Fotopress: Javier Márquez Sánchez

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«Rescataría del olvido a Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán. Entre los profesionales del gremio son la bomba, pero si sales a la calle y preguntas a cualquier aficionado musical, no los conoce ni Dios. Y no sabe Dios lo que se pierde»

 

Javier Márquez Sánchez es periodista y escritor, ha trabajado en Madrid, San Sebastián y Sevilla para diversos medios («Diario de Andalucía», «Diario de Sevilla», Cadena Ser o la productora Espacio de Información General). También ha colaborado en radio, produciendo y dirigiendo programas de música, cine e historia en varias emisoras regionales. Actualmente es subdirector de la revista «Cambio 16», y subdirector cultural de las cabeceras del grupo EIG Multimedia. Colabora habitualmente en revistas como «Esquire», «La Aventura de la Historia», «Cuadernos para el Diálogo», «Interfilms» o , cómo no, EFE EME, donde para desde hace años. Entre sus libros musicales, destacan «Rat Pack. Viviendo a su manera» (Almuzara, 2006) y «Elvis. Corazón solitario» (Almuzara, 2007), ambos editados en diversos países. En 2009 publicó su primera novela, la muy recomendable «La fiesta de Orfeo» (Almuzara); anda preparando la segunda.


Fecha y lugar de nacimiento.
El 3 de octubre de 1978, en Sevilla.

¿Qué música sonaba en tu casa cuando eras niño?
De todo. Creo que a eso le debo que le haga ascos a muy pocos géneros. Cualquier día, sobre todo los fines de semana por las mañanas, en el salón de mi casa podías escuchar desde Serrat y los Beatles a Rocío Jurado y Ella Fitzgerald, pasando por Mocedades y Kenny Rogers, Elvis y los Brincos, Johnny Cash y Mozart, Camarón y Antonio Aguilar. En casa de mis padres nunca faltaban discos ni libros, y como tuve la suerte de no tropezarme con ningún abismo generacional, siempre he disfrutado con los discos y los libros que yo me compraba tanto como con los que se compraban ellos.

¿Cuál fue el primer disco que compraste?
De niño mi gran pasión era el cine, y mis primeros discos eran todos, sin excepción, bandas sonoras. En este sentido podríamos decir que la transición fue muy natural. Una noche pusieron en la tele «El graduado». Yo debía rondar los catorce. Al día siguiente fui flechado al centro y me compré, en una oferta de 2×1 en Sevilla Rock, los vinilos de la banda sonora de Simon & Garfunkel (1968) y el último álbum de la pareja, el «Bridge over troubled water» (1970), del que no tenía ni idea, lo escogí por la portada. Además, en la librería que había al lado me pillé un cancionero del dúo. Aquella noche, escuchando el «Bridge…» en casa, con las letras por delante, quedé perdidamente enamorado de la música [el próximo martes, en EFE EME, Javier Márquez escribe largo y tendido sobre este disco de Simon & Garfunkel].

¿Y el último?
El cofre «New York» (2009), de Sinatra, con varios directos en audio y uno en DVD. No está mal, pero la caja de conciertos de Las Vegas era más equilibrada y con más momentos entrañables. Sinatra fue una gran estrella en todo el mundo, pero sólo en Las Vegas se sentía y se comportaba como en casa.

Selecciona tres discos internacionales esenciales de tu colección.
Uf, ¿y por qué no los diez o los veinte esenciales? Esto se me da fatal. En fin, digamos que… «Hot august night» (1972), de Neil Diamond, porque para mí no hay ningún disco de estudio que me transmita tanto como un buen directo, y no hay ningún directo que me enganche tanto como éste. «Kristofferson» (1969), el primer álbum del susodicho, porque si a Hemingway y Faulkner les hubiese dado por componer canciones, en plan Jerry Leiber y Mike Stoller, habrían firmado letras muy parecidas. Y ‘Ella and Louis’ (1956), porque no hay día malo que un dueto entre Fitzgerald y Armstrong no pueda remontar, y si el tema lo firma Cole Porter, mejor que mejor.

