Revólver y su viaje musical más sorprendente

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«Se abre la luz cuando veo que hay dos notas en la pentatónica de blues que los árabes también usan, y en el momento que descubro eso, sale un sol radiante y ya sé por dónde empezar»

Revólver acaba de publicar «Argán», un disco de rock en el que Carlos Goñi funde su sonido característico con armonías árabes en una grabación realizada en Marrakech. En esta entrevista con Juan Puchades, el músico relata este singular viaje musical.


Texto: JUAN PUCHADES.


Esta entrevista se realizó a mediados de enero, en Mojave, el estudio que Carlos Goñi tiene en L’Eliana (Valencia). La idea era que sirviera para incluir insertos de la misma en el documental que se comercializa junto a «Argán», el nuevo disco de Revólver. En aquel momento, Goñi estaba mezclando las canciones del disco y yo había escuchado cinco de esos temas en una premezcla; aquella mañana, en el mismo estudio, escuché el resto. La entrevista, pensada para el documental, gira, por tanto, alrededor de la gestación de «Argán», el álbum más singular en la trayectoria de Revólver, grabado en Marrakech y con fuerte presencia de sonidos árabes. Esto que vas a leer es la transcripción del grueso de aquella conversación.

En el verano de 2009 ya me comentaste, un poco de pasada, que tenías la idea de trabajar el siguiente disco con ritmos árabes, ¿cómo llegaste a esos sonidos y cómo pensaste que podías incorporarlos a tu música?
«Argán» es un proyecto que, desde que tengo el germen en la cabeza, han pasado cuatro años, y en ese periodo de tiempo me he dedicado sobre todo a aprender, a escuchar muchísima música, a estudiar un montón de armonía, a intentar encontrar algún tipo de puente entre toda la cultura musical que yo tengo y esa, y que no sea por medio del flamenco; pero no por nada, adoro el flamenco, pero me parece muy difícil y no he escuchado suficiente flamenco para tener ni la más mínima información. Tengo muchos discos de flamenco, pero nunca me he metido en él, vengo de otro lugar y tenía que encontrar algún camino que me llevara de un sitio a otro. Durante muchísimo tiempo no hacía más que darle vueltas a la cabeza sobre cómo mezclar guitarras eléctricas con eso, y que tuviera sentido, sin tener que sacrificar las guitarras eléctricas. Eso es lo que más tiempo me llevó, hasta que no lo entendí y tenía poco más o menos la foto en la cabeza de cómo debía de ser, no pude avanzar.

Pero antes de eso, lo que habría, deduzco, es fascinación por estos ritmos.
En un principio, más que los ritmos, lo que me interesaba era la cultura, creo que los españoles, y cada año más, en vez de tener cara y nuca, es como que tenemos dos nucas, y no se nos ocurre mirar lo que tenemos a los lados, no aprendemos nada de nuestros vecinos, y me parece un error, porque tienen una cultura enorme, vastísima, riquísima, y que a nadie se le olvide que hace mil años, cuando aquí los cerdos todavía estaban durmiendo y comiendo con nosotros, en las mismas habitaciones, estos señores ya tenían el baño fuera de casa y, por supuesto, los animales dormían en un sitio y ellos en otro. En algún momento de la historia, eso se parte, se rompe, y ellos se quedan desplazados por algún motivo que todavía no conozco del todo. Pero su cultura me parecía soberana y enorme, y me parecía penoso el no entender un poco más qué pasaba de Cádiz para abajo. Siento fascinación por ello, y fascinación a nivel particular por un escritor que es egipcio y que me gusta desde hace muchos años, Naguib Mahfuz; había leído muchos libros de él, y algo había que me iba atrayendo poco a poco. Luego tres ciudades que me llamaban poderosamente la atención desde niño, solo conozco una, pero en camino está el conocer las otras dos: Marrakech, Damasco y Samarcanda. De alguna manera, los nombres de esas ciudades eran… ¡Samarcanda! ¡Guau! Y cuanto más se empeña Occidente en demonizar todo lo que pueda venir del Magreb o de Oriente Próximo, más me llama la atención, no creo que todo sea así, me parece banal por nuestra parte pensar que todo Oriente Medio y todo lo que es el Magreb es Al Qaeda, es ridículo, porque no todo Occidente es como Bush.

