Descubrimos cómo es «On the rock», el nuevo álbum de Andrés Calamaro

Autor:

«Estamos ante la continuación conceptual natural de ‘La lengua popular’, pero con un sonido menos aséptico que allí, más áspero y nervudo, más compacto, más de banda –no en vano, el grupo de directo es el que se ha metido en el estudio a registrarlo–, aunque los pasajes más sofisticados se resuelven con soltura para acariciar el terciopelo»

Un mes antes de su salida a la calle, escuchamos «On the rock», el nuevo disco de Andrés Calamaro. Un álbum que, como todos los de su autor, ya despierta expectativas por saber qué contendrá y por dónde habrá ido, musicalmente, el argentino. En este artículo, damos las pistas esenciales para saber de primera mano cómo es este trabajo del creador argentino.


Texto: JUAN PUCHADES.
Foto: THOMAS CANET.


Nadie podrá decir que desde «El cantante» hacia aquí, ese periodo de seis años que puede ser denominado como el de vuelta a los formatos convencionales de grabación –tras «El salmón» y todo el tránsito doméstico-camboyano–, Andrés Calamaro se ha dormido en los laureles. Para nada: Con «El cantante» (2004) se refugió en las manos de Javier Limón y su equipo habitual para redescubrir su voz ante el micro, enfrentándose a clásicos latinos y a unos pocos temas propios. «El regreso» (2005) fue el documento que testimoniaba en vivo lo solvente de su repertorio en el retorno a los escenarios. En «Tinta roja» (2006), de nuevo con Limón en los controles, seguía deteniéndose en canciones ajenas, dejando que, otra vez, trabajara la voz, con lo mínimo y sobre clásicos del tango. Ese mismo año, 2006, grababa codo con codo con Litto Nebbia el poco comprendido «El Palacio de las Flores», primer capítulo para reencontrarnos de nuevo con el Calamaro compositor; pero en una prueba inédita: Vistiendo los siempre vaporosos y elegantes trajes confeccionados por Nebbia, con el lirismo y genio habitual del autor de «Sólo se trata de vivir». Por último, «La lengua popular» (2007), producido por Cachorro López, suponía el definitivo regreso al primer plano, al lugar que el mismo Calamaro había decidido abandonar por quién sabe qué cúmulo de circunstancias: Canciones propias de principio a fin en un disco «radiable» y cero experimental. Obviamente, dejamos al margen de este cómputo la caja «Andrés. Obras incompletas» (2009) y la reunión temporal y excepcional junto a Raíces en el disco «30 años» (2008) o el pack CD/DVD –mejor olvidarlo, que aquella fue una reunión bastante contra natura– de la gira junto a Fito & Fitipaldis, «2 son multitud» (2008).

Han sido seis años en los que, en lo discográfico, Calamaro ha ido tratando de mantener ese perfil que una parte –tal vez minoritaria–de sus seguidores espera de él: El de la experimentación y la sorpresa permanente, el del mantenerse alejado de los estados acomodaticios, el del salirse por la tangente y probar cosas diferentes. De ahí, también, los continuos cambios de productor para intentar modelar un sonido nuevo en cada entrega. Riesgos que debemos valorar y agradecer en su justa medida.

De todos modos, es «La lengua popular» el álbum que hay que entender como «el disco». Sí, como disco de canciones propias concebido desde parámetros, conceptuales y musicales, «convencionales» y que lo une, por tanto, con «Alta suciedad» y «Honestidad brutal» (pese a su extensión o a las diversas primeras tomas en él incluidas, este es, sí, un disco «convencional»). Así que, después de estos –saludables, aunque no siempre comprendidos o bien llevados a término– vaivenes creativos, la pregunta es de qué irá Calamaro en «On the rock», su nuevo disco, a la venta el 1 de junio. Un trabajo producido por él mismo junto al bajista Candy Caramelo –parece que ha sido el alma de esta grabación, el director artístico– y el técnico Guido Niseson, a quienes ha secundado como coproductor final Rafa Arcaute (productor de Calle 13, de Luis Alberto Spinetta o de Fito Páez).