Selecciona tres discos nacionales esenciales de esa misma colección.
«Dedicado a Antonio Machado, poeta» (1969), de Joan Manuel Serrat, que escuché mil veces de niño en un casete grabado que tenía mi padre; «Fantasía occidental» (1988), el primer disco de Silvio y Sacramento, porque nunca nadie antes ni después ha combinado de tal forma tradición e innovación; «Lo mejor de Enrique Urquijo y Los Problemas» (2001, que selecciona lo más destacado de los dos trabajos de esta formación), porque habría que echar mano de Camarón para encontrar un disco tan doliente en español, y creo que ni él llegó a tanto.

Un disco doble al que no le sobra nada.
Me alejaré de “los de siempre” para citar «Sinatra at the Sands», con la orquesta de Basie dando caña, Quincy Jones al frente del destacamento y el “Viejo Ojos Azules” en verdadero estado de gracia en el mejor escenario que tuvo nunca. A ese disco no le sobra ni el ruido de los vasos y cubiertos del público. Si vas a pincharlo ponte traje oscuro, porque al cerrar los ojos te verás transportado a Las Vegas de 1966.

Un grupo o cantante a quien rescatarías del olvido.
A Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán. Entre los profesionales del gremio son la bomba, pero si sales a la calle y preguntas a cualquier aficionado musical, no los conoce ni Dios. Y no sabe Dios lo que se pierde.

¿Cuál fue el primer concierto al que asististe?
Uno de la gira «El gusto es nuestro», con Serrat, Ríos, Víctor y Ana. Fue genial. No obstante, mi primer concierto “auténtico”, ese primero que te marca de verdad, fue uno de Paul Simon en París, al que acudí con unos amigos, todos sin un duro. Viajamos en autobús y tren, dormimos en la calle, comimos en plan tortilla y filetes empanados de mamá… Pero acabamos asistiendo a un pase privado, hablando con él y saliendo en el DVD que se editó del evento. Lo que se llama una experiencia iniciática.

¿Y el mejor concierto que has visto?
Eso sí que es imposible decirlo. Soy mitómano y encima romántico (es decir, un desastre de crítico). Pero sí que puedo citar los dos que más me han impactado. Elliott Murphy en la sala El Sol de Madrid (si no recuerdo mal). Iba sin banda, sólo con su fiel escudero, Olivier Durand, y jamás pensé que alguien pudiese destilar tanta energía en escena. Es como llevarte a Springsteen y la E Street Band al salón de tu casa. Me fascinó. El otro fue el de Simon & Garfunkel en Roma, en la gira del reencuentro en 2004, ante el Coliseo, con casi un millón de personas coreando cada canción de la pareja que nadie pensaba que volvería a ver cantar junta. Aquella noche sí que hubo creyentes alrededor del Vaticano.

Elige y razona tu elección:

Serrat/Aute.
Aute me parece un artista acojonante, único en su especie, con una sensibilidad y un sentido del humor que te desarman. Pero Serrat es Serrat, es como ese tío al que nunca visitas pero que sabes que es de la familia. Incluso sus peores discos tienen siempre algo que te hace estremecer. Además, es un indicador que nunca me falla: si me presentan a alguien que refunfuña de Serrat ya sé que lo nuestro no llegará lejos.

Sabina/Calamaro.
Los dos se traen el mismo juego de personajes, reinvenciones e imitaciones, y creo que los dos andan igual de desatinados últimamente. Pero como Sabina tiene entre sus principales referentes a José Alfredo Jiménez, con eso me tiene en el anzuelo por más que intente escaparme.

Nacha Pop/Los Planetas.
Nacha Pop, porque sus letras, sus ritmos, su actitud… todo me convence más.

Nacho Vegas/Quique González.
Creo que me quedo con Nacho Vegas, me lo creo un poco más, me resulta más cercano.

La Mala/La Bien Querida.
Pues ni frío ni calor, francamente.

Jacques Brel/Serge Gainsbourg.
Gainsbourg es más pop, más sofisticado, más innovador. Pero Brel me hace llorar, y ante eso me quedo sin argumentos.

Frank Sinatra/Elvis Presley.
Sinatra siempre, Elvis forever. Sinatra en la Capitol era magia, y tiene discos en Reprise que son pura diversión. De Elvis dame lo que sea a partir de 1968 y babeo como el perro de Pavlov; puro soul, puro blues, puro country. Ese Elvis me enternece, el rockero de los cincuenta me cae antipático.