¿Empezaste a introducirte en esas músicas, porque es evidente que, desde aquí, no tenemos ni idea de lo que sucede allí musicalmente?
Claro, primero no me interesaba en exceso lo que pudiera ocurrir allí a nivel de grupos de rock, no era lo que buscaba, entonces, empiezo a hacer viajes a Marrakech, el primero lo hago en 2008, y comienzo a meterme en iTunes Francia, que los franceses para estas cosas son más listos, y cada vez que han ido a un país, lo han explotado, lo han machacado, sí, pero luego toda la cultura la han importado, la han llevado al suyo y han aprendido, y siguen creciendo. Aquí, normalmente, esa no es nuestra manera de actuar. En iTunes descubro canciones, y a partir de ahí a tipos que tocan un trasto argelino que se llaman mandolute. El raï ya me gustaba, Rachid Taha y Kaled me gustaban mucho desde hace diez u once años, pero te vas un poco más allá, a porqué llegan ahí ellos. Descubro a un mandolucista descomunal, y un disco suyo me acerca al trasto este, que es muy importante en este álbum, el mandolute es como una guitarra pero de solo cuatro cuerdas dobles, con un sonido muy particular que es lo que lo impregna todo.

¿Y quién lo toca en el disco?
Yo, y claro, me tiro mucho tiempo con él para aprender a sacarle las cosas, sobre todo el tema de escalas, que no tiene nada que ver. Se abre la luz cuando veo que hay dos notas en la pentatónica de blues que los árabes también usan, y en el momento que descubro eso, sale un sol radiante y ya sé por dónde empezar, me doy cuenta de que el asunto no está tan lejos de cuando te pones a tocar blues, que es algo que suelo tocar mucho en casa. Cuando descubro ese puente, me cuelo, porque hay miles de cosas que puedo tener próximas, de la cultura más fronteriza o del rollo tejano, que no están tan lejos, están más cerca de lo que parecen, porque al final resulta que el desierto es el desierto y hay unas cuantas notas escondidas en la arena, tanto en un sitio como en otro, son las mismas.

Me decías que te preocupaba mantener tu sonido, tus guitarras, tu mundo rock e introducir en él estas sonoridades.
Lo que me preocupaba era hacer un disco folk con guitarras eléctricas, porque creo que en el folk español se cuida muy poco el tema de la canción, cosas que tendríamos que aprender más de los irlandeses. Porque a Van Morrison cuando le apetece hacer un disco folk lo que tienen son doce canciones maravillosas con un ambiente folk fantástico. Y si nos metemos en los Waterboys, ya apaga y vámonos, y como ellos, ochenta mil, por no hablar de los Pogues, que tenían canciones para aburrir. Aquí falta eso, hacer canciones con mensaje, que cuenten algo, que tengan un discurso propio. Mi problema era cómo construirlo, y me tiré más tiempo pensando que escribiendo, porque no terminaba de entender cómo mezclarlo. Empecé a tomar notas y notas, tres años, mientras escribía «21 gramos», lo grabé y salí de gira, y seguía tomando notas respecto a esto. Llegué a tener como trescientas y pico notas, grabadas con el teléfono, en la furgoneta, en bolsas de vomitar de los aviones, en las hojas en blanco de los libros… Hubo un momento, en febrero del año pasado, que vi que tenía una barbaridad de notas, un cajón enorme, y dije «me voy a ir un par de semanas a Alicante, a ver exactamente si tengo suficiente material para empezar a escribir, o no, para planificarme». Y cuando llegué y solté todo encima de la mesa, vi que sí que tenía suficiente material para empezar a trabajar. Había una cosa más, que tenía mucha importancia, y es que quería encajar ciertos conceptos de letra, y sé qué quiero contar cuando cojo una guitarra eléctrica, pero en este tipo de sonoridades, la temática no podía ser la misma, había algo que tenía que cambiar, no sabía exactamente de qué podía hablar, con lo cual me puse a leer a poetas árabes muy antiguos, pero su léxico y su manera de contar me queda muy desfasado, y me tuve que inventar de alguna forma el qué iba a contar, porque ya tengo los arreglos, vale, tengo, las estructuras, vale, pero qué voy a contar.

