Juan Perro: El regreso del caminante sonoro

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«Más vale que el rock esté muerto y esperar a que se nos aparezca un día su fantasma, antes que seguir llamando rock a lo que se oye por ahí. «

Tras dos proyectos bajo su nombre, Santiago Auserón publica hoy «Río Negro», el primer disco de Juan Perro en nueve años. Una obra que lo lleva a aproximarse a las tradiciones del blues y el jazz, pero, cómo no, a su manera. Juan Puchades lo entrevista.


Texto: JUAN PUCHADES.
Fotos: JACK EL DISEÑADOR.


Han transcurrido dieciséis años desde que Santiago Auserón, refugiado bajo la personalidad musical de Juan Perro, debutara con «Raíces al viento», un disco en el que, antes que nadie, investigaba las posibilidades que ofrecía el son cubano. Desde entonces, Juan Perro se ha curtido en la carretera y ha probado diferentes fórmulas musicales, siempre en esa encrucijada de caminos que une las tradiciones musicales hispanas con las americanas, sin olvidar sus orígenes rock, tan adheridos a su ADN artístico. Incluso ha tenido tiempo de irse de vacaciones para forjar un nuevo cancionero, a su aire, como siempre ha sido santo y seña en la producción de Santiago Auserón.

Ahora, tras un año tocando en directo esas nuevas canciones, y nueve desde su anterior disco, Juan Perro presenta «Río Negro», un álbum que mira hacia Nueva Orleans para zambullirse en las raíces de la música negra más heterodoxa, allí donde el jazz y el blues se funden en un abrazo tan intenso que cuesta discernir dónde termina un género y dónde comienza el otro. Pero todo ello filtrado por la personalidad de quien está considerado como la mente más avanzada de la música popular española, un Auserón/Perro que respeta como pocos el formato de canción, que domina el lenguaje hasta el extremo, que se sabe dentro de una tradición musical en nuestro idioma que arranca siglos atrás…

Desde la dura –pero voluntaria– independencia discográfica, Santiago Auserón deja que Juan Perro corra a sus anchas con un «Río Negro» que se aleja de los patrones convencionales de la música española, y que, como siempre en su obra, anda varios pasos por delante.

Este es tu primer disco como Juan Perro en nueve años, sin embargo, en ese tiempo, Santiago Auserón sí que ha puesto en marcha un par de proyectos discográficos. ¿Qué te lleva a firmar unos trabajos con un nombre y otros con otro? ¿No hay aquí un caso de doble personalidad?
Todos imaginamos la posibilidad de ser otro en algún momento. Juan Perro representa un deseo común, aunque generalmente disimulado, de escapar a la identidad en ciertas horas crepusculares. Quizá en mi caso esa tendencia esté más acentuada. Pero sobre todo Juan Perro es una marca musical, una búsqueda de caminos nuevos para la canción en español, un enlace entre tradiciones musicales y poéticas.

Esos dos discos, y espectáculos, de Santiago Auserón, aunque bien distintos entre ellos, eran de versiones, uno de temas ajenos y otro de canciones propias, mientras que «Río Negro» es un disco de nuevas composiciones. ¿Escribes pensando en Juan Perro o es Juan Perro tu vehículo definitivo con el que dar a conocer las nuevas obras?
Los dos trabajos que citas responden a necesidades distintas de las que me llevan a Juan Perro, que es un viaje fronterizo, un proceso de maduración lenta que quiere naturalizar en castellano la herencia del ritmo negro. Eso implica un redescubrimiento de nuestra propia tradición poética, de los ritmos latentes en ella. Durante siglos nuestra lengua tuvo contacto con ritmos y melodías que fueron desterrados o marginados, hasta que en el siglo XX los volvió a difundir la industria musical. La tarea de Juan Perro es sacar eso a la luz. Mientras pueda avanzar un paso en esa dirección, tendrá sentido usar el nombre de Juan Perro.

Doce canciones nuevas en nueve años, no se puede decir que seas muy prolífico, ¿no? ¿Cuesta que salgan las canciones o es que las dejas macerar mucho tiempo? ¿Pasas periodos de sequía creativa?