Marvin Gaye/Bruce Springsteen.
Los directos de Gaye son muy poderosos, pero la carrera de Springsteen me resulta mucho más estimulante, sus diversas etapas y estilos, altibajos incluidos. Además, he visto conciertos impresionantes, pero como los suyos, jamás. Para mí representa la quintaesencia del rock.

Tom Waits/Lou Reed.
Me quedo sin argumentos. Creo que son dos caras de monedas diferentes. Los dos tienen cosas que me fascinan y otras que no soporto.

Michael Jackson/Prince.
Jackson, sin duda. Prince nunca me ha convencido, en cambio Michael Jackson tiene discos enteros y temas concretos que son fundamentales para entender una época.

The Rolling Stones/The Velvet Underground.
La Velvet es interesante, pero me parece demasiado elitista, por el contrario, los Stones, con sus altibajos, son una banda que vende rock y ofrece rock. Puro y duro. Siempre que alguien me ha dicho que no le gustan los Stones jamás ha dado un argumento musical.

Bob Dylan/John Lennon.
No es comparable, no hubo tiempo. Lennon hizo cosas que me gustan, aunque no llegan a volverme loco. Dylan tiene discos que me hacen bostezar pero demasiados que reviso una y otra y otra vez.

Neil Young/Elvis Costello.
Neil Young, sin duda. Creo que esta comparación está desequilibrada. Hablamos de dos ligas diferentes.

Youssou N’Dour/Fela Kuti.
Me quedo con la tercera opción: Ladysmith Black Mambazo.

¿Por qué decidiste dedicarte a la crítica musical?
Me gustaba escribir y me gustaba la música… ¿La verdad? Por supervivencia. En el año 2001, me fui a Madrid para trabajar la sección de cultura de la revista «Cambio 16». Allí andaba de acá para allá sin llegar a ubicarme en condiciones. Un día vi que amontonaban en una mesa los paquetes de los discos. Me explicaron que el compañero que llevaba la sección de música se había marchado (o lo habían echado, francamente no lo recuerdo), así que me presenté ante el director para convencerlo de que me dejara el puesto.

¿Quién fue tu maestro periodístico?
Pues, con franqueza, no sabría a quien citar, ninguno me ha dejado huella, con excepción, claro, de Lemmon y Matthau en ‘Primera plana’ (1974).

Un equipo de fútbol.
Cualquiera que no juegue hoy.

Un político.
José Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda (Sevilla) desde hace 28 años. Por el simple hecho de seguir ahí, resistiendo, sin perder el apoyo de sus vecinos, y reventando el bipartidismo habitual.

Una ciudad para vivir.
Para lo sábados por la noche, Madrid. Para los domingos por la mañana, Sevilla. El resto de la semana, depende de la canción.

El disco que detestas y que despierta alabanzas entre tus compañeros.
Cualquiera de U2. ¿Cuál es el mejor? Pues ése.

¿Vinilo, CD o mp3?
Me gusta escuchar música en cualquier formato pero sólo me gusta tener música en uno, en vinilo. Es el único soporte realmente artístico, el único que añade algo a la obra, el único que me hace disfrutar más de la música que contiene. Además, sólo el vinilo materializa el amor por la música, porque exige un cuidado y una ceremonia. En vinilo, disco y funda, la música es la misma, pero no es igual. Es el mojo picón de un buen chuletón a la brasa, la gota de angostura en el martini.

La película que nunca te cansas de volver a ver.
Hay tres de las que ya he perdido la cuenta: «Casablanca» (1942), de Michael Curtiz, «El Dorado» (1966), de Howard Hakws y «Uno de los nuestros» (1990), de Martin Scorsese.

El libro que nunca te cansas de releer.
No soy de releer novelas aunque sí relatos. La mayoría de los de Hemingway, algunos de Bukowski y todo el canon holmesiano. ¡No, espera! «Frío y eléctrico», de Elliott Murphy. Recuerdo que esa novela me divirtió tanto que la leí un par de veces.

Una serie de televisión.
No, dos. De aquí, «Juncal». De allí, «Los Soprano».

Si estuviera en tus manos elegir la música que suena en los supermercados, ¿qué discos seleccionarías?
Pincharía una y otra vez ‘Canción consumo’, alternando las versiones de Aute y de Rosa León, por variar un poco. Y los fines de semana, para practicar otras lenguas, ‘Societat de consum’, de Raimon.


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Anterior entrega de Fotopress: Àlex Oró.

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