Músicos en la sombra: José «Niño» Bruno, el batería de Andrés Calamaro

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“Tocar con Calamaro ha sido el único sueño cumplido, aparte de dedicarme a esto. Para mí es el mejor cantante en castellano que hay, por su repertorio y por su voz. Otros me encantan, pero ninguno me ha transmitido lo que Andrés”

El invitado de Arancha Moreno de esta de semana no se puede decir que sea un desconocido: cualquier aficionado al rock español conoce a José Bruno, el batería habitual de Andrés Calamaro.

 

Una sección de ARANCHA MORENO.
Fotos: JUAN PÉREZ-FAJARDO (Bruno solo) y ROMINA COSTIGLIOLO (con Calamaro).

 

Es de los baterías con más renombre en el panorama rock español. José, o “el niño Bruno”, como le llama su “jefe”, Andrés Calamaro, es un tipo solvente, de larga trayectoria y experiencia, capaz de pasar por proyectos tan variopintos como Def con Dos, La Cabra Mecánica o Fito y Fitipaldis. De hecho, hizo doblete en la gira a medias de Calamaro y Fito, y acompaña a Andrés desde tiempos de «Honestidad Brutal». Con él ha girado ininterrumpidamente los últimos cinco años, tiempo en el que ha dado clases de batería, ha grabado otros discos y ha escrito dos libros, «Diario de un fitipaldi» y «Baterías y canciones», porque también le gusta refugiarse en el papel. Nos encontramos un miércoles de diciembre en la Glorieta de Bilbao, y entramos a charlar al Café Central.

 

¿De casta le viene al galgo, o eres el primer músico de tu familia?
Mi madre tocaba el piano, hizo la carrera pero nunca ejerció. Mi hermano [Kiki Tornado] y yo somos bateristas. Él toca con Def Con Dos.

La batería es un instrumento muy diferente al resto, y no es por el que más se decantan los que empiezan…
Tal vez porque ocupa mucho espacio, hace mucho ruido y molesta mucho a los vecinos. Tenía una vecina que me tiraba cubos de agua cuando llegaba al garaje donde ensayaba, pero la recuerdo con cariño.

¿Cuándo empezaste a tocar?
En FP había un chico de mi clase que tocaba la batería en un grupo punk de Valladolid.

Tocar la batería en un grupo punk en el Valladolid de los 80 se me antoja de una extrañeza absoluta…
Me encantaba, aunque sí que era raro de narices. Ser punki era poco menos que ser yonki, o macarra, o delincuente, no era nada bien visto allí. Llevar un collar de perro ofendía a la gente. Eso también me gustaba.

¿Cómo te atrapó la batería?
Yo me obsesioné con tocar la batería. Me compré mi primera batería haciendo un trabajo para la Universidad de Filosofía: pasar el polvo a las estanterías… En mi generación teníamos pánico a que nos tocase hacer la mili en sitios inhóspitos, así que la hice de voluntario en mi ciudad: escribía a máquina de 9 a 14 y por la tarde tocaba la batería. Cuando la terminé, la opción de Valladolid era tocar en orquestas, no había otra cosa, solo había cinco grupos. Los 80 eran muy radicales, yo antes de tocar en una orquesta me hubiese amputado una mano, quería tocar rock, country, jazz, música negra… Así que me vine a tocar a Madrid. Pero fue una decepción total, porque aquí tampoco había gran cosa.

¿Ningún baterista de referencia con el que poder aprender?
Nada, solo daban clases Pepe Sánchez y el batería de Barón Rojo. También estaba un baterista argentino que tocaba en Cañones y Mantequilla, pero en general el nivel era cero, no tenían ni idea. Tal vez había buenos guitarristas, bajos… Pero la batería en España no la sabía tocar nadie.