En los últimos años he esbozado muchas canciones, mientras iba estudiando temas de blues, de rhythm & blues, de rock y soul, algunos estándares del jazz. Me concentré en la composición en 2008. Acabé dieciséis canciones, le cedí una a Raimundo Amador, he estado dos años rodando las quince restantes. Tengo abiertos muchos frentes, quizá demasiados, pero no termino una canción hasta que no siento que le ha llegado el momento. No tengo prisa por componer, solo quiero hacer canciones que sean necesarias, al menos para mí.

Suele ser habitual que ruedes las canciones en directo antes de grabarlas, como también has hecho ahora, algo ya infrecuente entre los músicos. ¿Por qué lo haces así? ¿Crecen y cambian antes de grabarlas, adoptan personalidades distintas tras un tiempo de interpretarlas en el escenario?
Las canciones tienen un comportamiento bastante extraño. No adquieren veracidad hasta que no se comparten con el público, por mucho que uno las trabaje a solas. Y luego cambian dependiendo del lugar, del día y de la hora, de con quien la escuches o la interpretes. De ahí mi necesidad de provocar cuanto antes el encuentro, para ver cómo reaccionan. El tocarlas en muchos escenarios, bajo climas distintos, sin duda les fortalece el pulso. Eso no quiere decir que sea el único camino. A veces la mejor versión de una canción es la interpretación improvisada, cuando aún no te la sabes del todo. Pero no se puede pretender que esa magia se repita. Por eso, en general, me divierte ver como evolucionan las canciones con el tiempo. La grabación es solo un paso en mitad de la vida de las canciones.

Hace algo más de un año ofreciste desde tu web las maquetas desnudas del disco, guitarra y voz. ¿Fue aquello necesidad de darlas a conocer, una forma de interactuar con tus seguidores en tiempos digitales o estaba la intención de que la gente las conociera de cara a los directos?
Fue todo eso a la vez y además la necesidad de concretar, de avanzar un poco con la guitarra y la voz al desnudo, de comprobar si los temas tenían esqueleto.

«Me he concentrado en el momento anterior a Elvis y a los Beatles, aunque en alguna canción me he acordado de ellos, de los Kinks o de Eric Burdon. Sobre todo me he fijado en Snooks Eaglin, que tocaba blues, R&B, country y el primer rocanrol»

EN EL RÍO NEGRO

Por decisión propia trabajas al margen de la industria del disco, y este es el segundo disco que te editas desde tu propio sello, La Huella Sonora. ¿Se hace muy cuesta arriba encargarse de todo lo relativo a la producción y edición de un disco? ¿En ningún momento te has arrepentido del paso dado?
Estoy contento de haber tomado esa decisión. No cabe duda de que la independencia es laboriosa. Hay días en que me acuerdo de la facilidad con que se movían las cosas cuando había dinero de sobra y un equipo de gente colaborando, además de nuestra oficina. Guardo reconocimiento por el trabajo de algunos de esos colaboradores. Pero es ingrato comprobar que la colaboración depende de las tendencias dominantes del mercado. Llegados a cierto punto, cada uno va a lo suyo, y eso impide sostener una apuesta artística a largo plazo.

Es evidente que te adaptas a los tiempos: Vas a distribuir el disco exclusivamente en las tiendas FNAC y junto a diarios regionales, para así tratar de llegar a todo el país. ¿No añoras aquellos tiempos en los que había tiendas de discos, cuando, incluso, y viajando muy atrás en el tiempo, las tiendas de electrodomésticos tenían su sección dedicada a las novedades discográficas?
Yo sigo yendo a las tiendas de discos. Se echa de menos el dinamismo, la chispa de otros tiempos, pero hay que tener en cuenta que ese dinamismo venía inducido por las ganancias de la industria multinacional. Me gustaría quedarme con el aspecto cultural de la industria de las grabaciones y del espectáculo, aunque el mercado sea reducido. Lo que podamos preservar ahora, con la corriente mayoritaria en contra, tendrá valor en el futuro.

