Antonio Arias: Filosofía del siglo XXI

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«El pop está lleno de lugares comunes. Cuesta bastante imprimir tu propia visión sin caer en lo ripioso. No pretendo parecerme al pop de la radio. Mi referencia tiene más que ver con Elvis».

El jefe de Lagartija Nick debuta en solitario con “Multiverso”, depurado cancionero que adapta poemas bajo el tamiz de la astronomía. El granadino pone voz a textos de colosos de la literatura como el azteca José Emilio Pachecho, figuras como Carlos Marzal y físicos como David Jou. ¿El resultado? Un trabajo turbador y valiente. Sagaz ejercicio de liberación y aprendizaje fiel a los fundamentos de su banda de toda la vida.


Texto: EDUARDO TÉBAR.
Fotos: PABLO G.


Granada, 30 de diciembre. La década de los cero se disipa entre luces diminutas y villancicos. Antonio Arias observa las estrellas con su telescopio. Es un tercer piso, pero la farola de la calle periclita hacia el objetivo. El líder de Lagartija Nick asegura que ayer vio Júpiter. “No puedes distraerte un segundo. En lo que tardas en enfocar, pierdes el planeta. Nos movemos a una velocidad de vértigo”. Los nubarrones y la lluvia que encapotan la ciudad desde hace dos semanas tampoco ayudan. No obstante, Antonio comenta radiante sus excursiones al observatorio espacial de Calar Alto, en Almería. Allí disfrutó de un firmamento despojado de contaminación lumínica. El templo perfecto para grabar parte de “Multiverso” (Recordings From The Other Side / Popstock), su estreno solista.

Arias canta versos astronómicos de poetas y científicos. Una ofrenda a los enigmas del universo: la fuente ontológica del siglo XXI. Le secundan en la misión diversos miembros de Lagartija, Los Planetas, Lori Meyers y Los Ángeles. Todo queda en familia. Antonio airea sin ambages sus referentes retrofuturistas. “Me acabo de zampar las biografías de Elvis y Syd Barrett. Ahora devoro la de los 13th Floor Elevators”. Personaje impar en el rock español, el ex bajista de 091 rompe moldes con los chispazos de su cosmovisión. ¿Músico o filósofo? Lean y opinen.

En Lagartija ya mandas mucho. ¿Por qué un disco con nombre y apellido?
Primero, porque no tengo que registrarlo cada cinco años [sonríe]. Tu nombre es tuyo. No hace falta actualizarlo en la Oficina Española de Patentes y Marcas. Sí, es cierto que disfruto de bastante libertad en Lagartija, pero no se me escapa que es un grupo. Eso ya implica una estructura. Lagartija es mi familia. Nos conocemos desde chiquitillos. Víctor Lapido es un amigo de toda la vida. Qué te voy a contar de Erik Jiménez. Y Lorena [Enjuto] es mi mujer. Todos colaboran en “Multiverso”. Más que una vía de escape, este disco es una parada para aprender. El astrónomo José Antonio Caballero, amigo mío, me envió poemas y artículos suyos en la revista «Astronomía». Me animó a ponerle música a esos versos. La idea me apasionó y contacté con los autores. En cierto modo, fue como prepararme un papel para una película. Siempre estuve muy bien asesorado por astrofísicos como José Antonio o los que trabajan en el Observatorio de Calar Alto, en Almería. Son tíos muy enrollados.

Y fíjate la de guiones que se han escrito sobre la NASA. ¿Temes a las alturas?
Me lo tomé como un apoyo al Año Internacional de la Astronomía (2009), un gesto por su divulgación. Pero me dejé llevar. Sacar un trabajo en solitario me pone más nervioso. Es una manera de recomenzar. Estas cosas me vuelven espídico. Ya ves, firmarlo como Antonio. Será por «antonios» [carcajadas].

Canciones de Lagartija como ‘Fulcanelli’ o ‘Resplandor’ encajarían en este álbum sin que nadie notase la diferencia. ¿Te consideras otro poeta astronómico?
Sí, y también “Púlsar”, de nuestro disco “Lagartija Nick” (1999). J [líder de Los Planetas] me preguntaba en broma por qué busco tanta poesía fuera cuando los textos parecen míos. Suena a lo que a mí me gusta escribir y leer, aunque doy un paso superior. Algunos autores son científicos que aportan una visión muy fría del asunto, pero a la vez poética y sentimental. Otros, por el contrario, son poetas que se acercan con acierto. Es el caso de José Emilio Pacheco, que explica muy bien lo que es una fulguración solar. Ellos me ayudan a seguir tomando notas sobre estos conceptos para continuar desarrollándolos por mi cuenta en el futuro. Creo que resulta positivo cantar el poema de alguien si te lo pide el corazón. Eso acarrea hablar con los poetas. Es una buena excusa para aprender de ellos y admirar la poesía. Incluso la de jóvenes valores, como Rafael Espejo. En Lagartija Nick tenemos capacidad para construir nuestra propia iconografía. Pero, a veces, conviene nutrirla de ingredientes de fuera.

