Amaral: Hemos escuchado «Hacia lo salvaje», el álbum, y comentamos cómo es

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El próximo 27 de septiembre se pondrá a la venta «Hacia lo salvaje», el nuevo disco de Amaral, pero Juan Puchades ya lo ha oído y nos cuenta sus primeras impresiones.

 

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

 

Amaral, con una cadencia de edición que ya parece norma, tres años después de publicar su último trabajo, el doble «Gato negro. Dragón rojo», lanzará el 27 de septiembre su nuevo disco, el sexto de estudio, «Hacia lo salvaje», del que se espera, como ellos mismos han ido avanzando en los últimos meses –y como parece indicar el tema que lo títula, el primero en darse a conocer–, un sonido más guitarrero e intenso, con mayor distorsión. Así que hay ganas de escucharlo para testar la evolución sonora del dúo. Aparte de que cada lanzamiento de Eva Amaral y Juan Aguirre, desde que la canción ‘Sin ti no soy nada’ (de 2002, incluida en «Estrella de mar») los situara en la reducida primera división del pop español, es como un acontecimiento mediático de primera al que hay que estar atento pues son el último grupo rock en dar el salto de los garitos a los grandes escenarios. Por si no hubiera suficiente, con «Hacia lo salvaje» Amaral ha optado por la autoedición: si antes eran los dueños de sus propias grabaciones, pero las editaban cobijados por la multinacional EMI, ahora se lanzan, con la red que le proporcionan sus grandes ventas, a que sea su propia marca, Antártida, la que ponga el álbum en la calle.

El single inicial y las noticias que se iban conociendo (mezclas neoyorquinas en Electric Lady), ya indicaban que la nueva independencia no supondría una merma en cuanto a recursos. Y aunque grabado en su propio estudio y en Casadios –el del productor Juan de Dios Martín–, «Hacia lo salvaje» suena con la calidad esperada.

En las primeras escuchas tal vez pueda sorprender, es cierto, el tratamiento de las guitarras, por momentos más presentes que en producciones precedentes, más duras en ocasiones, pero no hay que dejarse engañar por esas impresiones iniciales: Amaral hace tiempo que encontraron sus maneras propias y estas siempre están ahí, así que, al final, el disco se balancea, como ya es norma, entre los temas de sonido muy elaborado, a modo de mullidos colchones instrumentales, y los cortes más propensos a la acústica, a esa suerte de folk-rock que ambos músicos llevan incorporado de modo natural a su ADN.

Precisamente, la ya conocida ‘Hacia la salvaje’ es la canción que abre el disco, un canto de huida hacia la libertad, dejando el pasado atrás, marcado por una rítmica suave que se rompe con el cambio de ritmo que imprime la cabalgada del estribillo. El segundo corte, ‘Antárdida’, comienza, tras una intro guitarrera, invitando al baile, pero se transforma en rock espeso con algo de psicodelia para enmarcar una letra que, de nuevo, conmina a la escapada pero, en este caso, sugerente, se abre a la interpretación: ¿es, tal vez, el camino hacia la muerte, una propuesta a dejarse llevar por la química o, simplemente, una llamada a cambiar de vida? «De qué quieres huir, / a quién vas a engañar, / si sabes que tu vida ha sido una mentira, / camina hacia la luz, pequeña Caroline, / porque al final verás el reino de los cielos / y estrellas en tu pelo. […] Construye un mundo nuevo, / Alicia en el espejo, / hay otra realidad al fondo de este infierno».

Para vestir ‘Si las calles pudieran hablar’, aparecen los otros Amaral, los magos de la acústica, esos que hacen que una historia mil veces hecha canción, novela o película sea algo especial y logre capturar irremediablemente al oyente, en este caso enmarcada por una melodía con mucho swing y elasticidad, perfecta para este relato callejero de vidas truncadas que Eva canta con su voz más natural, la más contenida, la más deliciosa: «Era la chica del barrio alto, / y él el sur de la ciudad, / aquella noche acabaron dormidos en un portal. / Cuando ella se pone de todo, / él no la puede parar. / Experta en hacerse daño, / la vida le quema hasta matar. / No me digas que la conoces / si nunca la has visto llorar. […] Para ti siempre será / el enigma de un árbol, / caído en completa en soledad. / Si la ves por ahí al pasar, / dile que aún la recuerda, / todavía busca alguien como ella».