¿Puedes, desde la independencia, hacer lo que quieres o tienes que estar demasiado pendiente de los presupuestos, de ajustarte el cinturón a la hora de afrontar una grabación?
No pretendo hacer la grabación ideal. En otros tiempos intentaba aproximarme a los modelos. Hoy le presto atención exclusiva a lo que ocurre entre los músicos, en relación con los técnicos, con el espacio, etc. Naturalmente, contamos con un presupuesto de producción limitado. La cosa es hacer algo bueno con ello.

Es «Río Negro» un disco que, por momentos con intensidad, mira hacia lo que conocemos como el sonido de Nueva Orleans, con su mucho de jazz, aunque sin sección de vientos, pero también está próximo a la impronta de los grandes “crooners”, incluso a la visión del jazz que tuvo Antonio Carlos Jobim. ¿Cómo ha acabado Juan Perro aquí, en un viaje que se inició en Cuba hace dieciséis años? ¿Ves un nexo de unión entre las primeras obras de Juan Perro y esta nueva?
El nexo de unión es la rítmica afroamericana en relación con el verso hispano. Ritmos que cruzaron el océano, derivaron por las Antillas, tomaron rumbo al norte o rumbo al sur, contribuyeron a cierto entendimiento entre razas y culturas pese a la esclavitud, pese a la segregación. Debían tener cierto poder para hacer eso… No me siento cómodo con los “crooners”, su rollo es demasiado perfecto. Jobim es otra cosa, me gusta hasta cuando desafina un poco cantando, su obra es genial. Cuando un intérprete perfeccionista y narcótico hace sus temas nunca consigue quitarles vida, cosa que no ocurre con todos los «standards». Jobim suena bien hasta en boca de los estudiantes que empiezan en las escuelas de jazz.

Imagino que llegas al jazz y sus diferentes afluentes, primero, escuchando discos, ¿cuáles han sido las referencias esenciales para zambullirte en estos sonidos?
No pretendo hacer jazz, que quede claro. Me estoy moviendo en el terreno de contacto entre la herencia del blues (que va del jazz callejero al R&B y el rock primitivo) y la canción en lengua romance (que va desde la tradición española hasta la música cubana, eminente en el área de habla hispana). Siguiendo esos caminos podemos remontar hasta donde nos apetezca, pero lo más importante es señalar la zona de contacto donde la cosa echa chispas. La ventaja de Nueva Orleans es que allí el contacto entre los géneros musicales es cosa natural. En este disco los modelos no son rockeros sino tangencialmente. Digamos que me he concentrado en el momento anterior a Elvis y a los Beatles, aunque en alguna canción me he acordado de ellos, de los Kinks o de Eric Burdon. Sobre todo me he fijado en Snooks Eaglin, que tocaba blues, R&B, country y el primer rocanrol. Y he seguido estudiando temas de Duke Ellington, de Billy Strayhorn, de Louis Armstrong. No para hacer jazz como ellos, sino para aprender de su inspiración melódica y ver cómo reducen la armonía compleja a un formato sencillo.

Has grabado con lo mínimo, con muy pocos músicos, buscando un sonido muy íntimo, en el que destaca la presencia del órgano, ¿por qué esa sonoridad?
No creo que el órgano destaque más que el piano o la guitarra, la batería o el bajo. Hemos buscado un sonido natural, sin efectos, que permita moverse con libertad en un espectro amplio de estilos y que preserve a la vez un ambiente homogéneo, la sensación del espacio real. La idea era registrar el encuentro entre los músicos en condiciones favorables y hacer un mínimo de  producción.

Perteneces a una generación que reivindicaba la inmediatez musical en contraposición a los sonidos que dominaron el rock de los años 70, sin embargo, en un tema como ‘Girasoles robados’ hay momentos muy próximos al rock progresivo, al jazz-rock, el enemigo a combatir en aquellos tiempos. ¿Pensaste alguna vez que acabarías ahí?
En música nunca he tenido enemigos, es quizá el único terreno en que no es inevitable tenerlos. He dejado libertad a los músicos para que interpreten las canciones, aunque también hemos sido muy selectivos. A casi todos los instrumentistas les gusta la herencia de Weather Report, un grupo muy prestigioso entre rockeros. “Girasoles robados” suena más a onda californiana, a la época en que Eric Burdon se juntó con War, por ejemplo.

