmente reconocibles. Pueden ser de Sleater-Kinney o de Agnes Obel. Toda la casa llena, frente a la mía, con escuetos grabados de Singer o de Morbelli, resulta deslumbrante. La aparición de este lujoso volumen de Taschen con reproducción de portadas de discos creadas por artistas de renombre me ha hecho pensar que el diseño, quitándole las connotaciones asociadas a la rodaja que llevan dentro, es arte, y que lo sería aunque hubiera sido ideado para óleo sobre lienzo. Y que así se puede tratar. Un arte moderno y activo.

Porque evidentemente, el grueso de las reproducciones –páginas– son discos poco conocidos para el gran público –aunque corren nombres importantes– y los pintores o fotógrafos a uno le da por calibrar que si no se vive intensamente este mundo del arte, pues también serán desconocidos. Claro que encontramos a Warhol o Lichtenstein –aunque hay menos pop art del que en principio podría parecer–, el primero, claro está, con nuestro Miguel Bosé y el segundo con algo aparentemente tan alejado de su pincel como Bobby Orlando, pero el grueso son aristas del ámbito anglosajón en los que el lector medio es neófito.

Españoles recoge, sin duda. Hicieron portadas de discos Dalí –en 1955– y Picasso–para un disco de música clásica, no aparece la paloma de Juan y Junior, que al fin y al cabo es contraportada–. También Dalí con el segundo y último de los músicos españoles que se recogen, Raimon. Y sorprende ver que pintores a los que uno adora, pero creía lejanísimos en el tiempo, se hubieran dedicado a ello: Magritte y Matisse también participaron del grafismo del rock con ilustraciones originales.

Apartado curioso son los que beben de los dos caños: intérpretes que también están reconocidos en el mundo de la ilustración y que diseñan sus propias carpetas. Ahí están Laurie Anderson o Devendra Banhart, las inquietantes portadas de Daniel Johnston o Chicks on Speed y en el capítulo de historia a  Alan Vega. Porque cabe destacar que en una estadística a vuelapluma nos confirma que la mayoría de trabajos son del nuevo milenio, pero representados en segundo lugar están los años 80, los 90 apenas esporádicamente. Y en cuanto al estilo, parece ser que el arte tira por figuraciones deformadas y abstracción geométrica.

También son curiosas las líneas iconográficas. El hip-hop, aparentemente el movimiento más callejero, debe parte de su estética a Keith Haring, así que es un estilo que sí, que nace en el asfalto, pero que tiene tanto de acera como de arte consciente. Es interesante ver la evolución de los que persisten en el negocio, Raymond Pettibon, por ejemplo, que  hace treinta años decoraba portadas a lo Crumb para Black Flag y ahora hace manchas de colores para Foo Fighters. O encontrarse con que Mark Ryden ha diseñado bastante más que el “Dangerous” de Michael Jackson. O la sorpresa de viejos conocidos, Gregory Crewdson, que de líder de mis queridos The Speedies –N.Y., 1979– ha pasado a fotógrafo respetado.

Un libro de curiosa lectura, de lujo y que sirve para demostrar que hay otra mirada para nuestros vinilos, no solo accedemos a ellos a través de la portada, sino que la portada es un objeto en sí mismo. Ahí está parte de la magia de su mantenimiento como formato.

Anterior crítica de libros: “Muertos prescindibles”, de Michael Hjorth & Hans Rosenfeldt.

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