Lorca y Cohen: La conexión granadina

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«El primer estrujón entre Morente y Cohen tiene lugar una gélida tarde de invierno de 1993. Cafetería del hotel Palace de Madrid. Se impone la barrera del idioma, pero el cruce de miradas basta para sellar la hermandad»


Eduardo Tébar reconstruye las huellas lorquianas y granadinas que marcaron el alma de Leonard Cohen y, de regreso, nos cuenta cómo Cohen ha influido en la comunidad musical de la ciudad, con Lagartija Nick y Enrique Morente a la cabeza, claro.

 

Texto: EDUARDO TÉBAR.

 

El comienzo de esta historia se remonta a 1949. Imberbe y apocado, Leonard Cohen entra en una librería de segunda mano de Montreal. El adolescente, trasunto de la juventud judía, abre un libro que le llama la atención. Lo firma un tal Federico García Lorca. El chaval palidece cuando lee los versos del literato granadino. “Por el arco de Elvira / quiero verte pasar / para sufrir tus muslos / y ponerme a llorar”. Era la ‘Gacela del mercado matutino’. “Sentí plenamente que aquel universo era el que yo podía entender, el que yo vivía. Lorca fue el primer poeta que me tocó. Él me educó”, reconoce ahora, en la madurez, el galán con voz de ultratumba.

Bob Dylan y Leonard Cohen representan el paradigma mayúsculo de la poesía en el rock. El primero quedó abducido por las letras después de devorar «En el camino», de Jack Kerouack. El segundo, por contra, tras un encuentro casual con la imaginería lorquiana. Uno, fascinado por la profusión lisérgica de la Generación Beat. El otro, embelesado con la raigambre andaluza, mágica y surrealista de Federico. En el fondo, mundos paralelos. Tan locales, tan universales. Y ambos de origen semita.

El amor a primera vista entre Leonard Cohen (Montreal, 1934) y la obra del autor de «Poeta en Nueva York» presagia una relación especial con Granada. Pero transcurre mucho tiempo hasta el encuentro físico. Tanto, que el dandi canadiense que se persona en la capital nazarí en octubre de 1986 ya peina varias canas y exhibe algún pliegue en el rostro. El Cohen de entonces atraviesa un periodo de espléndida valentía creativa. Con 52 años recién cumplidos, está a punto de reinventarse.

«I’m your man» (1988) supone un brusco giro de tuerca en su trayectoria. El disco contiene piezas emblemáticas de su repertorio actual. Composiciones de perfil sintético y electrónico como ‘First we take Manhatan’, ‘Everybody knows’ o ‘Tower of song’. En el libreto, rastros del periplo granadino; la imagen de Cohen sentado con la guitarra acústica en una terraza del Albaicín. ¿La autora del documento? Otra conquista: la bella fotógrafa francesa Dominique Issermann.

En tan rutilante cancionero destaca ‘Take this waltz’ –’Toma este vals’, como canta Enrique Morente–, adaptación en inglés del ‘Pequeño vals vienés’ de Lorca. El tema aparece por primera vez en el álbum colectivo «Poetas en Nueva York». Su lanzamiento, en 1986, homenajea al de ‘Bodas de sangre’ en el cincuenta aniversario de su asesinato. Por el trabajo desfilan figuras dispares del panorama español e internacional. Desde George Moustaki hasta Lluís Llach. Desde Chico Buarque o Donovan, hasta Paco de Lucía o Patxi Andión. Una pintura de Eduardo Úrculo en la portada. Texto ilustrador de Ian Gibson. Y la intervención estelar de Cohen.

El cantautor enamorado de ‘Suzanne’ admite que traducir a Lorca y trasladarlo al andamiaje de la canción resulta un proceso tortuoso. Aquello le cuesta 150 horas de trabajo y una depresión. Un precio muy alto, como reconoce en la revista «Ajoblanco» en 1988. Cohen quiere rodar un videoclip en los mismos rincones granadinos por los que transitaban los personajes de Federico. Pretende filmar en la Casa-Museo de Fuente Vaqueros. No existe aún la actual residencia veraniega abierta al público en la Huerta de San Vicente. En otoño de aquel 1986 llega a Granada con el equipo de rodaje. Obtiene los permisos con facilidad.