Las letras de tus canciones, generalmente, juegan a lo sinuoso, eluden el mensaje directo, sin embargo en ‘La nave estelar’ has dejado muy claro lo que querías contar, cómo nos estamos cargando el planeta y las esperanzas del ser humano. ¿Has querido que en este tema el mensaje fuera tan evidente?

Sí, me interesa jugar con el lenguaje más poético en algunos temas y con la claridad en otros. ‘La nave estelar’ adopta el humor de la guaracha cubana, pero con ritmo de “second line” neorleaniano. Está escrita en décimas al estilo de El Guayabero, que cantó ‘El tren de la vida’, actualizando el medio de transporte. Hace alusión a la aeronave diseñada por Sir Richard Branson, el dueño de Virgin, que dará la vuelta al mundo en una hora. Vayan reservando billete, solo cuesta veinticinco o treinta kilos.

En ‘Pies en el barro’ parece que estés hablando del Katrina o de cualquier otro desastre natural, pero también puede leerse en clave de crisis… ¿es así?
Escribí ‘Pies en el barro’ en un hotel de Nueva Orleans, al volver de una jornada en el Jazz Fest con barro hasta la pantorrilla. Llovía como si se fuera a acabar el mundo, como si se fuera a repetir lo del Katrina. Dejándome llevar por la melancolía del ambiente, pensé en las canciones de los años treinta, en el viejo repertorio de Louis Armstrong. Cuando paró de llover, me di una vuelta por Algiers, el barrio donde él nació, al otro lado del río. Más que a una crisis pasajera, la canción alude a la fugacidad de las cosas, a la libertad de quien renuncia a los deseos vanos.

‘Pájaro de Siracusa’ tiene algo de Brasil, y veo esa referencia a Jobim que mencionaba antes. Parece que los sonidos de Brasil podrían haber sido un buen lugar donde recalara Juan Perro con naturalidad durante una temporada. ¿Conoces la música brasileña, te sientes próximo a ella?
La canción brasileña es un territorio virgen inmenso. En más de un aspecto, representa el porvenir de la canción internacional. Pensé en Jobim al elegir los acordes para armonizar la melodía, pero creo que ‘Pájaro de Siracusa’ es más bien un bailable cubano, con cierto aire italianizante, además, en consonancia con la letra. Me divierte practicar esta suerte de movilidad rítmica y melódica dentro del área romance, añadirle una pizca de pimienta negra, un deje mellado a lo Dr. John en el final de la frase. Pese a ser blanco, Dr. John es un compilador de giros negros, un manual de estilos de la Crescent City. También desafina lo suyo, pero tiene mucha guasa. La mezcla de todo ello es un acontecimiento nuevo en la canción española.

Durante mucho tiempo defendiste un modo hispano, o latino, de aproximarse a los sonidos del rock and roll, de la música negra, ¿crees que sigues en ello, subrayando el matiz hispano, o por el contrario ese componente se ha ido diluyendo con los años y te importa menos?
Sigo en ello. Lo que pasa es que durante la primera fase de Juan Perro, entre 1992 y 2002, me pareció prioritario ahondar en la experiencia cubana, empaparme del canto negro y mulato en castellano. Y luego he ido explorando los lazos entre la negritud cubana y la norteamericana. Hay muchos y muy sólidos, pese a que la historia los ha mantenido semiocultos.

En tu anterior disco, «Canciones de Santiago Auserón con la Original Jazz Orquestra del Taller de Músics», ya te aproximaste al jazz y aquí repites. ¿Estás cada día más lejano del rock?
La orquesta del Taller es básicamente una “big band”, pero practica diversos estilos. El arreglista y director de ese disco, Enric Palomar, es un músico clásico. Lo interesante de ese proyecto era unir perspectivas diversas, tres escuelas de música: la del Taller, la culta y la de la calle, que es la mía, aunque luego me encierre en casa a reflexionar y a estudiar un poco. Con Juan Perro me he situado en la frontera del rock para tener libertad de movimientos. El rock ha acabado atrapado en los formatos mercantiles y en el mimetismo. Hoy en día los grupos de pop descafeinado quieren aparentar ser roqueros. Como para salir huyendo. No descarto volver a la sonoridad del rock crudo cuando disponga de la información que necesito. Cuando el rock pueda hacer valer su vieja dignidad, como el blues, el son, el samba. Más vale que esté muerto y esperar a que se nos aparezca un día su fantasma, antes que seguir llamando rock a lo que se oye por ahí.

