Ariel Rot: Rock and roll sin tregua

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“De cualquier gira se espera un rodaje para llegar al punto álgido, pero el directo de Rot y su banda parece haber alcanzado ya su clímax”

 

Madrid fue la séptima parada de la recién estrenada gira de Ariel Rot, que llevó “La manada” al escenario de la sala But en una noche de rock and roll sin tregua. Al concierto acudió Arancha Moreno.

 

Ariel Rot
Sala But, Madrid
5 de noviembre de 2016

 

Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: J. PEREA.

 

A Ariel Rot no le vienen nada mal los encierros, pero salir del agujero le sienta aún mejor. “La manada” (Warner, 2016) se fraguó en sus particulares cuarteles de invierno, y en ese arresto voluntario ha gestado uno de los mejores discos de su carrera. Una colección de canciones que le ha empujado a los escenarios con una lección de rock and roll magistral. Y no solo eso: muy disfrutable.

Pasadas las nueve de la noche, el músico irrumpe en la sala But de Madrid para afrontar el séptimo concierto de su recién estrenada gira. Abre fuego con ‘Una semana encerrado’, lamentándose de la vulgaridad reinante, y en cuestión de segundos deja claro el color de la velada: rock and roll en estado puro. De cualquier gira se espera un rodaje para llegar al punto álgido, pero el directo de Rot y su banda parece haber alcanzado ya su clímax. La veteranía y la seguridad dictan sentencia desde el escenario, en el que el argentino despliega sus mejores guitarras acompañado por tres músicos de peso: Candy Caramelo (bajista), Toni Jurado (batería) y Mauro Mietta (teclados).

 

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“Parece que es la propia guitarra eléctrica la que canta cada verso, y la voz la que trata de imitarla”

 

El aroma clásico de ‘Solamente adiós’, con esos delicados pianos en su versión grabada, sale a escena con traje rockero, demostrando lo fácil que es cambiarle el aspecto a una buena canción. Los solos del tramo final inciden en la misma premisa que tuvo Ariel al componer sus nuevas canciones: la guitarra es la que manda. En el directo parece que es la propia guitarra eléctrica la que canta cada verso, y la voz la que trata de imitarla. Pero a veces también asoma el piano de Mietta transportándonos a un club humeante de jazz, como sucede al comienzo de ‘Broder’. «Que bonita melodía para evocar una profunda amistad”, sostiene Ariel antes de cumplir una cuenta pendiente con su buen amigo Julián Infante. Le dedica esta canción, aunque los últimos versos se los cantan mutuamente Ariel y Candy, compartiendo sonrisas con la misma complicidad que tienen tocando.

 

 

Tal vez, como apunta Ariel, la profesión del músico de rock como él la concibe esté en peligro de extinción; por si acaso “dejo mi pequeño aporte a la humanidad”, dice, presentando así una solventísima ‘Hoja de ruta’. El buen ambiente y el calor hacen que se libre de su chaqueta, en un gesto espontáneo cargado de simbolismo, como quien se quita la armadura para cantarle a la nostalgia: “Aquí somos muchos más los que hemos vivido más años en el siglo XX que en el XXI”, señala al público, cuya mayoría se acomoda entre los 40 y los 50. “Cada vez me siento más identificado con esta canción”, afirma sobre la siguiente, ‘El mundo de ayer’, revistiendo esa nostalgia de una electricidad espectacular. Y de nuevo, otra intro -esta vez con la guitarra- para dar paso a ‘Dos de corazones’.

Con ‘Lo siento Frank’ sigue mirando a primeros de siglo, y la hornada femenina se lanza a la pista como se bailaba el rock and roll de los 50. Bajista y batería se divierten como si les recordase a los viejos tiempos, aunque en 2003 no estuvieron en el estudio con Ariel: el batería de esa grabación fue Germán Vilella y el bajista fue el fallecido Daniel Zamora, viejos compañeros de Los Rodríguez. Pero Candy y Toni se conocen muy bien, y Mauro completa esa sensación de banda que aflora en la puesta en escena. Quién diría esta noche que Rot es solista.

