Acho Estol: La doble vida del hombre de La Chicana

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«Quería hacer un tango que se notara que estaba hecho por un tipo que es fanático de los Beatles, que además de que amo el tango y lo hago a conciencia, lo hago con un ojo puesto en Hendrix también»

Acho Estol, el líder del grupo argentino La Chicana, publica en España su segundo disco solista, «Buenosaurios», una fascinante obra conceptual con Buenos Aires y sus gentes como motivo principal y con invitados de excepción poniendo voz a cada tema. Un disco de tango, sí, pero a la manera de Estol.


Texto: JUAN PUCHADES.
Fotos: SANTIAGO SCHROEDER.


Acho Estol acaba de aterrizar en Madrid y anda sorprendido con la lluvia que descarga sobre la capital. Ha estado en París, actuando junto a La Chicana, el grupo tanguero que lidera mano a mano con Dolores Solá. Lo que nos lleva a la primera pregunta: ¿La Chicana no estaba de vacaciones?
«Sí, porque nos tomamos el año para hacer discos en solitario. En realidad fue más de un año. Hace tres años que logré convencer a Lola de que ella debía tener una historia en paralelo para que fuera en solitario. Yo estaba sacando mi anterior disco en solitario, ‘Mi película’, y ella quería tocar todo el tiempo en directo, cada vez que hubiera oportunidad, y yo, por el contrario, estaba muy entusiasmado con el estudio porque estaba produciendo a muchos grupos y solistas, y, la verdad, cada vez estoy más entusiasmado con ello. Entramos como en un conflicto de intereses, yo cada vez más en el estudio produciendo y ella con el escenario. Entonces le dije ‘vos debés tener un proyecto solista que te permita tocar todos los días, y de vez en cuando, con La Chicana, hacemos las cosas que valgan la pena o presentamos los discos o hacemos las giras, pero que no estés atada a mí’. Finalmente, la convencí, pero lo hizo muy a conciencia, muy seriamente, y se tomó su tiempo.»

Entonces, ¿Dolores también ha grabado en solitario?
Sí, lo acaba de terminar, yo produje una tercera parte del disco, pero ella, a lo largo de estos dos años y medio, armó su pequeña banda y está haciendo conciertos en solitario, con lo cual yo me he liberado bastante. Fue una buena idea, porque ella está contenta, como intérprete tenía una vida aparte de La Chicana que debía explotar.

Para quien no lo sepa, aclaremos que La Chicana es una soberbia formación que factura tangos de nuevo cuño, firmados por Acho Estol e interpretados por Dolores Solá, pero a la manera de los clásicos, cuando el tango era un género eminentemente arrabalero. Aunque no pensemos que el grupo cae en la nostalgia, para nada, muy al contrario, su propuesta, concepción y poética son netamente contemporáneas, hijas y reflejo de los tiempos que vivimos. Sus seguidores sabemos de la bicefalia que los define y que es su fuerza: El talento compositor y musical de uno, la majestuosidad, calidez y excepcionales condiciones vocales y escénicas de la otra. En cualquier caso, Estol visita Madrid para promocionar «Buenosaurios» (editado por Galileo), su segundo disco solista, un trabajo que supone un giro radical frente al primero, abiertamente rockero. Esta segunda entrega tiene más que ver con La Chicana, pues se interna en el tango, pero en cada tema es un vocalista, todos masculinos, quien se pone frente al micrófono: Cantantes abiertamente tangueros (Tata Cedrón, Juan Vattuone), rockeros con corazón de tango (Antonio Birabent, Palo Pandolfo) o inclasificables francotiradores de la escena porteña (Ariel Prat, Pablo Dacal).