El pop explota en ‘Esperando un resplandor’, donde se retoma el muro de guitarras eléctricas mientras que la letra habla de esas historias que han caducado, pero que, sin embargo, no todavía no han finalizado: «No hay nada de nada, / nada de nuestras vidas. / Nada en común, / como la noche al día. / Tú en la mitad sombría / y yo esperando un resplandor». Al final, Eva clama «Necesito que me dejes en paz». Como contrapunto, ‘Robin Hood’ es un tema frágil y acústico. Una guitarra y la límpida voz de Eva, nada más, solo en el último tercio se suman batería, bajo y eléctrica. Tal vez sea el corte, musicalmente, más bello de toda esta colección. El texto, sin estribillo, es como el de ‘Si las calles pudieran hablar’ (pero aquí en primera persona), una fábula sobre el filo más punzante de la ciudad: «Cuando tocaba en los bares, / un borracho me decía: / ‘en las cenizas del fracaso / está la sabiduría, la piedra filosofal / que yo busqué cada día / y aún no he podido encontrar, / tal vez porque ya no exista’. / Cuando dormía en los parques, / un arcángel venía a protegerme de noche, / a espantar a la policía, no sé lo que pasó, / si estaba escrito o no, / si fue su culpa o la mía, / pero mi ángel cayó, / igual que yo caí / en cada vicio que me descubría, / la diferencia entre él y yo, / es que yo aún sigo con vida.» ¿Por qué Amaral cuando aborda relatos de tintes realistas –aunque sean ficción, historias de calle– optan por la acústica y la distancia corta?

El disco sigue pintando tonos dramáticos con ‘Riazor’, una intensa balada (aunque regresan las guitarras eléctricas) sobre la que planea un suicidio: «Medianoche en el acantilado, / yo llego tarde, / tú estás esperando / ya frente a las olas, imaginando / cómo sería dar el salto. / Hoy hace ya más de un millón de años, / nadamos en las playas de Riazor. / Agosto de calor, septiembre de tormenta. / Dos meses antes de que aparecieran / aquellas manchas de marea negra, / entre tu corazón y mi cabeza. / Qué ha sido de ti, / de aquella canción, / de las horas muertas en tu habitación. / ¿Quién dijo que no perdería el control, / cuando iba camino de la destrucción? / Hoy vuelve a soplar / ese viento del mar, / que nubla la mente y la vista, / prefiero saltar de una vez sin mirar, / y quiero que tú me sigas».

‘Montaña rusa’ combina ecos del pop afrancesado según la escuela erigida por Gainsbourg y unos guitarrazos como hachazos que Juan Aguirre va diseminando por detrás de la voz. Aquí se habla de confusión, de inseguridad y, en contraste con entregas discográficas anteriores, ahora parece Amaral ha alcanzado la madurez, ve la vida con realismo escéptico: «Perdida como un perro voy, / en busca de aventuras, / perdida sin saber quién soy, / en la montaña rusa. / Y yo quise cambiar el mundo, / y tal vez ese mundo me cambió». ¿Está Eva Amaral retratándose?

Para ‘Olvido’, como ya hicieran, por ejemplo, en ‘De carne y hueso’ (de «Gato negro. Dragón rojo»), buscan, y encuentran, ese sonido que era santo y seña de los fascinantes Pentangle: evanescentes ecos acústicos del folk británico pasados por el tamiz del dúo. Una de las piezas mayores de este álbum, para paladearla con delectación: «Me acerco al espejo, / te miro y sonrío, / mi propio reflejo cayó en el olvido. / Pero tú eres lo último que veo / antes de vencerme el sueño, / siempre estás conmigo en una dimensión / lejos del olvido.»