Aquí sigues un procedimiento inverso: con los textos en la mano desde el primer día, profundizas en la vestimenta musical.
Así es mucho más divertido y fácil. En cuanto tienes la letra, el resto es jugar. Yo asocio el texto a sufrir. Y cuando es mío, me perdono las torpezas con el tiempo. En este caso, los poemas sugerían a tientas su propia musicalidad. Pedían, de algún modo, ciertos ritmos y melodías; caminos de ida y de vuelta con la posibilidad de rectificar. En el estudio también lo hice al revés. Volqué las demos para establecer un «storyboard». Las percusiones entraron al final. Ejercí esa libertad de grabar en solitario.

Y mantienes la esencia pop que te obsesiona desde que coordinaste el tributo a Los Ángeles.
Conseguimos un sonido espectacular en aquel CD. Todo está en su plano y con mucha naturalidad. Es uno de los discos que más escucho en casa. Aquel sonido me marcó profundamente y no lo he vuelto a alcanzar. En “Multiverso” quise recrearlo con la producción del alemán Paul Grau. Luego, se incorporaron Popi González y Pablo G [hijos de Poncho González, cantante, batería y compositor de Los Ángeles]; Noni y Alejandro [Lori Meyers]; y J y Florent [Los Planetas]. Estos últimos eran inevitables: tenían el nombre y los títulos más espaciales. Todos ellos formaban parte de Los Angelicos [banda de homenaje a Los Ángeles, originada en Granada en 2005].

También entra un guitarrista invitado, el alemán Thorsten Wingenfelder. ¿Cómo llegó esta vieja gloria del rock germano?
Thorsten tocaba en Fury In The Slaughterhouse, un grupo muy importante en Alemania a finales de los noventa. Vendían muchos millones de copias. Ahora es fotógrafo y colega de Paul Grau. De hecho, Paul tiene colgados en su estudio [Gismo 7, en Motril] algunos discos de oro que les produjo. Intentó que convenciera a Thorsten para que me hiciera una foto. Por lo visto, es uno de los fotógrafos más reconocidos de Alemania. Al final conseguí que metiera guitarras en “Desde una estrella enana”. Él andaba por allí de vacaciones con la familia. No le pude sacar más.

Pink Floyd grabaron en las ruinas de Pompeya, pero tú no te quedas corto. ¿Qué destacas de las sesiones en el observatorio espacial de Calar Alto?
Fue otra de las cosas que te hacen pensar en el disco como un ente con vida propia. José Antonio Caballero me propuso acudir a este observatorio, dirigido por David Galadí. Me pareció increíble. Grabé allí las canciones cuya música se prestaba más. No quise incordiarles, pero me dijeron que podría haber registrado incluso las baterías en cualquier cúpula. El sitio tiene aire de templo. Los enchufes y los cables le dan un toque electromagnético, sideral y cósmico. Allí te sientes muy especial. No es como un estudio que desalojas porque tiene que entrar otro artista. Ellos entraban para mirar el universo. Al final, grabamos ‘Laika’, ‘Génesis’ y ‘Miriadas’. Las más lentas. La reverberación del sitio afectó a las canciones. El observatorio sobredimensiona el disco.

Mencionabas a los Lagartija de los noventa. Con los años te has suavizado. Como un cruce de Bauhaus a Love and Rockets…
Cuando haces una cosa, tiendes a enamorarte de la contraria. Este disco es un reflejo de eso. Las letras están al servicio de una música mucho más sesentera. Hay teclados que se han sustituido por voces. Para gozarlas, resultan necesarias unas bases más flojas. Erik, por ejemplo, te exige subir tres tonos. El otro día vi a Jello Biafra en la sala El Tren y sentí envidia. Me hubiese encantado subir al escenario para hacer el bestia. Existe un registro sereno que no queda bien en Lagartija. Y no nos sale en directo. Aquí me congracio con mis influencias de siempre. Lorena me dice a menudo en casa que no toco la música tranquila que escucho. Es algo tan privado que hasta ahora me daba mucho pudor enseñar. El pop está lleno de lugares comunes. Cuesta bastante imprimir tu propia visión sin caer en lo ripioso. Recuerdo las sesiones de “Omega”, cuando todos nos obsesionamos con la premisa de no sonar a flamenco-rock. Era lo que todo el mundo tenía en mente. No pretendo parecerme al pop de la radio. Mi referencia tiene más que ver con Elvis.

