Neil Diamond Camino a la redención II (en directo desde Dublín)

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¿Hay que estar loco o ser visionario para irse a ver a Diamond en directo y abrazar sin complejos la religión del Hermano Amor? A la espera del resultado de los primeros análisis realizados de la mente de Javier Márquez –a quien teníamos por hombre cabal–, aquí va su extensa y pormenorizada crónica del concierto del ídolo en Dublín.

Texto: JAVIER MÁRQUEZ.

Si dijera que Neil Diamond está viviendo una segunda edad de oro me acusarían de recurrir al típico tópico, así que me limitaré a decir que se ha sumado a los Beatles y a Elvis al colocar un álbum en el número uno en Estados Unidos e Inglaterra al mismo tiempo; que es el artista más veterano (vivo) en conseguir un número uno; que acapara tanto seguidores sexagenarios como es fuente de inspiración al mismo tiempo para los chicos del programa American Idol; que su “Sweet Carolina” se ha convertido en himno de los Boston Red Sox… Y además, diremos también que aunque nunca ha perdido su peculiar voz, parece que ahora suena con la profundidad y emoción de hace treinta años.

Se ha dicho hasta la saciedad que de la mano del productor Rick Rubin y a lo largo de sus dos últimos discos, Diamond se ha reencontrado consigo mismo (algo de eso comentaba él mismo en una reciente entrevista en la mítica Mojo), con ese cantautor introvertido y reflexivo que disfrutaba al mismo tiempo haciendo vibrar a miles con sus canciones. Pues esa sensación de novedad, de frescura, de “comeback”, es con la que se queda uno tras ver a Neil Diamond en su nueva gira.

Un tour que de momento lo pasea por Europa antes de desplegarse por EEUU, y que constituye un reflejo de los nuevos discos. La banda se reduce hasta quedarse con lo básico para un buen show con tres grandes puntales estilísticos: pop, rock y soul. Una sección de viento, otra de varias guitarras, batería, percusión, unas voces femeninas; y Neil Diamond. En cuanto al repertorio, un poco de todo: éxitos imprescindibles, algunas joyas menos populares y algo de lo mejor de sus discos con Rubin. Todo eso, servido con arreglos tan efectivos como interesantes, muestra de un cantante pletórico que no quiere limitarse a revivir el pasado sino que quiere actualizarlo desde su nueva experiencia.


DIAMOND ON STAGE

Y en Europa, ningún lugar mejor para disfrutarlo que Dublín, que viene a ser para el de Brooklyn la Barcelona de Sprinsgteen. El pasado sábado 14 de junio, algo más de 52.000 personas abarrotaban el estadio Croke Park. Apenas una hora antes había llovido con temible contundencia, pero estaba claro que nada podría arruinar el esperado reencuentro entre Neil y su audiencia irlandesa (junto a algunos “inflitrados”). Si acaso, sólo dos pegas podrían señalarse una vez concluido el espectáculo: demasiada luz, dado que cuando acabó, hacia las diez y veinte, era cuando comenzaba a anochecer; y una acústica deficiente en ocasiones en los laterales.

A las ocho y veinte, con la claridad de la media tarde española, la banda tomaba el escenario con el consiguiente aplauso excitado. Segundos después, un par de golpes de guitarra acompañaban a la aparición del artista. Otro golpe más. Diamond sólo se descolgó las seis cuerdas para cuatro o cinco de las veintisiete canciones que constituyeron el espectáculo. Y la tocó a conciencia, como hacía décadas que no se permitía.

El nuevo Diamond incluso ha renovado el vestuario, además, radicalmente. De las camisas de lentejuelas, a camisa y pantalón negros con una americana gris; al más puro estilo “singer-songwritter”. Con ese terno comenzaba Neil su recital, entonando un combinado de “One more bite of the apple” y “Holly Holy” que venía a reflejar el espíritu del show: presente y pasado, con unos arreglos, una orquestación y una voz que representaban el futuro.

La ciudad de Nueva York estuvo muy presente de manos de “Street life”, una impagable “Lady oh” y “Beautiful noise”, trío de oro de aquella piedra preciosa producida por Robbie “The Band” Robertson. A los quince minutos de espectáculo el público está ya eufórico como si fuesen los bises, y las expresiones de Neil revelan que también está siendo algo especial para él. A sus 67 años, la cirugía ha rejuvenecido su rostro, pero la música se ha encargado de quitar aún más años a su corazón.