Más acústica para la excelsa ‘Cuando suba la marea’, donde Amaral muestra esa nueva cara en la que los que recuerdos y los golpes amargos de la realidad cobran protagonismo. La letra podría ser de una Cecilia contemporánea: «Estaríamos juntos todo el tiempo, / hasta quedarnos sin aliento, / y comernos el mundo, vaya ilusos, / y volver a casa en año nuevo. / Pero todo acabó, / y lo de menos es buscar / una forma de entenderlo. / Yo solía pensar / que la vida es un juego, / y la pura verdad es que aún lo creo, / y ahora sé que nunca he sido tu princesa, / que no es azul la sangre de mis venas».

‘Como un martillo en la pared’ rompe la acústica, pero el folk-rock sigue presente, ahora apoyado en una gran melodía, un sonido profundo y un texto que se adentra en lo político, en estos días de desconfianza hacia quienes rigen nuestros destinos: «Quien os ha llamado / es el juez, jurado y verdugo. / Quién os dio el poder, / qué es trivial y qué es profundo. / ¿Cuál es el motivo elevado / que mueve vuestros actos? / Sé que es imposible / que la envidia haya manchado tantas manos, / pero podría suceder, todo podría suceder. / La historia se repite una y otra vez, / como un martillo en la pared».

La música de baile se adueña de la mitad de ‘Hoy es el principio del final’, una canción en la que, en algunos instantes, Eva saca una voz que recuerda a la de Nina Hagen, recurso que no sé si es muy afortunado. Por lo demás, puro sonido Amaral. «Otra vez es igual, / el silencio reina, / la ciudad está dormida, / otra vez me hablas con esa ironía extraña / y un infierno se desata / y si pudiera congelar el tiempo / y volverme cenizas / y deshacerme cuando sople el viento, / que nadie sabe dónde habita, / y si pudiéramos ser algo más que polvo y energía, / la luz de dos estrellas extinguidas».

Para cerrar el álbum, ‘Van como locos’ es casi un himno, pero himno ambiguo, cuyo sentido cada cual lo interpretará como quiera, sin embargo, no es difícil, habiendo vivido los últimos meses en este país, imaginar su sentido: «Van corriendo desde el alto, / son caballos desbocados, / son los ríos subterráneos, son espíritus sagrados, / han tomado la ciudad / y son parte de algo inabarcable, / van viviendo por delante, / van vagando por las calles, / nada les podrá detener. […] Agarrados de las manos, / invocando a soles incendiarios / y no hay nada que perder, el cielo ya lo daban por ganado, / ellos saben que su tiempo / es aquel ahora ha comenzado. / Nada les podrá detener».

Al final, ese sonido duro y guitarrero que se nos anunciaba solo se ciñe a algunos temas y «Hacia lo salvaje» continúa incidiendo en las constantes ya conocidas de Amaral, en su elegancia innata y en la habitual combinación de temas eléctricos –en esta ocasión no electrónicos– y acústicos, rápidos y lentos, con la voz de Eva dominándolo todo y ofreciendo como un catálago, incluso demasiado amplio, de sus registros, de sus aptitudes canoras. Uno sigue creyendo que Amaral funcionan mucho mejor cuando pellizcan en acústico: ahí es cuando pisan fuerte sobre la arena y despliegan esa ya probada capacidad para conmover al oyente, para atraparlo sin remedio y ponerlo de su parte. Pero quizá su ambivalencia sea la que les ha granjeado el éxito popular y el beneplácito de parte de la crítica.

En cuanto al contenido argumental de esta nueva obra, sin duda son ellos, los mismos de siempre, pero ofreciendo un cancionero más amargo de lo habitual, en el que muestran un cierto desencanto, el de quien ha sentido los golpes de la vida, la soledad y el abandono; atrás queda su faceta –que cubría una parte de sus canciones– más lúdica (incluso juvenil, en ocasiones), ahora la calle no es territorio de goce, sino de tristeza y de biografías rotas. En suma, Eva Amaral y Juan Aguirre siguen evolucionando y creciendo. Y no es poco frente a los que parecen vivir varados permanentemente en el mismo puerto.

 

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