Algunas reflexiones sobre música e internet (2): Medios y lectores teñidos de amarillo

Autor:

«Cada cual busca su espacio y tiene sus motivaciones, pero la música pop, o popular, ya está bastante devaluada como para que desde los medios especializados la transformemos en algo menor, sin importancia, con la que entretener a una parroquia que pareciera buscar únicamente diversión y frivolidad»

En su segunda entrega sobre la música en la era de internet, Juan Puchades se fija en cómo los medios especializados se aproximan a esta y en algunos de los métodos que ha traído el periodismo electrónico.


Texto: JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.


Hace unos días, un colaborador del diario deportivo «As» decidió meter unos goles directos en la portería de la prensa futbolera: Desde su Twitter dejó caer tres o cuatro informaciones premeditadamente erróneas. Al poco, diversos medios, incluyendo una respetable agencia de noticias, se hacían eco de tales falsas noticias haciéndolas pasar por buenas, por verdad periodística. En el camino que llevó consultar el Twitter del periodista y publicar la información ofrecida por éste en otros medios, solo se andaron unos pocos clics de ratón pero se perdieron años de ética periodista. Esa ética imprescindible que obliga a contrastar la información, a corroborar las fuentes. Pero internet ha traído pereza y rapidez. La pereza de asumir que otro ha hecho el trabajo por ti y ¡para qué vas a poner en duda lo que escribe en su Twitter un compañero siempre riguroso! ¡Acabáramos! La rapidez de que la noticia es ahora, de que la información no puede esperar: Si el medio de enfrente hace treinta segundos que ha ofrecido la noticia, tú ya estás tardando en darla, no sea que pierdas lectores y tu audiencia se resienta. Hoy las audiencias lo son todo, ellas marcan el ritmo, la forma y el modo de los medios electrónicos.

Detrás de las audiencias están los lectores –en realidad eso que ha venido en llamarse internautas, pero como tal palabro de nuevo cuño ha adquirido unas connotaciones un tanto repulsivas en los últimos tiempos, sería preferible obviarlo–, y el lector no solo sabe lo que quiere, sino que siempre tiene razón. Y al lector, por lo visto, le gusta tanto el morbo como a Belén Esteban una cámara de televisión. El morbo le gusta al lector en cantidades industriales. Dale al lector un muerto conocido, una separación (también vale una nueva pareja o una reconciliación) amorosa o una pizca de sexo y verás cómo el respetable responde. Elabora un buen titular  (el clásico «caca, culo, pedo, pis» y sus diferentes variantes sigue resultando infalible) para presentar tu noticia y siéntate a esperar que las moscas se acerquen a la miel.

Está bien que el público, el lector, quiera sus buenas dosis de guarrindonguez, el problema es cuando los medios nos dejamos llevar por él (por el lector y sus impulsos), nos lanzamos sin paracaídas para darle gustito y traspasamos las fronteras de lo razonable para caer en el amarillismo más descarado. Medios históricamente serios en sus ediciones en papel, en internet coquetean con el delirio a la caza de la noticia llamativa, conscientes de lo difícil que es amortizar las ediciones electrónicas, sin mostrar el valor suficiente para hacer lo que piensan: renunciar a audiencias millonarias (que en realidad suponen escasos ingresos) segmentándolas mediante el cobro por contenidos (que es lo que todos desean pero no se atreven a poner en práctica) y quedándose con aquellos lectores que sepan apreciar la información realmente valiosa, elaborada con rigor, ajena al amarillismo. Es la calidad frente a la cantidad. La encrucijada de los tiempos modernos.

Pero no solo son los grandes medios electrónicos los que han caído en estas prácticas, entre las webs especializadas en música, el amarillismo, lo morboso y lo frívolo también hace estragos.

