Y la muñeca se rompió. Adiós, Amy

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En las redacciones de muchos periódicos hace dos años que se elaboró su necrológica, porque el fin pareció inminente en diversas ocasiones. Por ello, conmociona poco saber que ha muerto.

Juan Puchades despide con este texto de urgencia a Amy Winehouse, fallecida la tarde del sábado 23 de julio.

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

Con «Frank» (2003) no sucedió gran cosa: Amy Winehouse era una chica que orientada hacia el jazz blanco y al revival del rhythm and blues, prometía. Recibió algunos premios y obtuvo buenas ventas y críticas. Poco más. Pasó el tiempo y la canción ‘Rehab’ (de su segundo trabajo, «Back to black», 2006; ya metida en aguas soul) la puso en el disparadero del éxito global, ese que conduce a la fama, la popularidad, la notoriedad… a la ausencia de vida privada, en definitiva. Para colmo, los medios especializados, tan dados a mirar de reojo todo aquello que huela a éxito, brindaron por la elegancia musical de Amy Winehouse, por su rotunda y exuberante voz de maneras clásicas. Ahora sí, había nacido una estrella.

Pero entonces Amy, con tan solo 23 años, cuando la prensa mundial comenzó a observarla con atención y los medios sensacionalistas a airear sus miserias cotidianas, empezó a destaparse como una chica frágil, insegura e ingenua, a la que todo aquello le venía demasiado grande. Ni sabía cómo lidiar con los medios, ni sabía comportarse en público, y en escena no era, precisamente, un dechado de elegancia.

Ella era, en el fondo, una cockney más; una choni, para entendernos. Londinense, pero chica de barrio, como nuestras poligoneras, pero que en lugar de descerebrarse durante años con Camela y demás, se había cultivado –en lo único que seguramente cultivó algún aspecto de su intelecto– escuchando a las grandes voces del jazz y del soul. Además, la naturaleza le regaló unas cuerdas vocales de excepción y supo emplearlas; desgraciadamente en solo dos discos de estudio. No tuvo tiempo de más, nadie pudo pararla a tiempo. Probablemente ella tampoco se dejó. Pero de lo que no cabe duda es de que en aquel momento de éxito Amy comenzó el descenso, el camino que la llevó a convertirse en una muñeca rota: sus salidas de tono, sus escaramuzas alcohólicas, sus inútiles rehabilitaciones, sus descuidos –le dejó un álbum de fotos personal a una reportera, sin percatarse de que entre esas imágenes aparecía practicándole una felación a su novio–, sus noches de farra, sus nuevas tetas siliconadas, el episodio carcelario del marido, sus chuscas vacaciones playeras, sus lamentables actuaciones… nada dejó de ser analizado, expuesto a la opinión pública en la Era Internet, cuando la noticia es ahora y cuanto más extravagante, mejor, que así aumentan las visitas. Hasta papá se destapó como un tipo encantado de salir en la prensa, de contar la suya, incluso grabó un disco… Todo lo que la rodeó en los últimos años era, sin duda, grotesco. Amy se movía entre la pena y el ridículo más espantoso.

En las redacciones de muchos periódicos hace dos años que se elaboró su necrológica, porque el fin pareció inminente en diversas ocasiones. Por ello, conmociona poco saber que ha muerto. Era previsible, la suya fue, más que ninguna, parafraseando tópicamente al muy parafraseado título de García Márquez, la crónica de una muerte anunciada.

Amy Winehouse ha fallecido esta tarde de sábado, pero es probable que muriera mucho antes, cuando la presión la atenazó, cuando la chica de barrio, por momentos extremadamente soez, tropezó con una realidad que la superó, cuando la vida la engulló.

Personalmente, la leyenda de los 27 no me importa nada, no me impresiona en absoluto, me parece una memez imponente con la que cada X tiempo algún periodista se gana el sustento vendiendo un poco de morbo rock a costa de cadáveres ajenos. Detrás de ellos quedan los dramas, las vidas descalabradas en la escalera del rock. En el caso de Amy se va una de las más grandes promesas del nuevo siglo, con dos discos excelentes (el primero más jazzístico que el segundo, más orientado hacia el soul y el R&B, en ambos su voz penetrante lo domina todo) que hacían imaginar un futuro dorado. Pero en su vida privada el dorado era de baratija, oropel de mercadillo. Y es que a veces todos olvidamos que detrás del mito, de la estrella, se esconde una persona. Se omite con tanta frecuencia que no es raro que la propia estrella olvide que una vez fue, precisamente, persona.

Descansa en paz, Amy, te lo mereces.

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