Kitty, Daisy & Lewis: Nostalgia familiar

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«Sus padres pueden sentirse orgullosos. Sus hijos tienen un talento desbordante, respetan los turnos del micrófono y se ceden los instrumentos entre ellos como quien comparte sus juguetes, porque en el fondo todavía son unos niños»

 

 

Después de sorprender con su álbum homónimo “Kitty Daisy & Lewis” (2008), plagado de versiones de temas clásicos, los hermanos Durham se animaron a componer sus propias canciones, y de ahí surgió su segundo disco “Smoking in Heaven” (2011). La sala Joy Eslava de Madrid sirvió de escenario para la presentación del nuevo trabajo de este trío adolescente.

Kitty, Daisy & Lewis
6 de octubre de 2011
Sala Joy Eslava, Madrid

 

 

Texto: HÉCTOR SÁNCHEZ.
Foto: ESTEFANÍA RUEDA.

 

 

Compartir la habitación con un hermano puede resultar una experiencia tortuosa. Kitty, Daisy & Lewis son hermanos y, noche tras noche, comparten escenario e instrumentos.  Lo que podría ser una lucha por ver quién es el ojito derecho se convierte en un festival con sabor cincuentero repleto de buena música con aroma a rockabilly, country y blues.

Su espectáculo no es sólo un puñado de buenas canciones sino una coreografía en la que Kitty, Daisy & Lewis se van alternando la guitarra, la batería o el teclado. Todos tocan todo. Esa es la máxima de su actuación. Pero no están solos; papá y mamá flanquean a sus hijos adolescentes en el escenario: el señor Graeme Durham se encarga de la guitarra rítmica y la señora Ingrid baila con el contrabajo mientras lo toca descalza. Es como si la familia Durham nos invitara a un recital en el salón de su casa.

Con veinte minutos de retraso, los Durham salieron al escenario para abrir con el tema instrumental que da título a su segundo álbum, ‘Smoking in Heaven’. Una dulce y distante Kitty a la armónica y un sereno Lewis a la guitarra contrastan con el carácter desbordante de Daisy, que parece perder los papeles mientras toca la batería y se mueve espasmódicamente, como si bailara a su propio ritmo. Pero no sólo lo hizo con la batería, sino que “aporreó” cualquier instrumento que cayera en sus manos.

Daisy, la mayor de los tres, fue la primera en coger el micrófono para cantar con ‘I’m Going Back’. Después se lo cedió al mediano, Lewis, en ‘Don’t Make a Fool Out of Me’ y el turno llegó para Kitty, la pequeña, con ‘Polly Put the Kettle On’.

Después del maravilloso y pegadizo ‘Will I Ever’, Kitty, Daisy & Lewis recibieron a un “invitado especial”. Ni sumando los años de los tres hermanos se podía alcanzar la edad del veterano trompetista “Tan Tan” Eddie Thornton. El vital trompetista, que parecía que saldría corriendo en cualquier momento, se sumó al escenario como si fuera otro miembro más de la familia y acompañó a los músicos en tres temas clave dentro del repertorio: la canción ska ‘Im So Sorry’, la preciosa ‘(Baby) Hold Me Tight’, en la que Daisy se encargó del xilófono, y ‘Tomorrow’, con la que “Tan Tan” se despidió después de dar un respetuoso beso en la calva del padre.

‘Messing with my life’, una canción atípica con ritmo funky, y el clásico ‘Going Up the Contry’, que hizo estallar al público, precedieron a Lewis, que volvió a ponerse al micro para deleitarnos como ‘I’m Coming Home’ y ‘Say You’ll Be Mine’. Si en ese momento cerramos los ojos, parece que lo que tenemos frente a nosotros es un experimentado y legendario ‘bluesman’ más que un adolescente de barba incipiente.

Los chicos presentaron a sus padres y se fueron. Pero no tardarían en volver al escenario, esta vez con Daisy al acordeón, y Kitty y Lewis con sus respectivos banjos, para tocar un tema digno de una escena de persecución del oeste, ‘Hillbilly Music’. Parecía que se despedirían con la instrumental “What Quid?”, pero después de volver a abandonar el escenario, regresaron para concluir con ‘Mean Son Of a Gun’. Y ahí terminó la fiesta con sabor retro después de una hora y veinte minutos de actuación. Como los buenos cafés, el concierto fue corto pero intenso.

Sus padres pueden sentirse orgullosos. Sus hijos tienen un talento desbordante, respetan los turnos del micrófono y se ceden los instrumentos entre ellos como quien comparte sus juguetes, porque en el fondo todavía son unos niños. Eso sí, hay algo que no se comparte: la armónica de Kitty. Que nadie se la toque, sólo le pertenece a ella y por eso la guarda a buen recaudo en su estuche cada vez que no la utiliza.

Los chicos son ingleses y se nota que sus influencias son las mismas que las de los primeros grupos de la invasión británica, cuando éstos pretendían imitar a sus héroes americanos de blues y rhythm and blues. Salta a la vista que los Durham han crecido con esta cultura y se puede comprobar tanto en su música como en su forma de vestir. Acudir a un concierto de Kitty, Daisy & Lewis es como colarse en un agujero del tiempo y transportarse a otra época. Una época en la que la música sonaba al mismo tiempo que unas pequeñas motas de polvo dificultaban el paso de la aguja en los surcos de un disco de vinilo.

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