¿Por eso te fuiste a EE.UU.?
Me fui a dormir al sofá de un amigo, con 20 años haces esas cosas sin ningún problema. Entonces estaba encantado de vivir en Los Ángeles, allí estaba la música que me interesaba y podía aprender un montón solo con ir a conciertos cada noche. Me fui con poco dinero, y a la semana de estar allí me compré una batería, me quedé sin pasta y busqué trabajo de lavaplatos. Iba para dos o tres meses, pero me quedé tres años. Me gustaba la forma de vida, aunque Los Ángeles es un sitio raro de narices, es tremendamente solitario, lo que para muchas cosas es genial. Allí mucha gente se dedica al cine o a la música, yo trabajaba en restaurantes y allí todos eran actores. Es una ciudad donde se viven muchos momentos de irrealidad, pero es ideal para aislarte una temporada. Después de casi tres años mis amigos de Sex Museum vinieron a casa de vacaciones y volví a Madrid con ellos.

Al volver a España, ¿por dónde empiezas?
Empecé dando clases de batería, el rock se empezó a poner de moda a principios de los 90 entre los chavales. Yo explicaba canciones del estilo que le interesara al chaval, y eso era bastante atractivo, tenía muchos alumnos. También tocaba con un montón de grupos de Malasaña: Sex Museum, Los Vancouver, Los Coronas… Tocaba en la Big Band de jazz de la Comunidad de Madrid, tenía un trío de jazz, una banda de reggae… Vivía por y para la batería.

¿Fue entonces cuando empiezas a tocar con Def Con Dos?
Los Def era uno de los grupos de Malasaña, un grupo diferente, de gente que había terminado Bellas Artes. Tenían una versión muy modernista y gamberra del arte, tenían una galería en la que daban pinchos de tortilla y cuadros pintados con mierda. Querían hacer algo distinto, se burlaban de todo lo convencional, y pensaron que hacer rap era interesante porque podían decir sus ocurrencias más bestias con un fondo musical. Entre ellos, el que era músico de verdad era Julián Hernández, de Siniestro Total, él aunó todo el rollo subversivo y lo profesionalizó. Ellos querían hacerse famosos sin existir siquiera, rollo Andy Warhol. Eran muy conocidos en Malasaña antes de haber hecho un solo concierto porque habían puesto eslóganes ingeniosos en puntos estratégicos de la ciudad. En algún momento, Álex de la Iglesia les propuso hacer una canción para su película «Acción mutante». La música se cruzó en su camino como se podía haber cruzado otra cosa.

¿Y tú cómo te cruzaste en su camino?
En uno de sus conciertos necesitaban un batería que sustituyera al suyo, y pensaron en mí. Yo era el batería bueno de Malasaña, podía tocar con cualquiera casi sin ensayar. El batería de los Def me llevó las maquetas, estaba muy preocupado porque me lo aprendiera bien, y cuando toqué una canción delante de él, el chaval me dijo a gritos que le iban a echar porque lo hacía bastante mejor que él [risas]. El caso es que así fue, querían ser profesionales y la batería era muy importante en esa música. Fueron años divertidísimos, era gente muy ocurrente, diferentes de los rockeros tradicionales, que solían ser más mitómanos. A mí siempre me interesaron todos los estilos, en Valladolid cuando era punki escuchaba rock sinfónico a escondidas.

Probablemente, Def con Dos es el grupo más diferente con el que has trabajado, ¿qué es lo que te gustó musicalmente de ellos?
Me atraía porque tenían funk, que eran un tipo de ritmos que me apetecía explorar. El hip hop me atraía. Siempre he sido estudioso, con Sex Museum estudié el estilo de los grandes bateristas del rock: Mitch Mitchel, Bonham, Ringo Starr, Charly, Keith Moon… Si sabes imitarlos bien cubres mucho de lo que se puede hacer en la batería.