Entiendo que has estado trabajando las canciones pensando, previamente, en una sonoridad sobre la que querías trabajar, ¿no?
Sí, pero eso hace años que lo hago, con «21 gramos» me pasó lo mismo, tenía clarísimo que quería oír cuerdas por todos los sitios y tenía que sacar los arreglos de las cuerdas y tenía una sonoridad concreta en la cabeza, hasta que no entendí eso, no me puse a escribir, pues aquí me ocurrió lo mismo, lo que pasa es que esta vez fue mucho más complejo, porque estaba trabajando con unas armonías de las que no tenía ni idea, me entusiasmaban, pero no sabía cómo se hacían, y yo, como dice mi hijo, soy un ansias, porque lo fácil es contratar a un arreglista y que lo haga él, pero eso no es divertido. Lo que me gusta es hacérmelo yo, eso es lo que me gusta, lo que me pone y lo que me hace seguir en ello, lo que me divierte profundamente.

Has conseguido que el disco suene a ti, a Revólver, a rock, pero casando esas sonoridades dentro de tu sonido habitual, ¿lograr eso fue complejo?
Mucho, muy complejo. Lo que me preocupaba era cuánto pasarme, algunos amigos me decían, «cuidado, porque si te pasas qué vas a hacer». Pero tiendo a ser bastante comedido y por mucho que me pase, hay un punto que no cruzo. No medito cuánto tengo que cruzar, desde hace años hago los discos que me salen del corazón y no pienso en si me estoy pasando mucho lo van a entender o no, uno tiene que hacer lo que cree que tiene que hacer y confiar en que haya más gente que lo comparta, pero eso fue difícil. De hecho las mezclas están siendo muy complejas, porque lo fácil es subir las guitarras, la batería, el bajo, y tienes un discazo de rock, pero el bicho aquel tiene que salir y tiene que salir mucho, porque es lo que le está dando un carácter distinto, conseguir ese balance entre instrumentos acústicos y las guitarras eléctricas está siendo muy difícil, aparte no hay ni un solo teclado en el disco. El acordeón sí que se  ha tratado en algunos momentos que parece un sintetizador, porque lo he puteado todo lo que he querido y más –Cuco [Pérez] me matará–, pero quería hacerlo con instrumentos reales y ver adónde llegaba.

En unas de las imágenes del documental que va a acompañar al disco, he visto que hablas de lo difícil que ha sido aproximarte a estas armonías.
[Goñi coge el mandolute y toca de diversas formas, para que entienda las diferencias armónicas que se consiguen de un modo y otro] Saber cómo llegan ellos a esto, naturalizarlo y aprender para hacerlo después, a mí me ha resultado muy complicado. Cualquiera que esté trabajando en folk me dirá, «eres un payaso, porque llevo haciendo eso toda la vida», pero yo llevo toda la vida haciendo rock, y hacer esto me ha costado un trabajo, que de entrada parece muy fácil, y fácil es, en lugar de esto, esto [pone ejemplos con el mandolute]. Eso con la voz es complicado, y luego que los arreglos tengan el sentido que tienen que tener, que encajen dentro de toda esa historia, el elegir todas las notas correctas, me ha costado trabajo, porque luego eran arreglos que tenía que tocar un tío con el violín y meterse seis pistas de violín para que sonora, o hacerlo con el acordeón, o repetirlo con el mandolute, o repetirlo con dos acústicas más… Construir toda esa serie de cosas, ha llevado su tiempo, sobre todo de aprendizaje. Luis Delgado, que sabe mucho de estas músicas, me decía que me iba a meter en un sitio que no estaba transitado, pero cuando empiezas a coger las guitarras eléctricas, una batería y un bajo y empiezas a sumar estas cosas, para bien o para mal, de una manera tan rotunda como ha pasado en este disco… yo no tengo constancia de que se haya hecho hasta ahora así, y es difícil porque de alguna manera te estás metiendo en un terreno que no sabes si estás yendo por un buen camino, y al final vas por el tuyo, que ha sido magnífico.