CALAMARO ON THE ROCK

¿Que de qué va este nuevo disco? Pues, a grandes rasgos, estamos ante la continuación conceptual natural de «La lengua popular», pero con un sonido menos aséptico que allí –que «La lengua» pareciera haber sido grabado con batas blancas y en atmósfera protegida para que no entrara una mota de polvo–, más áspero y nervudo, más compacto, más de banda –no en vano, el grupo de directo es el que se ha metido en el estudio a registrarlo–, aunque los pasajes más sofisticados se resuelven con soltura para acariciar el terciopelo que, también, forma parte de la personalidad esencial de Calamaro. Detalles, todos ellos, y principalmente el del sonido más grueso, que, en las primeras escuchas, se agradecen. Como de agradecer son los refrescantes toques hiphoperos que caen de vez en cuando, o los jazzísticos en convivencia con el rock.

Sin embargo, son los pespuntes de la guitarra flamenca de Niño Josele, acompañada por el piano de Tito Dávila y el quejío de Diego El Cigala, los que inauguran «On the rock», como invitando a la voz de Calamaro a sumarse a su propia fiesta, en la climática ‘Barcos’. Y Calamaro, con la voz del millón de dólares entona «Me da la impresión que cada vez que nos vemos somos dos barcos / que se cruzan en el mar / uno viene y otro va / o todo lo contrario». Melodía y arreglos están muy logrados y traen olor a mar, los barcos parecen vislumbrarse anclados en el muelle. Pese a los colores flamencos, la canción tiene ese toque del Calamaro pop que hace de las pequeñas cosas algo épico, pero, en la segunda parte, rompe el ritmo en rumba suave (palmas incluidas) y hasta él mismo saca pecho rumbero en algún instante. Es un canto a la amistad, que «se compromete o se oxida con los años / un poco como barcos extraños: Dos días en el puerto y el mar adentro». Tal vez la amistad de los músicos, íntimos mientras dura la faena, el disco o la gira, y luego, cada uno, surca nuevas aguas. O quizás la amistad de una pareja rota, o por romperse.

Gainsbourg, y sus colchones sonoros, es lo primero que le viene a uno a la mente en los compases iniciales, cuerdas incluidas, del bolero ‘Te extraño’, compuesto por Andrés y Candy Caramelo. «Te extraño, no lo puedo evitar / te extraño, con cada respiración / te extraño, no se me da bien esperar / te extraño, en mi salud y mi enfermedad». Calamaro canta con intensidad, con su mejor voz, la que descubrió en «El cantante», esa que no tiene competidor posible. Pero este bolero trae un regalo envenenado –que estamos ante Andrés Calamaro, no frente a Lucho Gatica–, y este viene de la boca del Langui (La Excepción), rapeando con garbo versos que él mismo ha escrito. Las duras guitarras, al final, esbozan algo de jazz, mientras la batería de Niño Bruno suena bien arriba y las cuerdas insisten desde atrás. Una gran canción, y van dos.

¿Tras dos temas suaves, alguien está pidiendo algo de rock fuerte? Pues llega con las guitarras de la banda rompiendo el silencio en el tercer corte, «El pasodoble de los amigos ausentes». ¡¿Pasodoble?! No, rock peleón, pero por ahí, como el preso se asoma tras los barrotes, se cuelan ecos de pasodoble eléctrico y desquiciado. Olé. Es un tema sobre el pasado, pero también sobre el presente, un corte alrededor de las huidas personales: «Mi habitación está cerca del río / pero se escucha el ruido del mar / Para naufragar hace frío / y prefiero nunca naufragar / Y el pasodoble-punky avisa que el tercio del medio está por empezar / A las nueves si no llueve te espero en un bar para empezar a olvidar». Hay rabia en este rock urgente y en su letra –bastante enigmática y sugerente, muy «argenta»–, que incluye citas a Peret («Es preferible reír que llorar»; que en Argentina fue todo un éxito, fijado en la memoria colectiva y superando el paso del tiempo), Discépolo (la archiconocida «Cambalache») y Nebbia y Tanguito (la iniciática «La balsa»).