Viviste una época de mucho éxito en Def con Dos: discos de oro, platino…
Fue un momento muy dulce, por fin veía pasta: me compré baterías, discos, di la entrada del piso… Y el funk: me estudié los discos de James Brown, The Meters, Herbie Hancock…

“Cuatro músicos maluchos con un batería bueno pueden sonar bien, pero si pones cuatro músicos muy buenos con un batería malo es un desastre. Sin ritmo, no hay pulso, la parte más primitiva de la música. Todo es importante, pero sin un buen batería, lo que pongas encima va a cojear”

…Y entonces es cuando te encuentras con Candy Caramelo, bajista [director musical, en la actualidad] de Andrés Calamaro.
Exactamente, fue en un concierto de Andy Chango para el que necesitaban un batería. El batería de Chango era amigo del road manager de Def Con Dos, y al verme tocando con las baquetas en la furgoneta me lo comentó. Fue un golpe de suerte.

¿Y por qué te llamó Candy?
Los ensayos de la gira de Calamaro empezaban dos o tres días después del concierto de Chango y todavía no tenían batería. Cuando Candy me vio tocar, creyó que yo daba el perfil. Candy siempre ha estado muy cerca de Andrés. Para Andrés, Candy es su hombre de confianza y su director musical. Para mí, Candy es el mejor bajista y músico que he conocido, tiene una oreja tremenda y una empatía con el sistema musical que parece que lo invento él. No le hace falta ensayar ni aprender nada, lo oye una vez y ya se lo sabe. Es un grande de verdad, es muy genio, toca todos los instrumentos: batería, piano, guitarra, bajo… Ahora está preparando nuevo disco en el que toca todo.

¿Quién tocaba en la banda de Calamaro entonces?
Estaba Guille Martín, Candy, Gringo Herrera y Ciro Fogliatta. Andrés le preguntó a Candy qué batería usaba yo, y él le contestó “Una antigua, como la tuya”. “Pues que la traiga”, dijo. Era un Rogers Champagne Sparkle 1963, con la que hice la gira de «Honestidad Brutal».

¿Cómo se prepara uno para ir de gira con Calamaro en tan poco tiempo?
Yo era muy fan de Calamaro, en el entorno de Def con Dos siempre lo decía para tocar las narices, la gente se reía y pensaba que era una broma. Acababa de salir «Alta suciedad» y yo era fan a muerte, sigue siendo de mis discos favoritos. Entonces para mí no hubo preparación, solo llegar al local de ensayo y tocar las canciones que me sabía de memoria.

Así que fue llegar a la banda y la cosa funcionó.
Tenía que funcionar, yo era muy fan y Andrés valora ese tipo de sensibilidades, más allá de que yo viniese de tocar heavy-funk con Def Con Dos. Andrés tiene una gran cultura musical y creo que en su receta está el saber combinar todo sin miedo ni prejuicios. Me encantaba escucharle, podía pasarme horas delante de él sin abrir la boca, solo escuchando sus divagaciones, más o menos poéticas pero siempre interesantes.

Y muy difíciles de condensar en Twitter. Sus divagaciones, digo.
No tengo Twitter, dicen que él está ahí todo el día. Tengo Facebook y móvil antiguo. Tuve un iPhone y no lo quiero, estaba todo el día mirándolo. No me apetece ser esclavo de una máquinita, con las que, por cierto, me entiendo fatal, tal vez por eso toco los tambores.

¿Qué recuerdos tienes de la primera gira con Calamaro?
Tocar con Calamaro ha sido mi único sueño cumplido, aparte de dedicarme a esto. Para mí Calamaro es el mejor cantante en castellano, por su repertorio y por su voz. Otros me encantan, pero ninguno me ha transmitido lo que Andrés. Tiene discos buenos, obras maestras, discos de transición, discos gloriosos, discos raros… Para mí es el más grande. Es con el que más cosas he hecho, con el que más tiempo he girado y con el que más amistad he sentido. Andrés es un tipo muy excéntrico, pero muy buena gente, esto no lo escribas porque suena a peloteo, pero es la verdad…

Creo que nadie tiene dudas de que Calamaro es un genio, pero también un tipo excéntrico. Se ha creado un personaje…
Es una persona diferente, creo que no es un personaje, es auténtico. Nunca pretende parecer lo que no siente. Y con los compañeros siempre ha demostrado mucha amistad. Pasan las giras, los discos, y ves que fuera de lo profesional es buen tío, como Elvis. Es un loco divino, aparte de que en lo musical sea un genio.