A nivel rítmico, ¿el bajista y el batería, cómo han trabajado?
Sobre todo les pedí que fueran muy sólidos, que es algo que no tengo que pedirles ni a Julián [Nemesio] ni a Manuel [Bagües]. Además, veníamos de hacer casi cien conciertos, con Julián muchos más, porque llevamos años y muchas giras juntos; Manuel ha sido la última incorporación, pero llevamos mucho tiempo tocando juntos, y nos sonaba todo muy bien. Lo que les pedí, sobre todo, es que fueran muy sólidos y muy rectos, porque iba a haber muchísima percusión y muchos arreglos. Julián creo que este es el disco más duro que ha grabado en su vida, aparte de los de Seguridad Social.

¿Les pedías enfoque rock o que cambiaran el chip?
No, no, esa era la gracia. Ellos, y yo cuando cogía las guitarras eléctricas, éramos la parte rock del asunto, y teníamos que ir a piñón fijo, claramente, además. Digamos que yo me dividía después en otra parte que era la del mandolute y todas las acústicas, todo el tema de diseño y percusión con Luis [Delgado], y todo lo demás. Cuco ha esta metiendo acordeones desde una manera normal, a doblando sección de violines. Cuco ha estado como siempre, si habláramos de fútbol, diríamos que es un media punta. Pero el bajo, la batería y la guitarra eléctrica son claramente rock, si quitas todos los instrumentos acústicos, tienes un disco de rock, bastante pesado, además.

«El mundo es más pequeño de lo que parece y nos llevan engañando con dos cosas, con que el mundo es muy grande y con que la vida es muy larga, falsas las dos, la vida es muy corta»


EL VIAJE

Has ido a grabar a Marrakech, ¿por qué allí, concretamente?
Ya había hecho como siete viajes, conocía muy bien la ciudad, el ambiente, músicos que había contactado. Hay un club en el que toca una bandaza increíble, se dedican a hacer covers de temas muy famosos, hits de Madonna, de Kylie Minogue, de Police o de quien fuera, pero hechos a su aire. Aquella fue la primera piedra de toque con la que dices, «joder, sí se puede hacer esto». En cuanto metían un darbuka y se ponían a cantar en árabe llevaban la canción a su terreno y la cosa cambiaba. Yo tenía que hacer aquello pero al revés, hacer lo mío y traérmelos a ellos a mi terreno. Después de un montón de viajes, y de verlos muchas veces, ya me atreví a hablar con ellos, con todo lo cortado que soy, le eché valor y les dije que los quería en el siguiente álbum que iba a grabar, que quería al percusionista, al violinista y al cantante. En principio me dijeron, «bueno, vale», en plan este es otro menda que vienen de España, que se ha tomado dos copas y me está vacilando. Pasaron de mí totalmente. Y, lo de Marrakech, ya te digo, es una ciudad que me gusta mucho, de hecho no me importaría vivir allí una temporada, porque me gusta muchísimo, me siento realmente cómodo allí, me gusta cómo es la gente, el ambiente, me gusta levantarme por la mañana y ver que estoy en Marrakech. Hicimos varios viajes hasta encontrar una casa. Llevaba diez años grabando aquí, siempre mezclando fuera, pero grabando aquí, y era demasiado tiempo para seguir grabando aquí. Aparte, un disco con estas connotaciones y con este concepto era como un poco ridículo y artificial grabarlo aquí. Yo sé que no es lo mismo hacer un disco de rock y levantarte aquí que levantarte en Nueva York, sé que no porque lo he hecho, no en Nueva York, pero sí en Londres y en veinte sitios más, y no es exactamente igual. Este era el álbum en el que tocaba largarme y respirar otro ambiente. Al levantarme muy temprano por la mañana, cuando me largaba a correr, escuchaba al almuecín llamando a rezo, y eso era increíble. Fuimos allí y buscamos una casa.