YOGA EN LA CASA DEL POETA

El 3 de octubre acude tembloroso al hogar de su venerado poeta español. La visita se prolonga durante toda la mañana. “Se emocionó al entrar y se hizo fotos al lado de la cuna de Lorca. Se sintió muy en su casa”, rememora el poeta granadino Juan de Loxa, en aquel tiempo director de la Casa-Museo. “Le recuerdo como un hombre muy afable. No daba ningún miedo, a pesar de lo que mucha gente se puede imaginar. Transmitía paz y serenidad. Hablaba lo justo y miraba lo suficiente. Enseguida supe que estaba ante un personaje cuyas vibraciones me servían de medicina. Conocer a Cohen me marcó mucho”. La sorpresa general se produce cuando Cohen empieza a emplear técnicas de relajación para conectar con el espíritu de Lorca. “En un momento determinado, se puso a hacer yoga ante una foto de Federico. Tenía la cabeza hacia abajo y los pies arriba”. La imagen se pasea por el mundo en la portada de «New Musical Express».

Un buen día, paseando por la Quinta Avenida de Nueva York, Juan de Loxa tropieza con una pantalla gigante. Muestra el videoclip de ‘Take this waltz’. En las imágenes, un Cohen entrado en la cincuentena pulula por Fuente Vaqueros mientras musita la engorrosa adaptación del ‘Pequeño vals vienés’. Juan de Loxa se emociona. Es el mismo caballero refinado al que había servido como guía por la casona familiar de Federico. El mismo que había bautizado a su hija con el nombre de Lorca una década antes.

 

«OMEGA», EL TRIBUTO ROMPEDOR

Granada devuelve el gesto en 1996. La idea de “Omega” nace del amigo y traductor de Cohen en España, Alberto Manzano. Lo que se procura un cariñoso regalo deriva en uno de los discos más importantes de la música popular de este país. Los versos de Lorca y el cancionero de Leonard Cohen al servicio de un majestuoso elenco de artistas de flamenco. Con Enrique Morente a la cabeza y la distorsión rock de Lagartija Nick como telón de fondo. El álbum genera una lenta convulsión al cabo de los años. Surge un hito en las entrañas de la ciudad. Y lo paradójico del asunto: el público no especializado es el primero en acoger «Omega». Por una vez, las corrientes mayoritarias se adelantan a las alternativas. Antonio Arias y Morente suelen repetir el chascarrillo en los bares: “Los errores del pasado son los aciertos del futuro”.

El shock noquea al propio Cohen. Así lo demuestra la carta que recibe Manzano del bardo norteamericano: “Es lo más grande que nadie ha hecho por mí en toda mi vida”. Al veterano cantante y escritor le sugestiona el efecto transgresor de sus textos amoldados al flamenco. Desde ese momento, Cohen admira profundamente a Enrique Morente. “Es un álbum visceral, de un nivelazo artístico impresionante”, reflexiona Manzano. “Siento especial predilección por ‘Sacerdotes’, un tema inédito del repertorio de Cohen que éste escribió para Judy Collins a finales de los sesenta”.

El primer estrujón entre Morente y Cohen tiene lugar una gélida tarde de invierno de 1993. Cafetería del hotel Palace de Madrid. Se impone la barrera del idioma, pero el cruce de miradas basta para sellar la hermandad. “Tienen un ‘feeling’ alucinante desde que los presenté en aquella ocasión. En el verano de 2008 se repitió el encuentro en el FIB. Les junté en una zona del backstage”, aclara el traductor y poeta. Allí aprovecha Antonio Arias, líder de Lagartija Nick, para fotografiarse con el ídolo. “Morente también conoce en Nueva York a Esther, la hermana de Cohen”, remata Manzano.