Acabas de publicar tu segundo disco, Dolores va a sacar el suyo, ¿las vacaciones de La Chicana acabarán por ser largas?
No, en 2009 hemos estado de vacaciones, aunque tocamos en Buenos Aires, en Rosario, pero a mí no me interesa presentar «Buenosaurios» como frontman, lo presentamos en diciembre junto a La Chicana en el festival del Tazo, que para mí es el festival más importante del mundo, porque allí se juntan los mejores artistas del tango. Allí tocamos con La Chicana y aprovechamos para tocar «Buenosaurios» dentro de los conciertos de La Chicana, hicimos dos conciertos con los cantantes invitados del disco, fue buenísimo, vinieron siete u ocho a cada concierto y fue genial, porque fueron unos encuentros maravillosos entre los rockeros y los tangueros: Uno grande, de 60 o 70 años, con otro de veinte. Al mismo tiempo, aprovechamos para hacer los dúos de La Chicana, porque en los discos de La Chicana hay muchos dúos también. Fue un poco una pesadilla logística, preparar dúos. Fueron muy buenos conciertos, porque cada poco subía uno y cantaba un tema de «Buenosaurios», luego se hacía un dúo de algo de La Chicana, con Dolores, luego subía otro. El camerino fue genial, veías s Palo Pandolfo, con su pelo rasta, conversando con el Tata Cedrón o a Juan Vattuone con Antonio Birabent… Fue una bellísima experiencia, que la vamos a repetir, el 9 de abril tenemos un teatro en Buenos Aires, para hacer esto mismo, «Buenosaurios» y La Chicana. Este formato está lindo, tener a todos los cantores, a todos los varones. A mí, que estén todos cantando mis canciones, me parece un lujo.

Porque este es un disco de hombres.
Sí, es un disco de hombres. Para que no sea tanto de cojones y tan masculino, me parece lindo haberlo hecho en directo dentro de La Chicana y tener a Lola de invitada.

¿Cómo se te ocurrió que en cada tema del disco hubiera un cantante?
Surgió del aburrimiento: Lola se tomó tanto tiempo con su disco solista… Hace algo más de un año, estábamos en el aeropuerto de Roma y le dije, pero, «¿cuándo vas a terminar tu disco solista, porque ya viene largo esto?» Y me dijo, «no sé, tengo que tomarme mi tiempo». Y dije, «bueno, no te apures, tú haz tranquila el tuyo, si quieres te ayudo, pero, mientras tanto, pues yo me hago otro, porque pensaba que en 2009 íbamos a hacer un disco de La Chicana». Y allí mismo empezamos a pensarlo, y Dolores me dio la idea de llamar a un cantor para cada canción. Así, para no tratar de hacer algo como La Chicana, lo hacía todo con varones. Totalmente masculino. Además, yo tenía acumulados temas que no encajaban en La Chicana porque eran muy masculinos, o muy oscuros. También había otros que habrían ido a parar al próximo disco de La Chicana, pero los canibalicé, no hubo más remedio. Pero fue ella misma la que me dio la idea de que llamara a un cantor distinto para cada tema.

¿A ti no te gusta cantar?
Sí, me gusta cantar, lo que pasa es que me tomo muy en serio el tema del tango. Me parece que el cantor de tango es un especialista.

¿Y tú no lo eres?
Yo no lo soy. Cantar tango es algo muy difícil, tengo mucho respeto por los cantores de tango, yo puedo cantar rock y puedo cantar cumbia y puedo cantar milonga, pero no tango. Una vez que empecé a ver los invitados, me dije, «acá no puedo cantar yo, al lado de todos estos, que son grandes cantores», me pareció innecesario meterme yo en el medio. No me interesa particularmente cantar, aunque sí me gusta cantar con Lola a dos voces, o cantar cosas más rockeras o folclóricas, eso me gusta mucho. Pero nunca me sentí cómodo cantando tango, creo que cantar tango es para los cantantes de tango.

Por eso, como el anterior disco, «Mi película», era un disco rockero, sí que lo cantaste tú.
Claro, tuve un par de invitados, pero canté la mayoría del disco porque me sentí capaz. También junté canciones que yo podía y quería cantar. Pero esto que me digo a mí mismo, se lo diría a varios, pero no necesito nombrarlos. Cantar el tango es para los cantores de tango. Le tengo mucho respeto.

Me ha hecho mucha ilusión escuchar al Tata Cedrón en ‘Tango del diablo’, al que hacía mucho tiempo que no oía. ¿Te costó mucho que participara en el disco?

No, realmente, yo no me animaba. Lola me decía, «para ‘Tango del diablo’, tienes que llamar al Tata», y dije, «¡uy, no!», más que nada me daba pereza encarar al Tata, que más que nada es bastante cabrón, y tenía miedo de su rechazo, pensaba, «me voy a deprimir cuando me diga que no». Porque es un tipo muy serio, nada hipócrita, cuando algo le gusta te lo dice, y cuando algo no le gusta, te critica y te parte la cabeza.