Musical y profesionalmente siempre has ido muy por libre, ¿te sientes una rara avis en el panorama musical español?

Siempre me he sentido extranjero en mi tierra natal. Es mi condición, he llevado una vida bastante nómada desde pequeño. “Rara avis” o “rarus canis”, da lo mismo, volar solo, pero en busca de la bandada migratoria, husmear a ras del suelo, tras el lugar de cita de la jauría. No me siento cómodo con una identidad definida, con una profesión limitada, soy músico de oficio, de formación callejera, pero necesito pensar, leer, escribir. Mi papel es ese, pasar información entre esas actividades. Sé que en la vida no hay tiempo para todo. Renuncio a la perfección, ahora que me siento libre en el camino del aprendizaje.

Hoy la gente, masivamente, se descarga los discos gratis por internet, ¿cómo convencerías a quien esté leyendo esta entrevista de que merece la pena adquirir «Río Negro» en formato físico? ¿Qué crees que puede ofrecer hoy un disco?

El disco físico tiene el tacto, la huella de todos los que han trabajado en él, algunos por amor al arte: músicos, técnicos, fotógrafos, diseñadora, productores ejecutivos, gente de la imprenta y de la fábrica que nos prometieron tratarlo con cariño y han cumplido su palabra. Es curioso que ahora que no se venden discos haya gente que se empeñe en hacerlos mejor que nunca.

¿Te preocupa la desaparición del disco físico o no le das muchas vueltas a tales pensamientos?
Físico es todo, desde el disco de pizarra hasta la descarga electrónica. Cada soporte permite usos distintos. Cuando desaparezca por completo la rueda –si Richard Branson se empeña…– y no sea necesario encender fuego de vez en cuando, empezaré a preocuparme por el futuro de la especie. Por ahora la especie en general sigue confundiendo el futuro con la rapacidad y el crimen, como siempre. Y como siempre hay unos cuantos que tienen valor y energía para imaginar otra cosa.

En los últimos meses has ofrecido algunos conciertos acústicos, junto a tu guitarrista, Joan Vinyals, ¿cómo ha sido la experiencia?
Interesante. Primero porque me obliga a tocar más la guitarra y eso me abre nuevos caminos para componer. Luego, porque ayuda a depurar la visión de lo que hace falta para sostener un tema en público. Los temas al desnudo muestran otras dimensiones. Después de hacer conciertos acústicos, cuando se vuelve a juntar la banda seguimos depurando intenciones y apreciamos mejor lo que aporta cada uno.

Estás de nuevo en la carretera, ¿cómo son estos directos y quiénes son los componentes de la banda?
Presentamos el disco en el Palau de la Música de Barcelona el 3 de febrero. En el concierto de este año hay menos temas nuevos –justo los doce del disco– y recuperamos otros temas de Juan Perro. Alguno de ellos no han sonado nunca en directo. Quizá añadamos alguna versión. Además del guitarrista Joan Vinyals, la banda está formada por el pianista Javier Mora, el bajista Isaac Coll y el batería y percusionista Moisés Porro.

El disco se cierra con ‘El forastero’, que parece sugerir nuevas aventuras en el camino de Juan Perro… ¿Por dónde andará Juan Perro en sus próximas aventuras musicales?
Esa canción tiene cierto valor simbólico, la letra está puesta en boca de un chiquillo que ve pasar a un forastero de aspecto interesante por la puerta de su casa. Es como una música que viene de otro mundo. Se me ocurrió paseando por el viejo centro de Nápoles, de ahí que suene a swing italo-americano. Lo natal tiene más energía cuando se deja atraer por lo extraño, su apasionamiento se vuelve alegre. Da lo mismo como suene Juan Perro en el futuro, mientras mantenga esa atracción.

Desde aquí puedes acceder a la web de Juan Perro.

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