Libros: «Nada» de Janne Teller

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«Diez años ha tardado en traducirse una novela que ha encendido debates en toda Europa, controversias agitadas. Que ha sido lectura recomendada en institutos y a la vez rechazada por asociaciones de padres por su dureza y su irreverencia. Que ha causado polémica, ahogos y adhesiones pétreas»


Janne Teller
«Nada»
SIEX BARRAL


Texto: CÉSAR PRIETO.


Diez años ha tardado en traducirse una novela que ha encendido debates en toda Europa, controversias agitadas. Que ha sido lectura recomendada en institutos y a la vez rechazada por asociaciones de padres por su dureza y su irreverencia. Que ha causado polémica –una novela de revuelta juvenil que no lo haga es sospechosa–, ahogos y adhesiones pétreas. Que ha movido las aguas, y eso es bueno.

En esencia el rechazo procede de la destrucción de valores de la civilización occidental. Vamos a la trama. Pierre Anthon, alumno de la escuela Taering, descubre un día el nihilismo esencial: nada tiene sentido y no merece la pena buscar un futuro que no existe. Pura esencia punk. Sube, pues, aun ciruelo de su jardín y se dedica a tirar frutas o huesos –depende del grado de maduración– durante todo el curso escolar que la novela tiene como marco. Su mensaje barroco asimila la muerte como única realidad y la vida como teatro. Sus compañeros deciden entonces acumular los objetos que demuestran que el mundo sí tiene sentido. Comienzan con objetos irrelevantes –una muñeca, un peine– hasta que a la narradora –Agnes– la obligan a entregar sus sandalias. Es el primer punto de inflexión, a partir de aquí una vorágine atolondrada ira haciendo cada depósito más envenenado. Evito mencionar los objetos, pero realmente se busca que cada entrega haga daño, que cause auténtico dolor. Y así las buenas intenciones llevan directamente a la crueldad.

Los personajes, se ha comentado, no están trazados con detalle, son planos y faltos de la más mínima profundidad. Pero esta no es una novela de personajes, es más, un cincelado mejor podría estropear el sutil encadenamiento de despropósitos. Tampoco es un acierto la elección de los objetos, a veces demasiado forzados para poder representar las creencias europeas. Y sin embargo, en su prosa objetiva, seca reside uno de sus polos magnéticos, estremecedores. Les aseguro que soy un lector de tragaderas, y aún así en determinadas páginas –narradas con  fría asepsia– he sentido verdadero malestar, malestar casi físico.

Quizás el personaje perfilado con mayor carga literaria sea el de Sofie, el más trágico con sus silencios, su duelo, su rabia. Sobre ella gira el desenlace en el que surgen otros temas, el sentido del arte, por ejemplo. Pero sobre todo se levanta, al final, la conciencia de que Pierre, al fin y al cabo, tenía razón. En sugerente ambigüedad, eso sí; al doblar la última página los argumentos lo avalan, pero el corazón del lector no.

Anterior entrega de libros: “El gran reloj”, de Kenneth Fearing.

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