Extravagante: Marcel Marceau

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«Absolutamente ignorada, aquella temeraria idea de mostrar las dos caras de un vinilo en clamoroso vacío –¿en mono o en estéreo?– apenas interrumpido por los aplausos de un respetuoso público ajeno a la tropelía que los convertiría en los principales actores de la farsa, ha sido objeto con el paso del tiempo de las más peregrinas teorías que ni en sueños se le pudieron ocurrir al histrión francés»



Marcel Marceau
«The best of Marcel Marceau»
LP: MGM, 1968


Una sección de VICENTE FABUEL.


Dicen que tras una agria discusión con un amigo, el mimo francés Marcel Marceau (1923-2007) decidió un buen día dar una vuelta de tuerca más en su inaprensible poesía del silencio y no se le ocurrió otra cosa aparentemente más inútil que grabar una de sus aclamadas actuaciones en público (¿?). Más que incomprendida en su momento, absolutamente ignorada, aquella temeraria idea de mostrar las dos caras de un vinilo en clamoroso vacío –¿en mono o en estéreo?– apenas interrumpido por los aplausos de un respetuoso público ajeno a la tropelía que los convertiría en los principales actores de la farsa, ha sido objeto con el paso del tiempo de las más peregrinas teorías que ni en sueños se le pudieron ocurrir al histrión francés. Algunos, como el irresponsable que abajo firma, no solo han malgastado algunos de sus ahorros buscándolo desesperadamente durante años, sino lo que es peor, ha pasado horas y horas dándole a sus amigos racionales explicaciones del evento que quizás no hayan aclarado gran cosa, pero que sin duda deben haberle servido para comprobar el amor y la paciencia de una buena amistad.

Sí, tengo el LP de Marcel Marceau aquí delante, y créanme, soy el primero en lamentarlo. Uno debería haber entendido que este tipo de trabajos no son discos para escuchar a menudo, de modo que no comprendo cómo no limité la experiencia a una escucha única. Ajeno al peligro que corría creo recordar que por lo menos llegué a pincharlo un par de veces. La primera fue ligeramente placentera, aquella insondable serenidad, aquella su falta absoluta de pretensiones sin nada de lo anodino que suele contener tres cuartas partes de cuanto se edita, hummm… Ayudaba lo suyo las laudatorias opiniones de aquellos personajes famosos que lucían en su contraportada. Así, el multimillonario Howard Hughes lo definía como “…exactamente, mis sentimientos”; el director de cine Otto Preminger decía que “…observo que este disco contiene el significado moral de las películas que he hecho”; el actor Richard Burton, probablemente bien servido de una botella de scoth, aludía que “A Elizabeth le pone…” y, por último, por el entonces gobernador de California, el finado Ronald Reagan, su gabinete de prensa emitía que “…éste es un asunto local y no atañe a la oficina del Gobernador”.

Debería de haber zanjado el asunto en ese instante, considerar que de momento tenía más que suficiente porque –he de confesar– la segunda audición fue especialmente dura, tremenda debería confesar, y eso que en esta ocasión comencé por la segunda cara. Y es que –compréndalo– al no escuchar nada de nada, al chocar en aquel prodigioso espacio mental en blanco, no es nada difícil tropezar de bruces con uno mismo, frente a frente, y si tengo que decir la verdad, ese día no me reconocía. Debería exigirse cuidado y precaución con determinadas experiencias, no obstante, si a pesar de todo aún quedan amantes del riesgo en caída libre, no tendría mayor inconveniente en hacerle una buena grabación. Pueden contar con ella si no logran bajarla de la red.



Anterior entrega de Extravagante: Jack Costanzo featuring Gerri Woo.

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