Antes de entrar en materia musical –que es lo que nos traía hasta aquí–, convendría mirar la viga en pantalla propia y explicar que sí, que aquí, en EFE EME, en ocasiones, también caemos en tales métodos. Si jugamos a ofrecer algún titular levemente escandaloso, como resultado tenemos la noticia más leída del día, de la semana o del mes. Por tanto, sabemos de lo que hablamos, que el barro nos salpica a todos.

Tras la pública confesión, quedémonos en las formas que adquiere el amarillismo musical electrónico: De una entrevista en un medio (tal vez generalista), otro medio especializado puede elaborar una noticia breve descontextualizando una declaración más o menos «jugosa» que allí ha pasado de puntillas, se focaliza sobre la anécdota y ésta se convierte en titular de (pretendido) escándalo. Se cita la fuente, aquí paz, allí gloria y a esperar que San Google obre el milagro de la multiplicación de las visitas. Un vídeo lamentable de Youtube con, pongamos por caso, una sonora caída o un vocalista en una noche especialmente desafortunada o «espesa», aunque sea de alguien estéticamente alejado de tu línea editorial –al que no le dedicas ni una línea en condiciones normales– se transforma en noticia con la que echarse unas risas y ver si con ella te enlazan en las redes sociales. El videoclip con alguna teta más o menos entrevista, permite el titular sexy que despertará la curiosidad del navegante… (Y sí, de nuevo, en EFE EME también caemos a veces en algunas de estas prácticas.)

Instalados en esta suerte de todo vale (o de periodismo todo a cien) y en darle a la gente lo que quiere para conseguir lo que queremos (audiencia), parece que lo de menos es el lanzamiento de un nuevo disco (y conviene recordar que, por cierto, un disco es una creación artística, algo que a veces se olvida), analizarlo con calma, conversar con el músico para saber de sus motivaciones, descubrir nuevos sonidos (esto daría para otro artículo: cómo el aficionado musical siente un desinterés completo por todo aquello que no conoce), repasar trayectorias, etc. Pero no, aparte de los titulares mencionados, lo que a la gente parece ponerle a cien son las listas: Los diez mejores discos de… los peores discos de… los vídeos más… los vídeos menos… las portadas más… los momentos menos… Así hasta el retruécano infinito. Qué agonía. No sabemos si el tamaño importa, pero la cantidad, desde luego, para algunos, sí. Dejamos de hablar de música en sentido estricto y la condensamos en tontorrones tops de lo mejor y lo peor (tampoco muy largos, diez o doce entradas, que ya se sabe que el lector pierde la atención con rapidez); olvidamos la mayor, que la lista debe ser la excepción, que esto no es una competición deportiva. Triste destino este para la obra musical, condenada a resumirse en cápsulas de frivolidad adolescente pensada para lectores desinteresados y ociosos. Flaco favor le hacemos al arte que inspira nuestro oficio, al que devaluamos transformándonos en redactores-ideadores de absurdos intrascendentes, cayendo en el puro y duro entretenimiento.

Es indudable que cada cual busca su espacio y tiene sus motivaciones, pero la música pop, o popular, como preferimos llamarla por aquí, ya está bastante devaluada como para que desde los medios especializados la transformemos en algo menor, sin importancia, con la que entretener a una parroquia que pareciera buscar únicamente diversión rápida y frivolidad vácua. Algunos no la entendemos de ese modo, nos merece todos los respetos y creemos que somos los primeros que debemos tomárnosla en serio, por respeto tanto a quienes se dedican a ella como a nosotros mismos. Como en serio hay que tomarse a internet, un soporte comunicativo tan válido como el papel impreso y en el que hay que sentar las bases, día a día, del periodismo actual. Hay que empezar a pensar que al otro lado de la pantalla no hay únicamente un tarugo descerebrado, sino un lector culto, inteligente e inquieto, que busca algo más que chascarrillos con los que pasar el rato. Mal camino llevamos si creemos que todos queremos acabar con pupilas y cerebro teñidos de amarillo…

Aquí puedes consultar «Algunas reflexiones sobre música e internet (1): Del amor al odio, esa frontera tan estrecha».

Artículos relacionados