Andrés Calamaro: Persiguiendo el verano (los días de «El salmón»)

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«Andrés diría, cerca de las cuatro de la madrugada, y con la cara descompuesta tras varias horas de escucha de gran parte de las canciones del álbum, más las mezclas de varios temas: ‘Me acabo de dar cuenta de que no es bueno escuchar este disco de una sentada: produce dolor de cabeza. ¡No es bueno para la salud!”

 

En julio de 2000, Diego A. Manrique y Juan Puchades quedaron con Andrés Calamaro en un estudio de grabación madrileño mientras ultimaba «El salmón». Aquella visita daría lugar a un reportaje en EFE EME que sirvió para avanzar de qué iría ese disco quíntuple que ahora, once años después, acaba de conocer una edición resumida pero con extras. Por ello, reproducimos aquel reportaje, tal cual se publicó en su día.


Texto y fotos: JUAN PUCHADES.


Las noticias que llegaban desde Argentina durante el invierno y la primavera no eran nada halagüeñas, se hablaba de un Andrés Calamaro grabando de forma enfurecida canciones sin parar; de violencia pública y privada; de haber adelgazado hasta los treinta kilos de peso; de ser presa de las más peligrosas sustancias tóxicas; de ser conminado por orden judicial a abandonar su casa bonaerense por denuncias de los vecinos debidas, principalmente, al lanzamiento de objetos al vacío desde los balcones; de refugiarse sin salir a la calle durante días en un apartahotel, de no querer conceder entrevistas y hablar solo de sus nuevas canciones… Con la mitad de todo ello probablemente se podrá armar el puzzle de la grabación de lo que será su próximo disco. “Algunas cosas son ciertas, los vecinos me denunciaron y me tuve que marchar a un apartahotel, pero para eso tengo a mi abogado. También es verdad que hubo sesiones salvajes, de las que todavía no sé cómo salí vivo y en algunos casos, para componer y grabar, se usaron todas las sustancias conocidas. Pero no es menos cierto que éste es un disco tranquilo, de amigos, grabado con mi núcleo duro, mis amigos de hace más de veinte años.”

 

NUEVE HORAS CON ANDRÉS

Uno no le recomendaría a nadie citarse con Andrés Calamaro en un estudio de grabación: se sabe cuándo se entra, pero no cuándo se sale. La visita de EFE EME a mediados del caluroso julio a los estudios Sintonía se alargó durante nueve horas mientras el artista iba mostrando gran parte del material que incluirá «El salmón». Así pudimos escuchar sesenta y ocho canciones del total de cien que conformarán el álbum quíntuple. Un disco del que antes de su edición ya se puede afirmar que será polémico, pues Andrés, defendiendo su teoría de que el músico debe trabajar todos los días y que las grabaciones deben mostrar la verdad, no se ha ceñido a lo que definiríamos como parámetros convencionales. “Tú escribes todos los días y trabajas para sacar todos los meses una revista mensual, yo soy igual, mi trabajo es escribir y grabar canciones, en ello no hay nada de especial. Pese a todo, sé que esto es una locura, mis últimos discos parece que no se acaban nunca: todos los amigos que comenzaron a grabar sus nuevos discos después que yo ya los tienen terminados y a mí todavía me quedan quince días de mezclas. Pero éste es mi trabajo. Muchas sesiones han sido en jornadas de setenta y dos horas a diez canciones por día.”

Mucho más tranquilo de lo que cabría suponer (e infinitamente más calmado que en las sesiones de «Honestidad brutal»), Calamaro dialoga mientras presenta las nuevas canciones, cuenta anécdotas alrededor de ellas, hace bromas sobre sí mismo, se ríe con ganas de la industria del disco y está especialmente empeñado en que la caja con los cinco discos (uno de ellos, además, se venderá de forma independiente) cueste menos de 5.000 pesetas. «Sandinista» y los Clash, parecen quedar ahora como algo muy lejano.

 

PONIENDO ORDEN

Tratar de ordenar los distintos procesos de grabación que conforman su nuevo disco no es tarea sencilla, pero se pueden resumir en las siguientes líneas argumentales: todo el material parte de grabaciones realizadas durante el verano argentino (el invierno español) de forma desordenada, con una grabadora de cuatro pistas y registrando en cinta de casete convencional; muchas de esas sesiones están realizadas por Andrés ejerciendo de multiinstrumentista, en otras participan amigos como Gringui Herrera o el legendario Pappo; sesiones grabadas del mismo modo pero en compañía de Marcelo Scornik, amigo de Andrés desde la juventud y con el que lleva años componiendo canciones, uno en las letras (con los retoques finales de Andrés) y el otro en la música, estas sesiones fueron de encierro durante días (en el apartahotel), trabajando mano a mano, escribiendo, componiendo la música y grabando, todo a la vez; luego, ya en Madrid, buscando el verano europeo, muchas de esas canciones (hasta España viajaron más de doscientas) fueron regrabadas (respetando la mayor parte de las veces las pistas ya registradas en casete) con la banda habitual de directo (no todas esas versiones aparecen en el disco); en otras ocasiones intervinieron Andy Chango, en las voces y teclados, y Ariel Rot con guitarras y voces; además, todo el material fue limpiado de forma digital, eliminando ruidos de fondo o imperfecciones.