Musicalmente, ¿os da mucha cancha en sus canciones?
Andrés quiere que improvises, prefiere que busques y no aciertes a que hagas siempre lo mismo. En mi opinión, esa es la diferencia entre el pop y el rock, en cuanto a interpretación en directo. Hay muchos artistas que creen que hacen rock, pero hacen pop: están repitiendo el mismo concierto una y otra vez, exactamente igual que el disco que grabaron. No quieren improvisación porque tienen miedo o no son tan músicos. El rock de verdad es una cosa orgánica, que hay que domar con una mezcla de control y abandono que cada noche es diferente, para bien o para mal. Andrés quiere un grupo de rock, y cada concierto es distinto.

¿Has participado en la composición de algún tema de Calamaro?
Bueno, Calamaro es un tipo muy generoso, y me puso de coautor de una canción de «El Salmón», ‘Ciudadano pesado’. En verdad fue una improvisación de la que salió ese tema. Pasamos una tarde de sábado divertida en el estudio y él tuvo esa muestra de cariño.

Aquel disco fue una cantera de cien canciones, ¿las recuerdas todas?
Me sé de memoria las letras de muchas canciones de Andrés. Fueron tres meses en los que hizo trescientas canciones, hizo canciones muy buenas. Se grabaron doscientas, aunque se publicaron cien. Hay algunas que me sé y que no están en ese disco, y que no hemos vuelto a tocar; otras se han ensayado para los directos, unas las hemos llegado a tocar y otras no.

Te embarcaste con él en la gira que compartió con Fito y Fitipaldis, ¿cómo fue la experiencia?
Bien, me tuve que poner en forma, eran cuatro horas de concierto, los músicos eran distintos salvo Candy y yo, que tocábamos con los dos. Pero las orquestas tocan seis horas en los pueblos, así que tampoco vamos a hacernos los héroes del rock and roll. Lo que más te desgasta en un escenario es la euforia del público, te toca la energía y te agota, emocionalmente es muy intenso y nos es fácil llevar esa intensidad y a la vez estar dentro de las canciones. A nivel musical tienes que estar muy seguro de lo que haces, con mucho aplomo y mucha convicción, no puedes dudar, si dudas ya no transmites.

¿Los errores de un batería se notan tanto como los de un guitarrista o un vocalista?
Los fallos que más se notan son los de la batería y el bajo. El bajo solo se escucha cuando falla, si no, nadie oye el bajo. Y si falla la batería es un desastre. Cuatro músicos maluchos con un batería bueno pueden sonar bien, pero si pones cuatro músicos muy buenos con un batería malo es un desastre. Sin ritmo, no hay pulso, la parte más primitiva de la música, la que nos toca algo íntimo y vital. Todo es importante, pero sin un buen batería, estás muerto.

Después de tantas giras, ¿cambia mucho el planteamiento del show de Calamaro?
Calamaro nunca planea nada, deja que las cosas ocurran. Muchas veces en la prueba de sonido decide que vamos a tocar tal canción en el concierto, así que vas al hotel y te la miras, y después, justo antes de salir al escenario, piensa que es mejor no tocarla. Cambia mucho, nunca planea demasiado, creo que es buena estrategia para un creador. La gente planea porque tiene miedo.

