“Antigua y barbuda”, de Ángel Stanich

Autor:

DISCOS

“Provoca tanto amor como miedo, te acerca a relatos que das gracias estar viviendo desde detrás de la valla y a versos en los que podrías vivir largos ratos”

 

 

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Ángel Stanich
“Antigua y barbuda”
SONY

 

Texto: JUANJO ORDÁS.

 

¿Cómo puede ser Ángel Stanich tan bueno? Esa es la pregunta que uno se hace escuchando su nuevo disco, “Antigua y barbuda”. Es la misma que todos nos hemos hecho en multitud de ocasiones cuando nos desborda una nueva obra imbatible, de esas en las que todo encaja, de esas que te hacen exclamar un “¡pero qué cabrón!”. ¿A qué sitio se ha ido Ángel a por estas canciones?, ¿dónde está ese lago donde las pesca?, ¿qué baile hacen sus neuronas en el dance hall de su cerebro cuando compone? Ni idea, pero “Antigua y barbuda” es tremendo y provoca tanto amor como miedo, te acerca a relatos que das gracias estar viviendo desde detrás de la valla y a versos en los que podrías vivir largos ratos. Su voz de perro callejero, apaleado y acariciado, y el caos que rodea a estas once canciones perfectamente ordenadas son parte de la misma paradoja: la que hace de él un autor tan especial. Tiene mérito que con solo dos discos en el mercado no haga falta citar referentes: Ángel Stanich es Ángel Stanich, tómalo o déjalo, y si lo tomas, deja que sea él quien te guíe a lo largo del viaje. Aunque “Antigua y barbuda” sea un disco ciertamente intelectual, la naturalidad de su materia prima y producción produce ganchos, muchos ganchos.

‘Escupe fuego’ comienza, precisamente, con la parte más melódica de su estribillo. Y mientras se espera a que regrese porque el primer contacto ha provocado un enganche bestial (¡un crush, como dicen los anglos!), la canción ya te ha enganchado por completo con su ácido romanticismo y las campanas de la iglesia ya suenan. Hay boda. Quieres casarte con ‘Escupe fuego’, con “Antigua y barbuda” y con Ángel Stanich. Hasta temes que el resto del disco no esté a la altura de ‘Escupe fuego’, porque es tan buena que no te imaginas como pueden seguirle las otras diez sin caer en la desdicha. Pero le siguen, están a su altura y abren la cinematografía aun más. Por ejemplo, ‘Un día épico’ juega con el tiempo como si se tratara de unos cuantos fotogramas ralentizados a voluntad, es más que una canción, es un coche dando vueltas a cámara lenta mientras revienta repartiendo aleatoriamente piezas de chasis cuesta abajo. Brutal. Otro ejemplo sería ‘Cosecha’, que cierra rehuyendo toda épica pero en el fondo haciéndonos conscientes de que la vida es una gesta que dista de terminar, que el ciclo es más largo de lo que pensamos, con más tormentas y más cosechas. Su narrativa es actual precisamente por eso, porque entiende la cinematografía en un momento en el que esta resulta más útil para narrar que los antiguos usos. Así es como saca adelante las canciones, cagadas de mensaje pero evitando el tedio y haciendo del oyente una parte activa de la escucha, dejándole que interprete no necesariamente a letra, pero sí su intención.

La producción de El Meister es perfecta, la guitarra acústica de Ángel se integra en la estructura rock de su magnífica banda y los sintetizadores aparecen para aportar colores extremos, no para hacer ejercicios de estilo. En ‘Mátame camión’ son parte integral de la emoción extrema de la canción y el tratamiento de ‘Hula hula’ resulta muy original, negándose a pertenecer a ningún estilo, de la misma manera que a Ángel Stanich solo se le puede tratar como a Ángel Stanich.

Anterior crítica de discos: “Ogilala”, de William Patrick Corgan.

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