¿No querías ir a un estudio de grabación?
No, quería una casa donde pudiéramos estar conviviendo todos, que eso sí que no lo hacía desde hacía muchos años, con ese concepto creo que desde que hice «El dorado», que estuvimos todos conviviendo en el estudio, y era una casa fantástica, desayunar y  bajar a grabar. Y así lo hicimos, en ese sentido, Natalia [Baeza], mi mujer, hizo un trabajo descomunal para encontrar el sitio, porque a nivel técnico era complicadísimo, el desmontar un estudio como este…

¿Te lo llevaste todo, el estudio al completo?
Sí, excepto la mesa, que no hacía falta, pero todo lo demás se venía con nosotros, veintitantos baúles, más guitarras, amplis, todo, mangueras, micrófonos, previos… brutal. Fueron muchos días de desmontaje, y tres allí de montaje. Y necesitábamos una casa que reuniera ciertas condiciones: Siete habitaciones, una buena sala para grabar, vimos casas allí y me pasaba tiempo pegando palmadas al aire, viendo cómo sonaban. Esta era una casa magnífica, preciosa, a veinte kilómetros de Marrakech. El espacio era tremendo y había una sala, lo que era el comedor, que la usábamos también para comer, una sala que tenía como ocho metros de altura, con una reverberación brutal que teníamos que cortar. Había una especie de salón de té ideal para grabar la batería. De hecho, todo lo que se grabó en la casa se grabó en esa habitación.

¿Cuánto tiempo estuvisteis grabando?
Estuvimos tres semanas grabando. He grabado de una forma que no lo había hecho nunca: Lo normal es que hagas una maqueta, con más o menos una especia de bosquejo, como lo hacemos todos normalmente, luego coges la maqueta, se la pones a los músicos, vas pinchando, «en esta canción haces esto más o menos». Vale. Aquí la maqueta estaba tan delimitada, tan milimetrado todo, que cogimos la maqueta, la volcamos en el multipistas del Pro Tools e íbamos sustituyendo las pistas que yo había grabado aquí con lo que íbamos grabando allí. Hay una cosa que fue fantástica a la hora de grabar que ninguno de los que estuvimos allí, ni siquiera el ingeniero que hizo la grabación, tenía experiencia en eso: Cuando empiezas a grabar en cualquier estudio, es un coñazo para el bajista y el batería, los pobres se aburren, se mueren porque tienen que grabar escuchando el bajo y la batería y una guitarra de línea para saber, más o menos, por dónde va. Pero aquí era fantástico, porque desde el principio todo el mundo oía todo, estabas grabando el bajo y la batería pero escuchando ya los arreglos de cuerda, todas las percusiones que habíamos puesto como apuntes para después reemplazarlas por las originales, todas la baterías y guitarras acústicas… Estaban escuchando el disco mientras estaban tocando, y esa sensación para grabar yo no la había tenido nunca, ni ellos tampoco.

Creo que estuviste cinco o seis meses grabando las maquetas, ¿no?
Más, siete meses. Así, íbamos sustituyendo una cosa por la otra, lo cual era genial porque veíamos el resultado instantáneo.

¿Tenías claro también cuáles eran las partes que tenían que introducir los músicos de allí?

Sí, estaba todo escrito, hasta la última coma, percusiones, arreglos de cuerda, todo.