Es mejor crear cierta tensión…
Pero ensayamos muchísimo, mucho más de lo que he ensayado con ningún otro artista. Somos una banda de verdad. Ensayamos también sin él. Ahora llevamos cinco años seguidos girando y ensayamos dos o tres meses al año, aunque las canciones que más ensayamos son las que nunca tocamos. Eso nos divierte. Y nos engrasa.

Con Fito tocaste en 2007, y dices que trabajar con él es una de las mejores cosas que le pueden pasar a un músico. ¿Por qué?
Fito es un chaval muy cariñoso, quiere mucho a su gente. Tiene mucho trabajo, haces muchos bolos, ganas pasta y te puedes comprar muchos discos y tambores. Es una buena experiencia tocar una gira de cien conciertos en un año, y en España no hay mucho de esto. Me hubiera gustado que hubiera más improvisación, pero fue una gira muy divertida. Por otro lado, hay cosas muy interesantes en el rock independiente y a veces me da rabia que un artista pete todo y otros muy buenos no metan cien tíos en un bar porque no son conocidos. También me gusta tener margen para experimentar, tanto con los ritmos como con los sonidos. Con Calamaro cambio el set cada año. Colecciono baterías antiguas, aunque en directo siempre utilizo Yamaha. Tengo 30 cajas antiguas y 14 baterías, desde los años 30 hasta ahora. He diseñado una caja para Yamaha que este año sale a la venta con mi nombre, es un honor que una gran marca fabrique un tambor exactamente como me gusta. En estudio es donde experimento con las baterías antiguas y con esta caja de Yamaha. Estos ultimos meses la he utilizado en varias grabaciones con Mayor Tom, Paul Zinnard y con Lichis.

¿Por qué escribiste aquel «Diario de un fitipaldi»?
Lo escribí en secreto y como un experimento personal, sin decir nada a nadie. Las giras siempre son muy intensas: la convivencia, la intensidad del escenario, viajas mucho, conoces mucha gente… En el caso de Fito tocábamos en pabellones llenos de fans gritando. Cuando acaba la gira no te acuerdas de nada, así que decidí escribir todos los días sobre algo que me pasase en esa gira. Y hacía fotos también. Cuando acabó la gira, se lo regalé a Fito, y se pensó en editarlo, pero muchas cosas personales no podían publicarse, hice una versión que es el libro que salió a la venta y que la verdad, es único y diferente. No conozco otro libro en el que un músico cuente su gira concierto a concierto.

O sea que tuviste que “pulir” tu propia historia.
Solo omitir cosas personales. Pero tengo el original [risas]. Fue un experimento bonito. Luego escribí un blog con Calamaro, en una temporada que vivíamos entre Argentina y Madrid, y me pasaba muchas tardes en los cafés-librería de Buenos Aires.

También escribiste «Baterías y canciones».
Sí, es un gran libro, aunque está mal que yo lo diga. Lo escribí con una revista de baterías, hice una serie de artículos sobre canciones donde la batería tiene cierta relevancia. Al final tenía dossieres de canciones, amplié esos artículos y lo publiqué como libro. Ahora lo vamos a reeditar, sale este mes, y tiene dos capitulos más. Son veintisiete discos clásicos de la historia de la música: el rock clásico, el jazz, los músicos negros, el funk, el blues… Abarca muchos estilos distintos donde la batería tiene cierta relevancia y cuento el entorno donde se creó ese disco. Luego profundizo en las líneas creativas de la batería, que también son aplicables a todos los intrumentos.

¿Es para especialistas en batería?
Es para cualquiera que sea fan de la música y le guste alguno de los discos que hay ahí, son discos clásicos. Está explicado muy sencillo. Hablo de los Stones, Led Zeppelin, Miles, Coltrane, Steely Dan, sin entrar en detalles técnicos pero comentando cosas interesantes. Hay un capítulo sobre Bob Dylan, un capítulo sobre lo que significó en los años 60 y todos los grandes bateristas que han tocado con él. Es el único libro de batería que analiza los discos de Dylan, solo por eso ya es recomendable. Tardé dos años en escribir ese libro, solo trancribí lo que había aprendido durante años escuchando esos discos y leyendo revistas y entrevistas, y libros de todo tipo, desde ensayos sobre creatividad o experimentos con músicos clásicos hasta biografías de escritores, jamás utilicé internet durante la escritura, solo mi pequeña biblioteca.