 

¿PERO QUÉ SE ENCONTRARÁ UNO AL ESCUCHAR EL NUEVO DISCO DE ANDRÉS CALAMARO?

Canciones, sobre todo canciones, muchas canciones, sin orden ni concierto, un amasijo de temas empapados de negritud (por todo el disco se dejan filtrar ecos de jazz, de soul, de blues, de reggae, de dub), de visiones ácidas, de locura, también de elegancia en arreglos, de escalofriante neorrealismo y divertido surrealismo en los textos.

Como si de una carrera contra el reloj se tratase, Andrés parece querer llegar antes que él mismo a una meta de la que solo él conoce su ubicación. De otra manera no se comprende el porqué inflar un disco con una infatigable lista de versiones —’You want see me’, ‘Malena’, ‘No woman no cry’, ‘Rock me baby’, ‘Sexy sadie’, ‘Laura va’, ‘The long and winding road’, ‘Cafetín de Buenos Aires’, ‘Cocaine’ (aquí J. J. Cale se encuentra con Steely Dan), ‘Alfonsina y el mar’…—, cuando cualquier ser humano habría reservado esas adaptaciones para un disco de versiones, o las habría ido despachando en la inconclusa serie de «Grabaciones encontradas». Pero Andrés entiende que todo este material forma parte de la grabación de este disco y, por lo tanto, su lugar está junto a los nuevos temas, por mucho que ello suponga ir contra todas las reglas (no escritas) del negocio musical. ¿Sinceridad? ¿Impostura? ¿Genialidad? ¿Unas (elevadas) dosis de locura y egocentrismo? ¿The rock and roll way of life? ¿Soy una rock and roll star? Probablemente de todo un poco, pero uno prefiere aferrarse a la idea de que tenemos la oportunidad única de disfrutar de un músico en pleno torbellino creativo, tal vez la primera figura (o cómo mínimo la más libre) en estos momentos del rock cantado en castellano, alguien con la suficiente dimensión como para ser reconocido en las dos orillas de la lengua (y cada día más, si se lo propusiera, de dar el salto a otros mercados). Un tipo que sigue escribiendo temas memorables, sinceros, notables muestras de talento como pocas veces hemos visto, y es que si de sesenta y ocho canciones escuchadas más de cuarenta son absolutamente espléndidas, el listón está muy alto, inalcanzable.

Todo ello disparando a ciegas, mostrando reggaes y demás afluentes tóxicos (‘Chocolate’, ‘Sustancias marginales’), canciones pegadizas (‘Revolución turra’, ‘El salmón’, el primer single), políticas reflejando la realidad y el pasado argentinos (‘Diente por diente’, ‘Jugando al límite’, ‘Qué ritmo triste’, ‘Reality bomb’, ‘Mi autopista’), ritmos caribeños (‘Me gusta el mambo’), hip hop cantado en spanglish (‘Enola Gay’, nada que ver con la de OMD), funky-blues (‘Mi funeral’, de la que llegó a grabar un disco entero sobre el mismo tema durante una noche), rumbas (‘Gaviotas’, ‘Rumba del perro’), distorsión y experimentación (‘Freaks’, ‘Paraísos perdidos’), rock (‘Horarios esclavos’), baladas incendiarias (‘Rumbo errado’, ‘Tu pavada’), aires tex-mex (‘Somos feos’), rancheras (‘Querrámonos’, ‘Dejar de vivir’), homenajes a Steely Dan (‘Steely feelin’)… Y más canciones, muchas más canciones, empapadas de jazz, de tango, de blues, de cuanta influencia sea invitada a participar, conformando una colección de títulos interminable: ‘Nada que tengas que esperar llega’ (con la guitarra de Ariel Rot), ‘Pálido reflejo’, ‘QTDMMURDC’ (iniciales de ‘¿Qué tiene de malo meterse una raya de coca?’, no, esta canción no será usada en la próxima campaña antidroga), ‘Ojos, dos ojos’, ‘Recuerdo reloco’, ‘Mundo nuevo’, ‘Tuyo siempre’, ‘Ya estoy yo’, ‘Crucifícame’ (con un sampleado final de Boris Izaguirre extraído de «Crónicas marcianas»), ‘Éste es el final de mi carrera’, ‘El séptimo hijo varón’, ‘No sé olvidar’, ‘Mi lobotomía’, ‘Valentina’ (con cita a Sabina y al Oso, su guardaespaldas argentino), ‘Vigilante medio’, ‘La diabla’, ‘Horizontes’, ‘El muro de Berlín’ (versión original de ‘El mago Merlín’ que aparece como bonus track en el «Cuero español» de Loquillo), ‘Adentro mío’, ‘Canalla’ (con homenaje a los hinchas de Rosario Central, “aunque, como ya es sabido, yo soy de Independiente de Avellaneda, pero sí soy un canalla”), ‘Nadie’, ‘All you need is pop’ (“en ésta parece que canto como Bunbury”), ‘Chicas’…

Como el mismo Andrés diría cerca de las cuatro de la madrugada, y con la cara descompuesta tras varias horas de escucha de gran parte de las canciones que formarán parte del álbum, más las mezclas de varios temas: “Me acabo de dar cuenta de que no es bueno escuchar este disco de una sentada: produce dolor de cabeza. ¡No es bueno para la salud!” ¿Creará adicción?

 

[Texto publicado originalmente en EFE EME 21, de septiembre de 2000]

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