Andrés Suárez: Y se rindió el Palacio

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“No solo reivindicaba su sitio. Reivindicaba el lugar que la música siempre debió tener, más allá del espectáculo, de los neones y la tecnología que convierte cualquier cosa en algo audible. La música creada con compromiso, el oficio del buen cantante”

 

Andrés Suárez cerró su gira en el escenario más importante de su carrera: el del Palacio de los Deportes de Madrid. Una noche inolvidable con la que puso fin a las presentaciones de “Mi pequeña historia” con un invitado muy especial: Joan Manuel Serrat. Allí estuvo Marta Sanz.

 

Andrés Suárez
Barclaycard Center, Madrid
4 de noviembre de 2016

 

Texto: MARTA SANZ.

 

El primer viernes de noviembre reunía todas las condiciones para convertirse en una prueba de fuego para Andrés Suárez. Después de una larga gira, de salas habituales que le enfrentaban a un número cada vez mayor de seguidores, el músico decidió poner el punto final a “Mi pequeña historia” en Madrid, en el Palacio de los Deportes, y con casi todas las entradas vendidas. Poco antes de empezar el concierto, recorre los pasillos del Palacio Julián, alma de Libertad 8, dueño del mítico rincón musical de la capital. Y es inevitable pensar que solo el tenderete que vende camisetas a pie de pista tiene casi la misma extensión de ese pequeño lugar que tantas veces vio cantar y soñar en voz alta al compositor que vino de Pantín. La ocasión daba pie a que el cantante se vistiera de estrella, se dejara llevar por el ambiente y adoptara la pose de otros que llenan repetidamente el lugar para reafirmar sus pasos. Pero por suerte las botas que pisaron el BarclayCard Center fueron las mismas que han pisado los últimos años Galileo o el mismo Libertad, y aunque no fue un concierto perfecto, sí lo fue memorable.

Como si todo hubiera sido pretendido, la noche fue gallego-madrileña. La lluvia hizo su parte del trabajo, y un escenario con motivos marineros -unas redes y un faro-, como no podía ser de otra manera, terminó de dibujar el paisaje. Los primeros en saltar al frente son los miembros de lo que él llama “el bandón”: Marino Sáiz (violinista y teclista), Andrés Litwin (batería), Luismi Baladrón (bajista) y Ovidio López (guitarrista), cuatro músicos que vivieron el sueño como el que centraba los carteles, que lo hicieron tan posible como él. Y cuando Andrés Suárez surge en escena la ovación es inmediata, y el vértigo es de ida y vuelta entre las tablas y el público. Pocas palabras y arranca la fiesta.

Quizá fue por las largas distancias, porque aún había que hacerse un espacio, pero las primeras canciones se recibieron casi aceleradas, con prisa. Mucha luz, adrenalina, y aunque fueron casi las de siempre, en ‘Más de un 36’ y ‘A media estrella’ no era fácil encontrarse. Pero en unos minutos de cierta calma, entre ‘Dublín’, ‘Vuelve’ y ‘Necesitaba un vals para olvidarte’, la imagen cobra sentido, la voz de Andrés crece por momentos, y le sigue la voz de una inmensa multitud. Desde la pista y las grades, las voces llegaban como nunca un público ha cantado en el Palacio, y ahí Andrés se hace grande. Su eco llega a cada rincón, vibra en cada garganta de quien le acompaña. Con todo a favor, estrena ‘Ahí va la niña’, tan coreada como el más conocido de sus temas, y versiona ‘Perdón por los bailes’, un regalo de canción esta vez entregado a su banda, con Andrés Litwin supliendo muy dignamente a Pablo Milanés (con toda la dificultad que eso conlleva).

Pero si hubo un momento en el que Andrés se mereció esa plaza y diez mil más grandes, fue cuando su banda desapareció de los focos. No digo que se quedó solo, porque no lo estuvo en ningún momento. Y cuando solo eran guitarra y él, y cantó a sus abuelos y sus amores de verano, no se daba cuenta, pero no sólo reivindicaba su sitio. Reivindicaba el lugar que la música siempre debió tener, más allá del espectáculo, de los neones y la tecnología que convierte cualquier cosa en algo audible. La música creada con compromiso, el oficio del buen cantante. Y en estas estaba cuando Marino Sáiz se asomó por ahí, el inmenso Marino, el único capaz de mejorar uno de los mejores momentos vividos en ese Palacio. Que no se cansen nunca de compartir escenario, porque lo que logran es gigante.

Uno de los debates abiertos antes del concierto era la lista de invitados que acompañarían a Andrés en su gran noche. Si por suposiciones hubiera sido, se hubiera desgastado el tablado de idas y venidas. Y sin embargo, el tiempo se paró cuando empezó ‘Lucía’, y un instante después se acercaba a su micro Joan Manuel Serrat. Los que hemos tenido la suerte de verle muchas veces en directo recordaremos esa como una de las apariciones más emocionantes que ha hecho en escena el maestro. Bella versión, prodigioso momento.

A estas alturas el concierto ya era suyo, y cuando se reencuentra con la banda todos se hacen grandes para encarar la recta final. ‘La vi bailar flamenco’ llega vestida de rock a la cita, ‘No te quiero tanto’ en melódica nostalgia, y ‘Así fue’ ciclotímica, casi irreconocible por momentos, desenvuelta gira poniendo a la gente de pie, y terminando en una gran fiesta instrumental que de tanto norteña nos llega casi hasta Irlanda y recuerda a su adorado Glen Hansard. Aunque se adivina que este no es el final, el escenario se queda vacío apenas unos minutos para recibir de nuevo al gallego, que pide silencio y llama a la magia. Porque valiente, se aleja del micrófono y con solo su voz, inmensa pero humana, canta ‘Benijo’ como si todo fuera posible. Al principio un eco, sigue siendo hermosa, se lanza pequeña pero va creciendo a vendavales. Todo es posible.

Solo una ovación atronadora hace que vuelva sus pasos hacia atrás. Encara el final con ‘320 días’, pocas canciones más bellas en directo, y se despide ‘Lo malo está en el aire’. El aplauso que cierra la historia es tan cerrado que abriga, tan cercano que roza. Andrés y su banda no se cansan de dar las gracias, como durante toda la noche, por ese sueño cumplido, compartido. Esperemos que nunca olvide el camino de regreso a los pequeños escenarios, en los que tanto brilla a dos metros de distancia. Ojalá los grandes escenarios sigan abriendo sus puertas a gente tan buena como Andrés Suárez.

 

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