También haces clinics, ¿en qué consisten?
Son seminarios o master class para un público que oscila entre 2 y 200. Ahora doy uno nuevo sobre improvisación que va a servir para presentar la segunda edición de «Baterías y Canciones» y la caja que he diseñado con Yamaha.

La verdad es que te explicas casi como si estuvieses dando clase…
Creo que soy un buen profesor de batería, mejor que batería.

Si eres buen profesor, serás buen batería.
Soy buen profesor, porque busco que mis alumnos me superen. Estudié mucho, conozco el instrumento y sé cómo se toca, otra cosa es que yo lo toque bien. Hace tres años volví a dar clase. Hago veinte semanas de clase al año, un día a la semana. Más que hacer un seguimiento, doy un montón de información, como un seminario, les explico canciones y les doy las partituras. Creo que cada uno tiene que trabajar las cosas a su ritmo y a su manera.

¿Qué más estás haciendo últimamente?
Acabo de grabar con Lichis, es de los mejores escritores de canciones de España. La Cabra pasó de ser una cosa muy auténtica a algo muy popular. Ahora ha hecho un giro muy drástico en su forma de escribir: menos costumbrista, más poético, con un fraseo de la voz muy especial y con más espacios, con unas letras brutales… En lo musical es más rock que nunca. Tiene unos temas increíbles, con unas letras que estremecen como te pueden hacer sentir las de Tom Waits o Dylan. Son muy buenas canciones, de lo mejor que ha grabado nunca. Dará que hablar.

Estaremos atentos, entonces. ¿Con qué proyectos empiezas 2012?
Un músico siempre vive en la incertidumbre absoluta, durante años eso te da pánico, luego aprendes a vivir con ello, y al final te encanta este tipo de vida en la cuerda floja. Siempre tengo mis proyectos de invierno, y este invierno tengo clases los lunes, algunos programas de televisión como José Bruno Trío para los que tengo que componer la música, haré algunas grabaciones, clinics y presentaciones del libro… Y saldrán más cosas que ahora no puedo saber.

Con Andrés nada de momento…
Con Andrés, la misma fórmula: nunca se sabe, no sé si habrá gira o no, ni lo pregunto, solo tengo en cuenta que si Andrés arranca lo aplazo todo. Las giras con él son largas, muchos aviones y tiempo fuera de casa, en Latinoamérica, que me encanta… Y aprovecho para leer, escribir y conocer gente. Este año estuvimos en Estados Unidos y tuvo un gran recibimiento en lugares como Los Ángeles, Nueva York o Chicago.

¿Y fotos, también haces?
Soy malo con las fotos, me gusta y me divierte e intento hacerlas, he hecho algunas portadas de amigos. Hay fotos mías en un disco de Ariel, otras en el «On the rock» de Calamaro… En algún momento me gustó como entretenimiento en las giras. Mientras todos hablaban, yo era el raro que les hacía fotos, o escribía en una libretita [risas]. Creo que con la escritura he hecho algunas páginas buenas. Con las fotos me divierto.

¿Algún sueño en la cabeza?
Mantenerme. Seguir haciendo esto. Y puestos a pedir, hacer una gira con Bob Dylan.

Antes de irte, dime el porqué de tu apodo, “niño” Bruno.
Me llaman “niño” porque aparento mucha menos edad de la que tengo. No aparento los 24 [risas]… También porque soy reservado, tranquilo. Es un contrapeso que a veces viene bien en la locura de la carretera, ser el chico tímido que toca la batería.

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