José Ignacio Lapido: Profeta en su tierra

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«Lapido dispone un setlist que evita las habituales servidumbres a los cañonazos del último trabajo. Repasa su carrera de manera diametral. Desde su inicios solistas y rememorando pasajes de 091. En medio, palabras muy mayores»


José Ignacio Lapido
9 de abril de 2011
Sala Industrial Copera, Granada.

Texto y foto: EDUARDO TÉBAR.

Lapido se agiganta delante de la multitud. Próximo a la cincuentena, disimula su timidez aferrándose a la solemnidad de su repertorio. Es la misma sala que llenó en 2005, en la presentación de “En otro tiempo, en otro lugar”, el disco por el que no apostó ningún sello en este país. Pasan los años, el escenario se mantiene y el cancionero del poeta eléctrico adquiere magnitudes colosales. También aumenta la dimensión social del personaje: Lapido ya no es solo profeta en su tierra. Unanimidad entre los fieles. Al músico granadino le sienta bien la madura agravación de la última trilogía –los lanzamientos autoeditados a través de la escudería Pentatonia–, que culmina con el reciente “De sombras y sueños”. Gritos de “¡Maestro!” cuando José Ignacio Lapido enmudece. Silencio reverencial cuando agarra el micro.

Los arpegios desafiantes de ‘Escrito en la ley’ auguran una noche distinta. Lapido dispone un setlist que evita las habituales servidumbres a los cañonazos del último trabajo. Repasa su carrera de manera diametral. Desde su inicios solistas (‘Sigo esperando’, ‘El dios de la luz eléctrica’, ‘Luz de ciudades en llamas’) y rememorando pasajes de 091(un comodín histórico como ‘La canción del espantapájaros’, sorpresa relativa con ‘Otros como yo’ o las celebradas ‘Zapatos de piel de caimán’ y ‘Esta noche’ en bises). En medio, palabras muy mayores.

Una banda a la altura de su líder. Efectos de acromegalia. Pensad en The Band, pensad en Crazy Horse, pensad en la E Street Band. La complicidad entre Lapido y los suyos apisona al cabo de las temporadas de rodaje. Instrumentistas sobrados de virtudes y capacitados en el aspecto vocal –normal, hay sangre de Los Ángeles–. Un plantel completo, imparable siquiera para el hombre del tanque de Tiananmen. Destacan los crujientes diálogos de guitarras con el inmenso Víctor Sánchez. Ay, y esa Gibson Sg sempiterna, colgada del bardo como una vieja herramienta que resiste la oxidación. Impecable temperatura de color de Raúl Bernal al piano, a veces alternando con la resina del Hammond. ¿Defectos? Por desgracia, el sonido no acompaña como el día de la puesta de largo semiprivada en el Teatro Caja Granada. En cambio, uno puede beber mientras sacuden riffs que duelen como clavos en las manos. No falta variedad: los hay stonianos (‘Lo creas o no’), con campaneo a lo Roger McGuinn (‘La hora de los lamentos’) y slides en plan George Harrison (‘El más allá’).

Country crepuscular, rock and roll que atenúa ranciedad con un beatleliano sentido de la melodía. Composiciones, en definitiva, identificables e intransferibles –¡numerosos grupos lo intentaron en dos entregas de tributo!– en una carrera que ya se pierde en los confines de las décadas. Piezas como ‘En el ángulo muerto’, ‘La antesala del dolor’ o ‘Nadie besa al perdedor’ deambulan por la frontera entre la realidad y la ensoñación. El nubarrón en un día soleado. El dolor de la lucidez. En la semana en la que Lapido confirma su intención de grabar su obra de blues, se da un baño en casa. ¿Y el libro de poemas? Sin prisas. El “Maestro” es un corredor de fondo. Saborea las mieles del reconocimiento en una España poco dada a incentivar la madurez y la experiencia. Y su cosmos literario crece y crece.

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