Después de la electricidad, un medio tiempo, ‘Todos se van’, con el gran Claudio Gabis en la guitarra –aunque el solo es de Diego García– y los dos Pereza en los coros. Una de esas canciones que suenan a su autor aunque él no lo quiera. La letra nos muestra al Calamaro más predispuesto a rasgar sensibilidades, a ingresar en el club de los corazones solitarios del verano: «Tendría que haber nacido antes o mucho después / además me da igual / Podría haber sido cualquier cosa / una flor en el balcón / algo vegetal. Y afuera, donde es verano / todos se van / todos se van / nosotros parece que no (pero también)». Un corte que, con sus leves crescendos embriagadores, bien podría haber entrado en «Alta Suciedad». El verano sigue presente en el quinto tema, el pop ‘Los divinos’, el single que avanza el disco. Hasta los Pereza se quedan una canción más en los coros. «Cuando el cántaro se rompe / y no hay monedas en la fuente / cuando uno se despierta / y ya no es indiferente / Y no existen los destinos / ni siquiera los divinos / desafinan los metales / sin principios ni finales. / La ciudad se queda sola / y nadie me da bola».

El rock más potente regresa con ‘Flor de Samurai’ y su letra breve, como la misma flor del samurai, que repite incesantemente «Dividámonos para gobernar / Eliminémonos del mapa / intentemos fuertemente olvidar con el dedo / hasta darnos cuenta tarde que es al pedo» mientras las guitarras suenan afiladas como cuchillos, rockistas, casi heavys. Parece un tema recuperado –no tengo la menor idea de si es así– del periodo post «Salmón», pero sin la falta de calidad de audio de aquellas sesiones.

‘Insoportablemente cruel’ se abre con la siempre imaginativa trompeta del inmenso Jerry González. Esta vez, Calamaro ha contado con metal real y no ha tenido que samplearlo, como en sus grabaciones caseras. Es el sublime momento Steely Dan de este disco, una de sus debilidades de siempre, con su toque de jazz urbano y contemporáneo. También colabora Calle 13, que pone calor latino con la voz de Residente que, por momentos, parece trasladarnos al «Barrio»; y se suman Piraña en la percusión y José Reinoso al piano. La letra tiene muy mala leche, sobre todo en la parte que rapea (y él mismo firma) Residente: «Tu única ideología va a ser la melancolía / hoy vas a llorar más que la Virgen María / voy a ser cruel durante todo el día / cruel como hacerte una cirugía en el corazón a sangre fría»… y esto es sólo el comienzo, la furia vengadora sigue en el mismo tono, pero no desvelemos más, que el oyente se sorprenda cuando la escuche.

La hermosa cumbia ‘Tres Marías’, seguramente dedicada a la hija de Andrés (de la que se incluye un breve diálogo junto a su padre), cuenta con Vicentico en los coros, imprimiéndole, inevitablemente, la huella de Los Fabulosos Cadillacs. Es un tema que se suma a una de las corrientes de moda en la música popular del Cono Sur. «Mi vida qué tranquila estás / me enamorás / cada día mucho más / cada día más profundamente / infinitamente te estoy queriendo / mi estrella mía / está durmiendo». La melodía tiene algo de hipnotizadora.