¿En serio?
Claro, es un tipo muy frontal y muy honesto, eso es lo que más me gusta de él. Pero me daba miedo llamarlo y arriesgarme a su rechazo, aunque me animé porque el tango era suficientemente difícil como para que le gustara. Y terminamos íntimos, realmente, después de diez años de una relación muy tentativa, en la que cada vez que yo le daba un disco de La Chicana él me decía muy honestamente lo que le había gustado y lo que no, terminamos íntimos; hasta el punto que un día estábamos tomando mate en su casa y me dijo, «che, ¿vos me querés dar una letra de tango para que yo le ponga música y que hagamos algo juntos?». Me emocioné, me dio una emoción terrible, salí corriendo, inspiradísimo, y al otro día le di una letra y dos días después llego a mi casa y pongo el contestador automático y aparece el Tata Cedrón cantando con la guitarra mi letra con su música. Fue uno de los momentos álgidos de mi vida. A partir de ese momento él quedó muy entusiasmado, es una gran felicidad para mí decirlo, aunque parezca pedante, pero es un orgullo para mí porque me he enterado por otra gente que él habla mucho de mí y que está muy contento con el ‘Tango del Diablo’, con «Buenosaurios» en general. En cuanto se lo mandé me llamó para decirme lo que le había gustado del disco. Finalmente, Lola tenía razón, y yo debía armarme de coraje y encarar al Tata.

Quizás esto sea muy atrevido por mi parte, sobre todo porque no lo sé, pero me da la impresión de que el Tata Cedrón puede ser, de algún modo, padre musical tuyo, por la manera de encarar el tango desde la contemporaneidad y por el contar las historias del género desde otra óptica, personal, renovadora y arriesgada.
Absolutamente, y no solo para mí, el Tata Cedrón cumple un papel muy importante como el eslabón perdido del tango, porque el tango que murió en los 70 y que fue cayendo, el tango que nosotros vimos cuando éramos pequeños, era un tango ya totalmente cutre, totalmente hortera, en la televisión uno veía a esta gente en las galas con su peluquín, cantores con moñito disfrazados y gritando, y era el cliché, el tópico del tango ya llevado a su expresión más macabra. Ese era el tango que conocimos cuando éramos chicos, y por eso rechazábamos el tango, porque el rock nos decía que el tango era algo viejo y de viejos, nos parecía algo totalmente antiestético. Cuando hace quince años los de mi generación empezamos a hacer tango, lo mismo Dolores y yo, descubrimos al Tata Cedrón y nos dimos cuenta de que siempre había existido una continuación, con alguien valiente, que había segudio creando, que en los años 60, en los años 70, en los años 80 había venido haciendo un tango relevante y valiente. Así que me siento muy orgulloso de lo que me dices, de que haya una paternidad artística.

Sí, esa conexión creo que está ahí, sois gente del tango pero que habéis trabajado el tango desde los márgenes.

Claro, desde los márgenes mismos del propio tango que se exilió en un lugar rarísimo y difícil. Además, lo que pasa con el Tata es que se exilió, pero físicamente.

Estuvo en Francia, creo recordar.
Sí, treinta años estuvo en Francia. Y el público argentino es muy argentino, en Argentina nadie le dio bola al Tata Cedrón mientras él estuvo exiliado, fue olvidado, por eso tuvimos que redescubrirlo. Para los tangueros argentinos, el que no está no está, es como una cosa muy cerrada.

Fíjate que en España tiene un perfil casi mítico, por aquel disco que el Cuarteto Cedrón grabó con Paco Ibáñez.

Sí, aquel es un disco muy interesante, cantan a dúo, por ejemplo, una canción que cantaba Gardel con Razzano en los años 20. ¡Nosotros descubrimos eso en los años 90! En Argentina no llegaba, había que ser muy culto y muy hispanófilo para conocer a Paco Ibáñez en Buenos Aires. El Tato, por exiliado en Francia, había sido expulsado de las huestes tangueras de Buenos Aires. Para mí fue un descubrimiento fundamental, como una guía dentro de La Chicana, el disco del Tata que recomiendo siempre, con la poesía de González Tuñón, es una biblia del tango de los 70.

