“Aniquilación”, de Alex Garland

Autor:

CINE

 

“Un espectáculo envolvente a todos los niveles y una obra que permanece presente durante mucho tiempo después de haberla visto”

 

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“Aniquilación”
Alex Garland, 2018

 

Texto: ELISA HERNÁNDEZ.

 

“Aniquilación (“Annihilation”) es la última gran víctima de la adaptación de la industria hollywoodiense a los nuevos medios de distribución y consumo: tras un lanzamiento algo torpe y una gélida recepción en la taquilla norteamericana, el filme, escrito y dirigido por Alex Garland (realizador de la aclamada “Ex-Machina” en 2015), solo podrá ser visto en el resto del mundo a través de la plataforma de vídeo Netflix. Sin negar las innumerables ventajas y la expansión inabarcable de contenidos que el desarrollo tecnológico nos ha ofrecido, la cinta sale enormemente perjudicada con este acuerdo.

El argumento se centra en una expedición conformada por cuatro científicas que se adentra en la misteriosa área X, una región que poco a poco está siendo invadida por un extraño campo de fuerza de origen y características desconocidos. Sin necesidad de desvelar qué es con lo que allí se encuentran, sí que es posible afirmar que se nos ofrece un universo visual fascinante, creado a partir de un original imaginario digno de la gran pantalla. Pero no es oro todo lo que reluce, y si bien todo en el área X resulta cautivador, también es ininteligible, desconocido, inquietante. Quizás sea precisamente esa tensión, derivada de una incomprensible espera del horror, la que hace que sea capaz de atraparnos de un modo magistral, convirtiendo a la audiencia en cautiva (tanto en su sentido positivo, desde la fascinación y atracción, como en el negativo, apresada casi en contra de su voluntad) de lo que está presenciando.

Como todos los grandes ejemplos de la mejor ciencia-ficción, “Aniquilación” apela a nuestras dudas y miedos más profundos, desde la irresoluble pero básica pregunta sobre la naturaleza del ser humano hasta el terror implícito en el desconocimiento no solo de aquello que nos rodea, sino de lo que llevamos dentro, además de, por supuesto, la continua sospecha de tener mucho menos control y agencia de la que a primera vista puede parecer.

Con un tercer acto digno de figurar entre los clásicos del género, la película es un espectáculo envolvente a todos los niveles y una obra que permanece presente durante mucho tiempo después de haberla visto. Se trata de uno de esos raros filmes compuestos a partir de innumerables lecturas, interpretaciones y capas, pero que además es capaz de aferrarse al espectador de un modo no solo visual sino sobre todo físico, invadiendo también nuestro cuerpo y penetrando en las capas más profundas de nuestra piel. Esperemos que esta capacidad no se diluya con la imposibilidad del visionado en una oscura e inmersiva sala de cine y que pueda ser recibida y apreciada tal y como se merece. Porque realmente se lo merece.

Anterior crítica de cine: “Yo, Tonya”, de Craig Gillespie.

 

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