Con ese ímpetu, anima al público a levantar los traseros y bailar al ritmo de “Cherry Cherry”, y conforme suena la canción la gente se da cuenta de que hasta este clásico entre clásicos suena nuevo, actualizado, aunque nadie se espera el largo y brillante interludio musical que sirve para que cada pieza del engranaje orquestal se presente a todo lujo, para estallar a continuación en un final electrizante, inolvidable. A continuación, “Thank the Lord for the night time” sirvió de puente para afrontar después un “Love on the rocks” tan emotivo como cabría esperar, y que arrancó otro de los grandes aplausos de la velada.

Con ese tema de la banda sonora de la película The jazz singer se cerraba la primera parte del concierto y llegaba la más compleja: mantener la atención de un estadio con más de cincuenta mil caldeados espectadores con el intimismo de las últimas composiciones. “Home before dark”, “Don’t go there” y “Pretty amazing Grace” fueron las tres perlas del último collar engarzado por Diamond que decidió presentar en Dublín; y cortó oreja y rabo. Al margen de la efusividad de los más bravos, inspirados ya por el ir y venir de pintas de Guinness, un respetuoso silencio acompañó a las desgarradoras interpretaciones, banqueta en ristre, durante las que la banda se limitó a subrayar lo justo y necesario.

Como la audiencia se había portado, el rockero decidió ofrecer un regalo que ni en un día de Reyes: una reproducción nota a nota de la apertura del legendario directo de 1972 “Hot august night”: el prólogo que engarza con “Crunchy granola suite”, la soberbia “Done too soon!” y “Red red wine”, que en el 72 entró varios cortes después, pero que para el caso, lo mismo daba; sonó al detalle. La banda estuvo clavada, como la voz de Neil. Más de uno comentaría después que dudó durante un rato de que no se tratase de un guiño, con la grabación original sonando de fondo. A estas alturas, con las gargantas desgañitándose coreando “Red red wine”, era evidente que aquello era mucho más que un puñado de incondicionales ante el vieja estrella de medio pelo.

Y otro bloque, nuevamente íntimo, que comenzaba con la biográfica “Brooklyn roads”, acompañada por una selección de vídeos caseros de la infancia y adolescencia del cantante pasando en las pantallas. El ambiente estaba listo para afrontar la existencialista “I am… I said…”. Diamond la inició sentado aún en la banqueta, pero el avance de la canción le empuja inevitablemente a levantarse. La viene cantando cada gira, pero ahora vuelve a sonar como hace treinta y cinco años, cuando andaba buscándose a sí mismo; todo vuelve a tener sentido. Ahora, el cantante “anti-cool” que la crítica despreciaba y los entendidos desdeñaban, reclama lo que es suyo, el reconocimiento arrebatado por culpa tal vez de un exceso de romanticismo y un fondo de armario demasiado “chillón”. “Yo soy… yo dije…”, y uno no puede menos que emocionarse ante la honestidad que se desprende de esa voz.

En ésta, como en otras canciones, es evidente el pellizco que siente Diamond al entonarlas, y la audiencia le reconoce la entrega con una ovación que le obliga a esperar, con la sonrisa de un adolescente tras su primera actuación en público, antes de afrontar la siguiente canción: “Solitary man”, una de esas primeras piezas con las que entronca el universo Rubin.

Llega el momento de la traca final. “Forever in blue jeans” pone de nuevo en pie al respetable. Todos a bailar y a cantar. El estadio entero conoce la canción; éstas y todas, y no han dejado de cantar ninguna, pero parece que intuyen que se acerca el final y hay que dar el do de pecho. Y en eso llega “Sweet Caroline”, el “Asturias, patria querida” de Neil Diamond, que dijo un buen amigo de León. Las 52.000 gargantas la entonaron con tantas ganas, y la celebraron aún con más, que el neoyorquino decidió repetir, algo que sólo había ocurrido con anterioridad una vez en esta gira.

Serán los años o el gusto por el buen vino, el caso es que Neil Diamond les ha tomado presentada la idea a Serrat y Sabina y también se sienta un rato en una pequeña mesa con su botella, su copa y una rosa para ambientar. De este modo afronta “You don’t bring me flowers” al que se suma la imprescindible Linda Press para marcarse un dueto que nada tiene que envidiar al popularizado con Barbra Streissand.