La única versión del disco llega con ‘Te solté la rienda’, de José Alfredo Jiménez, una ranchera que Calamaro canta a dúo con Bunbury. Con anterioridad, el ex Rodríguez ya ha dado probadas muestras de lo mucho que le gusta el género mexicano por excelencia, pero, si como es mi caso –y aún reconociendo que las letras de Jiménez son algo muy serio y único–, no te resulta un estilo especialmente querido, estarás frente al tema más accesorio de esta colección, y ni la lap steel ni, desde luego, la voz de Bunbury conseguirán emocionarte demasiado. Quizás Calamaro lo haya incluido como un guiño, por aquello de que últimamente ha entrado en el mercado mexicano, donde, además, el maño tiene un nutrido pelotón de seguidores. El tema, en todo caso, procede del homenaje a Jiménez que ha puesto en marcha Carlos Ann y cuya publicación se ha ido retrasando durante meses. Es de imaginar que allí saldrá sin la voz del Héroe del Silencio.

Al fondo pedían algo de rock, ¿o era en la primera fila? Venga, pues para ellos ‘Me envenenaste’, un corte stoniano que bien podría haber sido primer single si la industria discográfica no estuviera tan acojonada y obsesionada con lanzar canciones que no se salgan del abecé que, supuestamente, define a cada artista –como si eso, con el mercado demencialmente roto, importara algo, olvidando que ha llegado el momento de echarle riesgo y bemoles al asunto, ¡hasta decibelios hay que echarle! Aquí, incluso la letra, directa, se ciñe a los patrones del rock primigenio: «Me envenenaste, mamá, me envenenaste / no sé qué me habrás hecho tomar, me envenenaste / porque ya no puedo escribir y no dejo de dormir / será el veneno que me pusiste a mí». No hay invitados en este tema, sólo una aguerrida banda de rock dedicada con pasión a lo suyo, como debe ser. Fenomenal.

Estamos encarando la recta final y parece que Calamaro ha decidido plantearla como un fin de fiesta en toda regla, pisando el acelerador, como llega, furiosa, ‘Gomontonera’, que parece otro de los temas de las sesiones camboyanas, pero con sonido de lujo. «¿Qué color es la bandera «Patria y muerte»? / A matambre de púas / faltó-le suerte de debut / faltó mi matiné, vermut y noche / pero me acostumbré al país de mi nariz». Tema argentino, tal vez nostálgico, tal vez no… Calamaro tendrá que desvelarnos su contenido.

Y ya para cerrar, ‘El perro’, canción de estadio, un rock fuerte –firmado por Calamaro y Marcelo Scornik– para ser coreado en directo. De hecho, ¡hasta se han insertado fragmentos de público en vivo! Es una canción de mensaje evidente, sobre la realidad argentina, pero que tal y como está patio en este lugar del mundo, bien podemos hacerla nuestra: «Muerto el perro se acabó la rabia / no sos aquel amigo de los turcos de malabia / tanto perro en cancha de bochas / el turquito se lastima en la neblina / Lástima Argentina / Eras un bizcochuelo, ahora sos gelatina». Incluso entona «Nadie dice esta boca es mía / pero me hacen denuncias por apología».

¿Resumen de impresiones? «On the rock» reúne, como suele ser habitual, a los diferentes Calamaro en un catálogo abierto: El que se maneja en diferentes géneros y gusta probar nuevos brebajes musicales, el que vive con los pies pegados a la realidad y sabe que una gran parte de su público quiere un tanto de testosterona eufórica, el que tiene un pasado y no puede ni quiere renunciar a él para encarar el presente. Por lo que respecta a la producción –por momentos muy guitarrera, como los directos de Andrés–, supera con creces a la precedente de «La lengua popular», y es que ¡aquí hay hueso que roer! Candy Caramelo, con este álbum, se doctora como productor. Las canciones rayan a alto nivel, aunque, como de costumbre, habrá que dejar que éstas nos empapen bien para valorarlas con más calma y ver cómo encaran el paso de los días. Por ahora, sí, puntúan alto, aunque faltan algunos versos de esos que matan. Lo mejor, en todo caso, es que Calamaro sigue manteniendo imperturbable su capacidad para sorprendernos, grabando discos que rara vez bajan del sobresaliente. Y eso está reservado para unos pocos.

Artículos relacionados