Aquí Ariel Rot hizo una versión de una de aquellas canciones.
Exactamente, de ‘Eche veinte centavos en la ranura’.

¿En el disco hay alguna otra colaboración que haya tenido para ti un significado especial?
Para mí significa mucho Juan Vattuone, que es un tipo que tiene ahora unos sesenta años, y que nos hicimos amigos antes de que empezara La Chicana, hace dieciséis o diecisiete años que disfruto de su amistad y, para mí, escucharlo cantar sus tangos fue una revelación, porque fue lo que me demostró que se podía componer tangos actuales y relevantes. Nosotros empezamos con La Chicana y empezamos cantando clásicos, porque era lo que Lola sabía cantar muy bien, lo que conocía y nos gustaba mucho, pero era muy difícil la idea de pensar en componer tango en los 90. Y escuchando a Vattuone, en pequeños lugares, con treinta o cuarenta personas, con su estilo, donde puteaba mucho, decía muchos tacos y narraba mucha actualidad, tiene mucha relevancia y mucha honestidad en su poesía. Así como el Tata me inspiró tanto en la música, Vattuone me inspiró mucho en la letra, yo no habría empezado a escribir las cosas que escribí en el 96 o el 97 si no hubiera escuchado esos tangos, con los que sentí que era posible. Había un público, había una cultura, había una posibilidad. Así que ha sido un gusto contar con él, además lo llamé para cantar un tango de ciencia ficción [‘Planeta rojo’]. Pensé que su voz aguardentosa y ese estilo de tanguero valiente que tiene iba a pegar con esa historia de ciencia ficción.

Tango de ciencia ficción, hay que mencionar que eres muy aficionado a los cómics, ¿influyen en las historias que escribes?
Sin duda, para mí son parte de la literatura. Es una cuestión generacional, pero para mí tiene el mismo valor un álbum de Tintín que una novela de Sallinger, no puedo separarlo, son cosas que me han formado y que tienen muchísima importancia. Además, Argentina es un país que ha dado grandes autores de cómic. Cuando yo era adolescente el cómic en Argentina era un boom, así que estoy sumamente influenciado por esa estética.

«Buenosaurios» es un disco conceptual, con Buenos Aires de fondo y con historias y personajes que se mueven por sus calles. ¿Surgieron así las canciones o recogiste unas cuantas que te vinieron bien para el disco?
Algunas tienen diez o quince años, porque habían sido rechazadas por La Chicana por ser demasiado masculinas o demasiado oscuras, o porque, justo cuando estábamos haciendo un disco había una canción que se parecía mucho a otra, y elegimos una de ellas. Luego, cuando me metí con el disco, pensé que podía ser conceptual, buscando historias que tuvieran que ver con esto, y canciones que compuse en el último año, ya las compuse con esa mirada, que acompañaran a este tipo de historias narrativas de personajes solitarios, marginales, nocturnos. También empecé pensando en que era muy fuerte la identidad de la ciudad de Buenos Aires dentro del disco, pero luego descubrí que por algo el tango ha sido tan exitoso en el mundo, porque sus temas son universales y, a fin de cuentas, cualquiera de esas historias, si uno la quiere imaginar en París, Moscú o Pekín, también se puede imaginar, porque las pasiones humanas son las mismas en todos lados, lo único que hace el tango es ser un poco más descarnado y un poco más osado a la hora de no tener miedo a la cursilería. El tango es sentimental a tope, entonces, en el tango uno se entrega a la cursilería sin miedo, pero las historias son las mismas para cualquier persona en cualquier lado.

Firmas el disco junto a La Orquesta Moscas de Bar… imagino que tal orquesta no existe y que es una licencia literaria.
Sí, es una licencia literaria, en la canción ‘Mi involución’, que canta el Chino Laborde, dice «en mi bar de barfly», es un concepto que me gusta mucho. De Bukowsky en adelante, el concepto del barfly es habitual. Una vez se lo oí a un gran tanguero, Daniel Melingo; un día nos encontramos en Madrid, en un barechuzo de la calle Carretas, entré a tomarme una copa, y estaba Melingo, sería el año 91, y Melingo me dice, «hola, cómo estás, ¿vos también venís a este bar de barflyes?». Me encantó la expresión, no era un bar común, era un bar de barflyes, así que tengo que admitir que ha sido un robo a Melingo.