 

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“Deja que los instrumentos hablen sin que el virtuosismo ahogue el concierto, y pasea mirando a los 80 con el mismo aplomo con el que presenta sus temas de 2016”

 

Unos segundos de silencio y un cambio de guitarra preceden a ‘Adiós carnaval’, en los que la eléctrica se desplazará a primera fila, acercándose al público, transmitiendo con sus notas tanta o más emoción que con la letra. En ese estado llega ‘En el borde de la orilla’, esa canción cuya segunda lectura le cuesta desentrañar al propio autor, y que tal vez interpretemos todos mejor con el paso del tiempo. Un final bucólico, con unos pequeños coros, da paso a ‘Bruma en la Castellana’ fusionada con un pedacito del ‘Sábado a la noche’ de Moris, un guiño que divierte al público y al propio jugador. “Qué bonito, Madrid. Espero que estén disfrutando, y si no… espero que me disculpen”. Así llega otra canción nueva, aunque la sinergia entre recientes y antiguas es tal que es difícil distinguir unos discos de otros.

 

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Casi siete minutos dura la excelente versión de ‘Vicios caros’, un despliegue musical que reanuda casi desnudo, a guitarra y voz, con los primeros versos de ‘Me voy de viaje’. La advertencia del mensaje –“Cuidado, la vida se te escapa de las manos”– llega casi como un susurro, pero justo ahí sube las revoluciones de nuevo, cantándole a la muerte con un derroche sereno y a la vez enérgico de vida. Y puestos a hacer las maletas, coloca el retrovisor en el momento en el que empezó a tocar en España con Tequila, pero esta vez ‘Rock and roll en la plaza del pueblo’ suena blues. Sin freno le sucede ‘Necesito un trago’, y decelerando pero sin perder electricidad, otro maravilloso clásico, ‘Me estás atrapando otra vez’.

Rot se desplaza por su repertorio con naturalidad, pasea por lo conocido y lo nuevo con seguridad. En ningún momento pierde el pulso, aunque sí se permite sus tiempos. No le tiene miedo a las canciones de tres minutos ni a las de seis, porque sabe sostener el rock acelerado y la electricidad menos vertiginosa. Deja que los instrumentos hablen sin que el virtuosismo ahogue el concierto, y pasea mirando a los 80 con el mismo aplomo con el que presenta sus temas de 2016. Y entre unos y otros, sus gestos y sus palabras parecen traducir que está disfrutando de la noche tanto o más que los que están abajo atentos a cada movimiento.

 

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A caballo entre el Oeste de Ennio Morricone y un callejón oscuro de corte blues nos adentra la introducción de su ‘Milonga del marinero y el capitán’, en la que a jugar al rock. Están llegando los últimos minutos, y qué mejor mensaje de despedida que ‘Baile de ilusiones’. La banda se acerca al borde del escenario feliz para saludar a la sala antes de desaparecer, pero Rot decide volver para un último regalo en solitario. Y el regalo es la versión tango de ‘Mucho mejor’, una segunda vida que ya cantó junto a Javier Calamaro en el “Dúos, tríos y otras perversiones” con la que no se cansa de abordar uno de sus viejos éxitos Rodríguez. Ahora sí que se despide, pero con una última recomendación: “Cuiden a sus hijos, tráiganles a los conciertos”, ríe antes de pedir que suene la música. De pronto, los altavoces comparten el ‘What a wonderful world’ que versionaron los Ramones, y el argentino canta brevemente el estribillo mientras sus compañeros de fechorías vuelven para levantarle y separar sus pies del suelo. La mejor imagen posible para describir lo mismo que ha debido sentir Ariel esta noche.

 



Setlist:
Una semana encerrado
Se me hizo tarde muy pronto
Solamente adiós
Broder
Hoja de ruta
El mundo de ayer
Lo siento Frank
Adiós carnaval
En el borde de la orilla
Bruma en la Castellana / Sábado a la noche
Espero que me disculpen
Vicios caros
Me voy de viaje
Rock and roll en la plaza del pueblo
Necesito un trago
Me estás atrapando otra vez
Milonga del marinero y el capitán
Baile de ilusiones
Mucho mejor

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