¿Los músicos marroquíes estuvieron durante todas las sesiones o se incorporaron cuando tuvieron que meter sus partes?
Ellos vinieron los últimos días; de hecho, al principio llegamos solamente Quique Morales, para montar todo el estudio, que fue otro de los artífices junto con Natalia en desmontar todo esto. Quique tuvo un papel importantísimo porque había que desmontar esto con cordura, no era desmontar y meterlo en cajas, había que desmontarlo de una forma que, cuando llegáramos allí, fuera tan sencillo como hacer clac, clac, clac, y a trabajar, no tirarnos cinco días ordenándolo todo. Aún así, fueron tres días de montaje, y muchos aquí de desmontaje, claro. Luego, Quique se volvió para acá, nos quedamos el ingeniero, Natalia, Manuel Bagües, Julián Nemesio y yo para empezar a grabar bajos y baterías. Cuando llevamos diez días, ellos habían acabado, se volvieron y empezaron a venir Cuco Pérez, Luis Delgado, Noureddine [Ennajraoui], el percusionista, y empezamos a hacer. Yo creo que los músicos de Marrakech no se lo creyeron hasta que uno de los días, muy al principio de la grabación, les invitamos a cenar a la casa, se vinieron y cuando vieron la casa y la barbaridad de equipo que habíamos llevado, entonces dijeron, «sí, esto va en serio, no es un vacilada». Unos tíos encantadores, unos músicos descomunales, me he encontrado a unos tíos de una inteligencia brutal, con una técnica fortísima. Y una cosa muy importante, lo que más les preocupa es que tú, el que les ha contratado, te quedes feliz. Es algo que aquí ocurre, pero no siempre. Lo que yo me he encontrado ha sido: «Carlos, ¿estás a gusto, estás feliz?» «Me encanta». A ellos entonces les aparece la sonrisa, sino es así, no les aparece todavía. A mí, si alguien me contrata a tocar en un concierto, mi labor es que él se lo pase bien, así es como lo entiendo. Luego está tu ego de «yo me lo quiero pasar bien», claro que me lo quiero pasar bien, pero lo pasaré mejor cuanto mejor vea que se lo pasa el que está abajo. En los discos el concepto es distinto, porque los discos son míos, y ahí yo me lo tengo que pasar muy bien, para luego defenderlo delante del público. El suyo fue un trabajo muy brillante. Me pidieron las canciones que iban a grabar y dije que lo sentía pero que no se las iba a pasar porque no quería que saliera ni una sola nota del espacio de trabajo porque me daba miedo, tal y como está el tema de internet ahora mismo. Me dijeron que vale, y tuvieron la suficiente capacidad técnica y artística de, en el momento, llegar y decirles «escucha, esto es lo que quiero, te voy a enchufar cuatro darbukas y quiero que los claves», y ser demoledores.

¿Flipaban con el sonido que se conseguía?
Sí, sí, porque ese primer día que vinieron a cenar, les dije «voy a poneros lo que estamos haciendo, que veáis de qué va esto». Ellos no sabían nada, se podían imaginar que podía ser un rollo tipo «bulería bulería», y que quería que metieran cuatro darbukas y un violín haciendo no sé qué, y cuando se pusieron a escuchar y se dieron cuenta de que, efectivamente, era un disco de rock, con todo eso, con todo lo suyo, se les pusieron los ojos como platos. Luego, hablando con ellos, en muchas charlas, me decían que les había sorprendido mucho cómo había conseguido mezclar una cosa con la otra porque no era fácil, y Noureddine, de hecho, me decía, «no sé cómo lo has hecho, me parece difícil, nunca había oído exactamente esas cosas juntas». Es que a nivel de rock la única referencia que puedo tener es el ‘Kashmir’ [Led Zeppelin], es que no tengo más; sí, los últimos discos de Robert Plant, que tienen más o menos la misma vía, pero no tenía más referencias, con lo cual ellos mismos estaban sorprendidos de ver que había un camino por ahí en medio en el que cabía todo eso y casaba bien. Lo único que puedo tener hacia ellos son palabras de agradecimiento por el respeto, por la profesionalidad, el cariño, el talento que tienen.

Creo que tu road manager también canta en algún tema…
Sí, Redouane Hamani viene conmigo de road manager, desde hace un par de años, un tipo soberbio, argelino, es un musicazo de impresión, él es quien hizo todas las traducciones y las adaptaciones del castellano al árabe para que Amine [Hadag] pudiera cantar. Y él mismo canta en un tema. De todos modos, hay que distinguir mucho, Marruecos a mí me gusta infinito, la gente sobre todo, pero si tuviera que ser sincero, musicalmente he cogido una parte que pertenece muchísimo más a lo que es la música argelina de calle, no he cogido nada de la música andalusí, porque eso va por otros derroteros y donde realmente he conseguido engancharlo es por la música argelina más de calle. De ahí es de donde he bebido y donde he encontrado el nexo de unión claro, las armonías árabes, sin duda, pero cómo introducirlo ha sido, como te decía antes, por medio del mandolute, y los argelinos han tenido mucho que ver en eso.