«Una canción de Gardel y Lepera se puede comparar muy fácilmente con una canción de Lennon y McCartney: Tres minutos, cuatro o cinco acordes, una linda poesía que cualquiera puede entender y le llega al corazón»

EL ROCKERO TANGUERO

¿Cómo es posible que un rockero como tú acabara metido en el tango?
Creo que eso fue por culpa de los Pata Negra, por culpa de algo que pasó en España. Sí, Dolores y yo nos conocimos en España, y los dos compartíamos la pasión por el Nuevo Flamenco. Yo soy muy fanático de Hendrix, por ejemplo, y Pata Negra, que lo descubrí muy joven, era algo descojonante, el nivel que tenían, con su música tradicional, porque claramente son gente del flamenco, Raimundo se pone a tocar por bulerías, y te vuela la cabeza y que en algún momento de su vida se hubieran entregado al rock de esa manera y hubieran combinado las dos cosas con ese desparpajo… ¿Por qué no? ¿El flamenco y Hendrix por qué no pueden tener el mismo espíritu, si estamos hablando de fuego y pasión y amor por la música? Todo esto en el tango era terreno virgen. Estudié mucho todos aquellos discos de Pata Negra, Kiko Veneno, Ketama, Barbería del Sur, Ray Heredia… ¡y «La leyenda del tiempo»! «La leyenda del tiempo» es lo que nosotros queríamos hacer cuando hicimos el primer disco en el 2000. Era estar muy plantados en una tradición que conocemos muy bien, que habíamos estudiado mucho, yo en aquel momento era capaz de cantar cien canciones de Gardel seguidas, porque las llevo en el subconsciente, pero, al mismo tiempo, incluir también mi pasado rockero, incluir todo mi Led Zeppelin, todo mi Hendrix, todo mi Beatles, que todo eso no tuviera que estar en un cajón separado. Quería hacer un tango que se notara que estaba hecho por un tipo que es fanático de los Beatles, que además de que amo el tango y lo hago a conciencia, lo hago con un ojo puesto en Hendrix también. Así que aquellos discos seminales del nuevo flamenco, «Rock gitano», «Guitarras callejeras», que son fantásticos, nos influyeron mucho. Cuando nosotros comenzamos a hacer tango, el tango de moda era Piazzola, y a nosotros lo que nos gustaba era todo lo contrario, el tango de la guardia vieja, el tango más antiguo, prostibulario, improvisado, de músicos analfabetos, poesía simple y conmovedora… y descubrimos que ese tango era superpunk. Es un tango mucho más rockero que las propuestas posteriores, más académicas y sesudas, Piazzola es como un cráneo haciendo unos contrapuntos infernales, mientras que el tango que más nos gustaba a nosotros era el más primitivo. Una canción de Gardel y Lepera se puede comparar muy fácilmente con una canción de Lennon y McCartney: Tres minutos, cuatro o cinco acordes, una linda poesía que cualquiera puede entender y le llega al corazón, y eso nos interesaba mucho más que esos caminos piazzoleros por donde andaba el tango en ese momento. Se dio una combinación bastante feliz de cosas, nuestro caradurismo, nuestro amor por el tango antiguo, nuestra decisión de juntar todo eso inspirados por lo que había pasado con el flamenco en España, que era algo que, para nosotros, tenía que pasar con el tango.

Hace tiempo que manejas un lenguaje propio, pero, cuando compones, ¿hay canciones que se van al rock, y otras al tango de forma natural o las fuerzas?
El otro día un amigo me decía, «cuando cuentas las historias narrativas, tangueras, de personajes, me encanta, pero cuando te pones más abstracto, más rockero, ya no me gusta tanto». Pero esa también es mi esencia. Lo que ocurre naturalmente es que cuando la letra va para un lugar más esotérico, menos concreto y menos de contar una historia, la música se me va para un lado más rockero o más folclórico, porque el folclore argentino tiene un componente medio ácido, al que le van las letras abstractas. Mientras que el tango me parece que es más puramente narrativo, yo me siento más cómodo contando historias en ritmo de milonga y tango, y dejando el otro tipo de poesía, más lírica y abstracta, que probablemente tenga influencia de Spinetta o de Charly García, donde las palabras son más para su uso musical, y ahí es donde tiro para el otro lado.