¿Te refieres al Elvis de vanguardia de “Blue Hawaii”?
Exacto. Entrar en la discografía de Elvis es complicado porque RCA realizó movimientos muy locos. Sin embargo, pocos artistas tan orgánicos como Elvis se instalan de una manera tan profunda en nosotros mismos. Tiene fases que amas y otras que detestas conforme evolucionas en la vida. Cuando eres pequeño, adoras el rock’ n’ roll. De mayor, te apasiona su etapa en Las Vegas. En “Blue Hawaii” está la idea del océano y del espacio. La guitarra pedal steel recuerda a la época dorada de la ciencia ficción. Un conjunto de poemas de temática tan astral necesitaba una música terrenal. “Blue Hawaii” lo sintetizaba. No sonaba al Elvis auténtico. Permitía desarrollar otros factores. Ahí tocaban músicos alucinantes, como Alvino Rey o Scooty Moore. En “Multiverso” fue crucial Paul Grau. Yo ya no me atrevo a producir. Lo he hecho varias veces con Lagartija y todo me suena igual. Siempre acabo doblando instrumentos.

Pocos conocen tu faceta de divulgador de estos sonidos en sesiones misceláneas con el DJ granadino Paco Burgos.
Unimos la música de los cincuenta con bandas sonoras de series y películas. Todo lo que nos evoque ese universo. Para mí, la edad de oro de la ciencia ficción está en los sesenta y a principios de los setenta. Ahí creció una ciencia ficción filosófica a partir del eco de Kubrick. Hay grupos como Man or Astro-Man que siguen imaginando la ciencia ficción hacia adelante y hacia atrás. Mi interés se despertó en 1975, cuando mi madre me compró el disco de la banda sonora de la serie de televisión “Espacio 1999”. Me cambió. Pude oír músicas muy incidentales. Entendí la naturalidad entre la visión melodramática de las películas y las canciones que se pueden crear.

Y conforme cumples años, ¿encuentras útil la astronomía?
La astronomía casa el cielo que ves ahora con el cielo que veías en la infancia. En la actualidad, claro, cuesta más debido a la contaminación lumínica. El cielo te lleva a la magia del misterio. Como decía Val del Omar [director de cine e inventor granadino desde principios del siglo XX], “vivimos en pleno misterio”. En 1999 ya constatamos la pérdida real de ese cielo. En esta ocasión, era preferible rodearme de profesionales que me lo desmenuzaran mucho mejor. En el cielo tienen lugar la mayoría de los descubrimientos de los últimos años. Quizá porque el misterio sigue envolviendo el 96% de la materia del universo. Se trata de algo vivo que despierta pasiones y misticismos. No sólo ahora, sino también a los árabes de hace mil años en Granada. Se quedó fuera un poema de Abentofail, un escritor de entonces en Guadix. La astronomía sigue siendo un pozo sin fondo por el descubrimiento constante. Da respuestas sencillas a las grandes preguntas. Aunque los científicos están siempre volcados en una ecuación tan perfecta y tan bonita como la de Einstein.

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«Por mí, entraría mañana a grabar Omega 2. Tocar con Morente es una delicia y, a la vez, una experiencia angustiosa. Lo paso mal porque le respeto y quiero mantener la distancia, el nervio y la atención»

Carlos Marzal, Natalia Carvajosa o el científico David Jou dibujan una suerte de lírica metafísica. ¿Es la poesía del siglo XXI?
Yo la veo así, aunque esté destinada a gente que nació en el siglo XX. El reciente libro de Natalia Carvajosa, “Desde una estrella enana”, es fantástico. No sé cómo puede sumergirse en esos fenómenos espaciales con tanta naturalidad. Es una poesía nueva. En este terreno, a mí siempre me ha atraído más lo inédito. Aunque, claro, José Emilio Pacheco es toda una eminencia.

El mexicano recibió en su día el Premio Lorca de Poesía en Granada y acaba de ganar el Cervantes. ¿Influye este terremoto en la difusión de “Multiverso”?
Y se merece el Nobel por la calidad de su escritura. Entiendo mucho mejor que antes a Pacheco después de trabajarlo en este disco. Es un hombre muy humilde. Me regaló los versos de ‘Derrota de Bill Gates’ porque le encantó la canción. Tardé ocho meses en contactar con él. Luego supe, por casualidad, que mi hermano Jesús [guitarrista del grupo de punk TNT y periodista de la sección de cultura del diario «Granada Hoy»] tenía el teléfono de su casa. Todos los poetas del disco reaccionaron con mucho entusiasmo a mi llamada.