De todos modos, hay que incidir en que este es un disco de rock.
Totalmente.

Y totalmente Revólver.
Claro, pero de otra manera. En algunos aspectos no tiene nada que envidiar a «Mestizo», además es mucho más duro que «21 gramos» o que muchas cosas de las que he podido hacer hasta ahora.

Pero ya en discos anteriores buscabas algunas sonoridades alejadas de lo que era lo habitual en tu música…
La primera piedra de toque fue con «Sur», con el tema ‘Tierra baldía’, esa es la primera vez que me meto ahí en medio, y me encantó.

A la hora de plantearte las letras de las canciones, ¿hubo algún tipo de esfuerzo por escribir de una manera determinada?
Aquí hay canciones que hablan de lo que es tener que cruzar al supuesto mundo de las posibilidades, totalmente falso, porque en ciudades como Casablanca tienen el mismo parque móvil que teníamos aquí hace dos o tres años. La temática era difícil porque, de alguna manera, regreso a lo de antes, las melodías, las armonías te inducen a algo en concreto. Tenía muchas escritas, pero tenía que adaptarlas a cómo iba creciendo todo. También está el escapar, que es una constante siempre en cualquier persona, en este caso de una forma más patente. Otra es la religión, que tiene varios momentos a lo largo del disco, todo lo que nos separa la religión en vez de unirnos, puestos a que tenga que hacer algo la religión, tendría que ser todo lo contrario. Lo que pasa es que hay una declaración de principios en ‘Reconozco la frontera’, que viene a decir que si tiene que ser alguna religión, ha de ser el amor, no se me ocurre otra.

Llámame flipado, pero en ‘Manos arriba’ veo algo mejicano y en ‘Quiero aire’ algo country…
Sí, sí. Es curioso [risas], lo de ‘Manos arriba’ es muy curioso porque cuando se la mandé a Luis [Delgado] me decía, «he de reconocer que hay que tener muchos cojones, porque a ratos no sé si estoy en Tijuana o estoy en Marrakech, no sé cómo lo has hecho, pero queda bien». Bueno, es que no estamos tan lejos, el mundo es más pequeño de lo que parece y nos llevan engañando con dos cosas, con que el mundo es muy grande y con que la vida es muy larga, falsas las dos, la vida es muy corta…

Pero de eso nos damos cuenta cuando llegamos a determinada edad, creo, ¿no?
Sí, puede ser, pero yo hace tiempo que me di cuenta de ello y no me permito aburrirme, soy tremendamente inquieto y tremendamente curioso y creo que aunque no me dijera cara a cara a mí mismo que la vida es corta, algo por dentro me hacía darme cuenta de ello, y yo no sé estar sin hacer nada. Cuando estuve un año y pico sin escribir, me dediqué a hacer fotografía y estuve como seis meses estudiando fotografía, creo que la vida hay que llenarla de cosas y no es cuestión de ser rico, creo que es rico quien es feliz, no creo que la felicidad esté en la pasta, sino en hacer lo que te gusta.

Lo que pasa es que la pasta ayuda. A comprar tiempo, por ejemplo.
Ayuda si decides que no quieres dedicar tu tiempo a hacer lo que te gusta, independientemente de cómo te va a ir con el dinero, yo soy músico, y afortunadamente vivo muy bien, pero he vivido muy mal y también era músico y habría seguido siendo músico porque eso es lo que era, y no tenía coche, pero tenía dos guitarras, ¿y qué? Pues que iba a tocar la guitarra toda mi puta vida, porque siento en mi credo interno que me resulta más gratificante y me llena más tocar y no tener coche que no tocar y tener un yate. En mi credo interno, cada uno puede tener el suyo. Claro, se puede decir que eso lo digo porque me va muy bien, pero le recuerdo a cualquiera, por si no lo sabe, que con «Básico», la guitarra que tocaba era alquilada, y ya lleva tres discos de Revólver, y la guitarra seguía siendo alquilada, yo no tenía guitarra acústica para grabar.

Desde aquí puedes acceder a la web de Revólver.

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