Morente adquiere en 2008 el máster original y los derechos de edición de «Omega». Una versión ampliada sale al mercado y el cantaor vuelve a ofrecer conciertos con Lagartija por España y América. La construcción del trabajo cuenta con la presencia de músicos como Vicente Amigo, Cañizares, El Paquete o Tomatito. Al mismo tiempo, la hija del vocalista, Estrella Morente, y Aurora Carbonell se encargan de los coros y las palmas.

ADMIRACIÓN EN LA ESCENA GRANADINA

Antonio Arias no borra de su mente la figura deslumbrante de Cohen gravitando en las sesiones de estudio. “Él forma parte de la atracción hacia Lorca. Es de los planetas más potentes absorbidos por el sol de Federico”. El cerebro de Lagartija Nick confiesa que antes atravesó una etapa dylanita. “Fue Morente quien me introdujo en su mundo. Así me volví ‘cohenita’. Se trata de un individuo trascendental. Cuando te toca, te reverbera como Santa Teresa”. ¿Y qué aprendió Arias de Cohen? “Su capacidad de síntesis. Puede contar en pocas frases cosas muy relevantes. Las cosas que te elevan. En esa virtud supera a Dylan”, carcajea. “No necesita estar siete minutos de retahíla”.

José Ignacio Lapido comparte la tesis de su ex compañero en 091. “No es fácil describir situaciones en pocas líneas. Él lo hace e incluso profundiza. Como escritor de textos, es uno de los grandes. Se nota su pasado como novelista de cierto éxito antes de dedicarse a la canción. Sin embargo, es la faceta por la que le recordaremos siempre. Creo que sus discos han crecido con el tiempo. Las grabaciones espartanas de los sesenta, gracias a esa austeridad, han envejecido bien. Me sigo quedando con sus primeros álbumes”. El rocker granadino admite las huellas de Leonard Cohen en su propia creación. “Me gusta el poso de ironía bajo esa capa de seriedad. Supongo que algo de eso se refleja en mis canciones”.

Por su parte, Juan Alberto Martínez, cantante y guitarrista de Niños Mutantes, se reconoce fan. “Me enganché con ‘Avalanche’, del disco ‘Songs of love and hate’. Es una referencia básica para mí desde siempre. Me sobrecogía su voz y el rasgueo de la guitarra. Además, es el autor de dos temas de cabecera en mi vida: ‘Chelsea Hotel No.2’ y ‘Hallelujah’, la canción de amor más salvaje que he escuchado. Se asoma al abismo de la pasión”.

Paco Chica, todo un clásico de la movida granadina de ayer y hoy (Sesión de Noche, Dorian Gray, 400 Golpes, Kennedy), ve a Cohen como un maestro. “Es un gurú para los que nos dedicamos a esto. Un letrista inspirador para gente que adoro, como Elvis Costello”.

Al final, Cohen actúa por primera vez en Granada el 13 de septiembre de 2009. El temible Coliseo de Atarfe alberga a 4.000 personas en la gira alimenticia tras la sangría económica de su manager. Como un baile lento y seductor al final de una batalla perdida. Como contemplar lagrimeando el hundimiento de Venecia. Sí, presenciar un recital de Leonard Cohen es una experiencia grande. Algo que no se olvida. A más de uno le escuece el precio de la entrada (entre 60 y 100 euros), pero, a cambio, se marcha con las heridas curadas. ¿Acaso no sana la palabra precisa en el momento adecuado? El bardo judío sabe bastante de almas desvencijadas y bálsamos milagrosos. La estampa no tiene precio: Cohen arrodillado, apelando a los pájaros que padecen en el alambre y pidiendo perdón por los pecados. El guitarrista Xavier Mas, único instrumentista español de la formación, conduce a través de las cuerdas los abordajes emocionales de Cohen.

Una obra fundamentada en la belleza, la verdad y el ritmo. La poética de Cohen también bebe de los textos sagrados hebreos, escrituras hindúes, sufismo, clásicos románticos, Generación Beat, existencialismo francés y, cómo no, el surrealismo lorquiano. Lo recalca Alberto Manzano en su libro “Apóstoles del rock” (Lenoir, 2008): “Leonard Cohen fue poeta antes que cantante porque para cantar primero debes tener un poema”.

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