En cambio, clausuraste aquí el Año Internacional de la Astronomía hace unas semanas con el Nobel de Física Robert Wilson. ¿Qué tal la experiencia?
Era uno de mis objetivos cuando asumí este proyecto. Un verdadero regalo cerrarlo en un acto de esa magnitud a nivel nacional. Él descubrió el fondo de radiación cósmica. Yo no lo sabía, pero de eso habla el tema “Génesis”. “Estas ondas frías cargadas de señales, como las olas del mar” [recita]. Robert Wilson fue el primero que vino a saludarnos con su mujer. Me hubiese gustado ver su discurso entero en directo, pero tenía una pandilla de niños malos en el camerino. No pude con Florent, J, Noni y Álejandro dando vueltas por allí. Debía ejercer de monitor cascarrabias y hacerlos callar.

Ángel Ganivet dijo que el hombre es el más desconcertante de los objetos encontrados por la ciencia. ¿Lo crees?
Ángel Ganivet fue un autor de ciencia ficción impresionante en el siglo XIX. Una de las grandes personalidades de la cultura granadina. Representa un modo de ser, de pensar y de amar la ciencia ficción que no se usa desde tiempos de Lorca. Leí con devoción “Las ruinas de Granada”, un relato con seres mutantes por el Darro. El hombre es como asomarse al universo. Terriblemente complejo y terriblemente fácil. Terriblemente enorme y terriblemente pequeño. Nos moriremos con la duda.

¿Qué te parece el culebrón de la exhumación de los huesos de Lorca?
Al principio no entendía mucho la postura de la familia de Lorca. Ahora les daría la razón. Los trabajos de búsqueda y excavaciones en fosas no están sirviendo para nada. No creo que eso certifique o niegue cualquier versión. Lo que está ocurriendo fomenta de nuevo la duda y el silencio lorquiano. Esa Granada oscura que él plasmó en “La casa de Bernarda Alba” o aquellos versos de “Omega” [“no solloces, silencio, que no nos sientan”]. Volvemos a ser tan ignorantes como al principio. Yo dejaría los restos en paz. Nadie sabe si están, si se fueron, si alguna vez estuvieron o si Franco se los llevó al Valle de los Caídos. Yo he acudido al ritual que ofrece el cantaor Curro Albaicín todos los veranos en la fosa. Como granadino, me queda la incertidumbre de qué pasará con los recitales lorquianos de Curro.

En su momento se rumoreó un “Omega 2”, poco antes de los conciertos de Morente con Sonic Youth. ¿Lo veremos alguna vez?
Yo soy muy temerario, me metería en el estudio mañana. Morente me tiene más dosificado en este aspecto. También barajé la idea de llevármelo a la cúpula del observatorio. A mí me encantaría volver a trabajar con él. Tocar con Morente es una delicia y, a la vez, una experiencia angustiosa. Lo paso mal porque le respeto y quiero mantener la distancia, el nervio y la atención. Y me lo paso bien porque en directo es un «frontman» grandioso que te hace sentir seguro. En los dos últimos años hemos conseguido relativizar la colaboración y no estar tan estresados como en la primera gira de “Omega”. Ya no hay que defender el proyecto: está asumido.

Son célebres tus teorías sobre la ebullición artística de Granada. ¿Cómo explicas la fecundidad de la década que dejamos atrás?
Deben de ser las fuerzas telúricas. Estas cosas se entienden mejor con la perspectiva del tiempo. El otro día vi a un grupo nuevo, Polack, que demuestra que siguen saliendo cosas interesantes. Además, conviene subrayar el estreno inminente de Napoleón Solo, que han grabado un discazo con Erik. Alonso Díaz tiene muchísimo talento para el pop. Continúan surgiendo proyectos al margen de los que llevamos toda la vida en esto. Terminamos la década justo cuando más movimiento hay. La labor de los veteranos debería servir para crear afición. Otras ciudades no tienen este ambiente cultural. Y se les nota. Los músicos se alegran cuando vienen y se encuentran con esto.

Acabas de reeditar “Su” (1995), al que seguirán otros títulos descatalogados de Lagartija Nick. ¿Cómo te planteas las publicaciones en 2010?
“Su” ya está en las tiendas y quiero reeditar “Val del Omar” (1998), uno de nuestros discos más incomprendidos. Aunque tiene fans, no está valorado como se merece en la discografía de Lagartija. A ver si Miguel Pareja [guitarrista del grupo en los noventa] encuentra material para redondearlo con demos interesantes, como hemos hecho en los relanzamientos de “Inercia” (1991) y “Su”. Al escucharlos ahora, veo más reflejados los discos en las demos primigenias. “Su” me suena estridente, con una producción menos acertada que la de “Inercia” [obra de Owen Davis, cuyas manos estuvieron al servicio de gigantes como los Rolling Stones, The Jam, Manic Street Preachers o Dire Straits]. Le sobra fuerza y descontrol. También me gustaría publicar una caja con “Lo imprevisto” (2004), “El shock de Leia” (2008) y “Larga duración” (2009). Más que nada, para cambiar la portada de “Lo imprevisto”.

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