Por ello, si sigues escribiendo más canciones de esta segunda línea, supongo que habrá más discos tuyos en solitario en la línea de «Mi película».

Ya no sé qué hacer. ¡Tendría que estar sacando una de esas películas cada dos meses!

¿Sí?
Sí, la verdad es que sí, se acumulan.

¿Eres muy prolífico?
Sí, pero no es que sea prolífico, ¡es que soy viejo! Tengo 45 años y estoy escribiendo canciones desde los 15, entonces hay montones de canciones que van y vuelven, de hace veinte años, de hace quince años, y que vuelven. En «Mi película» hay canciones que son viejísimas, en los discos de La Chicana también, y mientras tanto sigo haciendo diez o doce canciones por año, además, en los discos de La Chicana siempre ponemos varios covers, así que entran diez, o menos, canciones mías, de este modo, inevitablemente, se van acumulando. No es que sea tan prolífico, es que son muchos años. Ahora sí, tengo material para un disco rockero como «Mi película», pero también tengo material para un disco de La Chicana, estamos pensando con Dolores hacer este año un disco de La Chicana, probablemente un disco doble, estamos jugando con la idea de un doble, uno con composiciones mías y el otro con versiones de clásicos no muy conocidos. Con lo cual estaríamos aprovechando nuestras experiencias en solitario. Mi rincón particular, que exploré en «Buenosaurios», y el de Dolores, que se descubrió a sí misma como productora en su disco en solitario, que se llama «Salto mortal», ella allí también hizo una investigación, estudió mucho repertorio de Magaldi, de Corsini y de Gardel y se redescubrió a ella misma como intérprete, porque estaba un poco bajo mi control, y ella necesitaba irse en solitario para explorar su capacidad como intérprete en libertad. Entonces, si hacemos un disco doble de La Chicana, podríamos hacer esto.

Se acumulan los proyectos.
¿Y si no? ¿Si no qué hacemos? [risas] La gente no quiere ni comprar los discos, se los bajan por internet, todo se ve negro, el único antídoto que yo veo es trabajar. Al mismo tiempo, trabajo mucho en el estudio con bandas, con grupos de rock.

¿Te has montado tu propio estudio?
Sí, me gusta mucho producir y producir a otros autores, antes no lo podía hacer pero fui encontrando esa posibilidad y ahora me encanta descubrir autores, producirlos y darles forma, me gustan más los que están más verdes, que tengan buenas canciones y que no sepan muy bien qué hacer con ellas. Darle forma a eso me da mucho placer.

¿A quiénes has producido?
A Martín Elizalde, que es el cantante de un grupo que se llama Los Falsos Profetas, un grupo de rock tanguero, pero él tiene una vena solitaria que me parece más profunda, más de cantautor que la que tiene con su grupo. También produje a una especie de rockero psicodélico que se llama El Tigre, que sacó un disco que se llama «El tigre y sus manchas», lo terminamos hace un año, es como rock psicodélico de los 60, como Syd Barret, un personaje que me encantó su música para producir porque es muy psicodélico y a mí la música psicodélica me encanta.

¿Producir te ofrece la posibilidad de moverte en otros registros?
Claro, y con otra libertad, por algún motivo uno tiene menos complejos, si yo estoy haciendo un disco de La Chicana me lo tomo de una manera, siento que hay una lupa que me está mirando y que estoy mostrando mi alma. Sin embargo, cuando estoy trabajando con otra gente, me siento más libre y más experimental. Cada vez me gusta más producir, es un placer, en 2009 hice cinco discos como productor. Ahora estoy trabajando la música para un documental de una directora gallega que me llamó y me pidió algo muy suave, estilo Baladamenti, algo Ry Cooder; para mí, que soy tan barroco, me encanta ese minimalismo porque es un desafío. Porque el desafío de la música de película es que hay que poner muchísimo menos, solo hay que acompañar.

A todo esto, ¿tienes tiempo para dormir?
Sí, parece que estuviera muy ocupado porque te lo cuento todo junto, pero sí, duermo [risas].

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