El tono, por tanto, se relaja. Los más fieles sabían que llegaba la hora de “Song sung blue”, ansiado clásico que hacía años que no interpretaba en directo. Y tal vez por esa expectativa, a algunos les resultó una versión algo insulsa, demasiado lenta. Pero bastaba observar los coros y bailes del resto para observar que la aceptación popular era plena. Chaqueta fuera y momento “Shrek” al compás de “I’m a believer”, con uno de esos movimientos de caderas característicos del cantante, a la altura de los de “Cherry Cherry”.

El soul tuvo uno de sus grandes huecos en el espectáculo con los arreglos de “Man of God’, del primer disco junto a Rick Rubin. Un sutil órgano y unos cuidados coros aportaban el requerido aire clerical. También de ese disco, desde la banqueta, Neil Diamond afrontó a continuación “Hell yeah”, “la” canción.

Silencio en la banda, silencio en las gradas; se diría que silencio en toda la esmeralda atlántica. Silencio, señores, que un artista legendario, que se presenta a su público como si fuera la primera vez, va a agradecer su cariño y atención dándoles un pedazo de su alma. Una composición tan visceral no puede exigir una interpretación menos entregada. Y Diamond regaló a la audiencia una versión homérica, jugando con la voz a su antojo, pasando de altos a bajos con tanta elegancia que cualquier incauto podría pensar que aquello lo hace cualquiera. No ciega la pasión. Unos carteles anunciaban que el evento se estaba grabando. Si finalmente se edita el CD o DVD, los incrédulos podrán comprobar que la de Neil Diamond es una de las voces más versátiles del pop-rock del último medio siglo.

Con el público boquiabierto, con la piel de gallina, dejándose las manos en una ovación que no alcanzaba la medida de la vida ofrecida en aquellos cuatro minutos de canción, Diamond dejó el escenario. Los ansiosos de siempre empezaron a largarse. Peor para ellos, porque quedaban dos cañonazos finales y toda la salva de artillería del Hermano Amor.

El de Brooklyn reapareció para el gran final con una camisa roja que dejaba escapar algunos destellos. No hay que ser bruscos con los cambios; ni falta que hacen. Tras aquellas dos horas de música y felicidad, ¿quién se fija en las camisas? Las primeras notas de guitarra y vientos arrancaron el vocerío, excitados todos por embriagarse con el dulce sabor de “Cracklin’ Rosie”. “Todo está bien / ¡Tenemos toda la noche!”, cantaba Diamond, y abuelos, padres e hijos gritaban con la eufórica ilusión de creer que realmente sería así.

No sería toda la noche, pero sí algo más, lo suficiente al menos para que esas varias generaciones de irlandeses viesen en las pantallas imágenes de antepasados llegando a la isla de Ellis, en Nueva York, un siglo atrás, mientras Diamond y la banda entonaban “America”, una canción que no suele estar en los conciertos de esta gira.

Cuando el espectáculo empezó, entre la audiencia podían encontrase fieles y simples aficionados, gente que no escuchaba un disco de Neil Diamond desde hacía años y otros que acudieron sencillamente como acompañantes. Pero cuando el órgano desgranó las notas iniciales de “Brother love’s travelling salvation show”, tan indómita como de costumbre, todos los presentes eran ya, inevitablemente, conversos y entregados creyentes del hermano Diamond. La canción terminó a lo grande, ¿cómo si no?, con un “¡Amén!” que parecía referirse más que nada a la nueva apuesta musical del protagonista. Neil Diamond se presentó renovado y todos, felices con este nuevo paso en su carrera, le dijimos “¡Así sea!”.

El “nuevo” Neil Diamond de estudio triunfa sin concesiones, y en directo no se merece menos. Esperemos que a pesar de la edad, el músico tenga aún fuerzas, ganas y entrañas para seguir dando forma a canciones con enjundia y conciertos tan bien equilibrados como éstos.

Los fieles del cantante se molestan cuando se habla con tanto entusiasmo del “nuevo” Diamond. Digamos por tanto, para que nadie se enfade, que no es que antes, en los ochenta o noventa, fuera malo; no. Lo que pasa es que ahora, ahora es mejor.

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